Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 3 de agosto de 2012

El gallito y el sultán

Había una vez una mujer tan pobre que su única riqueza era un gallito.
El gallito se pasaba horas escarbando en el estercolero hasta que un día, después de mucho escarbar, encontró una cruz de diamantes. Justo en ese momento pasaba por allí el sultán turco y lo vio.
-Gallito -dijo el sultán, dame ahora mismo esa cruz de dia­mantes.
-No te daré nada de nada -respondió el gallito. Esta cruz de diamantes es para mi ama.
Al sultán le importó muy poco lo que decía el gallito, le arre­bató la cruz de diamantes, se la llevó a su casa y la guardó en la sala del tesoro.
El gallito montó en cólera, corrió hasta el palacio del sultán, saltó la verja y gritó:
-Quiquiriquí, sultán turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán ordenó a sus servidores que cerrasen las puertas y las ventanas para no oír las voces del gallo. Pero éste voló hasta la ventana y comenzó a rascar con las patas, a golpear con el pico y a batir las alas contra los cristales, mientras seguía gri­tando:
-Quiquiriquí, sultán turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán llamó a un esclavo y le ordenó:
-Atrapa a ese gallito y tíralo al pozo, así se ahogará y dejará de gritar de una vez.
El esclavo cogió al gallito y lo tiró al pozo. Pero el animal no se ahogó y, en cambio, dijo:
-Agua, agua querida, entra toda en mi barriga.
Toda el agua del pozo entró en la barriga del gallito, que voló de nuevo hasta la ventana del sultán y recomenzó con sus gritos:
-Quiquiriquí, sultán turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán llamó a otro esclavo y le ordenó:
-Atrapa al gallito y mételo en el horno encendido.
El esclavo cogió al gallito y lo metió en un horno muy calien­te, pero el gallito no se quemó. Dijo, en cambio:
-Agua, agua querida, sal de mi barriga y apaga el fuego.
El agua salió de la barriga del gallito, se derramó en el fuego y lo apagó. El gallito volvió enseguida a volar hasta la ventana del sultán y gritó una vez más:
-Quiquiriquí, sultán turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán llamó a otro esclavo y le ordenó:
-Atrapa al gallito y mételo en la colmena, así las abejas lo pi­carán hasta matarlo.
El esclavo cogió al gallito y lo metió en una colmena, pero el animal gritó:
-Abejitas, queridas abejitas, escondeos bajo mis alas, escon­deos bajo mis plumas.
Las abejas se escondieron bajo las plumas y bajo las alas del gallito, quien abrió la colmena, voló de nuevo hasta la ventana del sultán y gritó tanto que podía llegar a romper los tímpanos de cualquiera:
-Quiquiriquí, sultán turco, devuélveme la cruz de diamantes.
El sultán estaba fuera de sí. Llamó a todos sus criados y a sus esclavos y les ordenó:
-Atrapad a ese gallito insoportable, quiero meterlo dentro de mis calzones anchos. Después me sentaré encima y lo aplastaré.
Los siervos y los esclavos atraparon al gallito, el sultán lo me­tió dentro de sus calzones e intentó sentarse, pero el gallito gritó:
-Alitas mías, plumitas mías, dejad salir a las abejas para que puedan picar al sultán.
Las alas y las plumas obedecieron y las abejas comenzaron a picar al sultán, que empezó a dar saltos gritando y lamentándose:
-¡Socorro, socorro! Esclavos, servidores, coged al gallito, lle­vadlo a la sala del tesoro y dejad que coja la cruz de diamantes.
Los esclavos y los criados cogieron al gallito y lo llevaron a la sala del tesoro. En medio de la sala había un montón de dinero que llegaba hasta el techo y, encima de ese montón, estaba la cruz de diamantes. El gallito gritó:
-Barriga, barriguita mía, guarda todo el dinero que el sultán ha robado.
En cuanto acabó de hablar, la cruz de diamantes entró en la barriga del gallito y, detrás de ella, todo el dinero que estaba en la sala, hasta la última moneda. Entonces el gallito volvió a casa, escupió una montaña de dinero en la habitación de su ama y, por último, la cruz de diamantes. El dinero era tanto que alcanzó para ser repartido entre la gente de la aldea y, desde aquel día en adelante, todos vivieron contentos, comiendo, bebiendo y cantan­do. Y, si no han muerto, seguro que siguen cantando y bailando todavía.

123. anonimo (hungria)

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