Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 4 de agosto de 2012

El gallito rojo

Un gato, un ratón q un gallito rojo vivían juntos en una her­mosa casa, situada en medio del bosque. El gato tenía su cama en una cesta mullida, el ratón en una cueva profunda y el galli­to en un robusto aseladero. Al despertarse una mañana, el ga­llito preguntó:
-¿Quién se levanta primera a encender la chimenea?
-Yo no -dijo el gato.
-Yo no -dijo el ratón.
-Vale, me levantaré yo -dijo el gallito rojo, se levantó y en­cendió el fuego.
Cuando el fuego se avivó, el gallito rojo hizo una nueva pre­gunta:
-¿Quién barre la habitación?
-Yo no -dijo el gato.
-Yo tampoco -dijo el ratón.
-Vale, barreré yo -dijo entonces el gallito y barrió todos los rincones.
Acabada la limpieza, preguntó:
-¿Quién prepara el desayuno?
-Yo no -dijo el gato.
-Yo tampoco -dijo el ratón.
-Vale, lo prepararé yo -dijo el gallito rojo e hizo de comer. Cuando el desayuno estuvo listo, el gallito rojo preguntó:
-¿Y quién se come ahora este magnífico desaguno?
-Yo -dijo el gato.
-Yo, yo -dijo el ratón.
-De ninguna manera -dijo entonces el gallito rojo. Me lo co­meré yo solo, salvo que me prometáis que me ayudaréis siempre.
-Yo te ayudaré -prometió el gato.
-Te ayudaremos -prometió el ratón.
El gallito rojo se enterneció y compartió el desayuno con sus dos amigos.
Cuando no quedaba ya siquiera una migaja, el gallito rojo miró por la ventana y vio que venía por el camino el zorro en persona.
-¡Llega el zorro! -gritó el gallito y saltó al aseladero.
-¡Llega el zorro! -gritó el gato y se acomodó en su cesta.
-¡Llega el zorro! -gritó el ratón y se escondió en su cueva.
El zorro entró en la habitación.
-Buenos días, ratoncito. Buenos días, gatito. Buenos días, gallito rojo. ¿Cuál de vosotros podría rascarme la espalda?
-Yo no -dijo el gato.
-Yo no -dijo el ratón.
-Vale -dijo el gallito rojo, te la rascaré yo.
Y comenzó a rascar al zorro. Le rascó la espalda de la cola a las orejas pero, cuando llegó a las orejas, el zorro extendió una pata, atrapó al gallito y lo metió en su bolsa.
-Socorro, socorro, ¿quién me ayuda? -gritaba el gallito rojo en la bolsa.
-Yo no -dijo el gato y se ovilló más aún en su cesta.
-Yo tampoco -dijo el ratón y se ocultó aún más en su cueva.
Pero si creían estar a salvo, se equivocaban. El zorro dio un salto, sacó al gato de la cesta y al ratón de la cueva y los metió en la bolsa, para que hiciesen compañía al gallito rojo. Después se echó la bolsa al hombro y retomó a la carrera el camino hacia su casa.
Era un día espléndido pero bastante caluroso y, al poco rato, la bolsa comenzó a pesar. El zorro la dejó en el suelo, al pie de un cerezo, se tumbó a la sombra y se durmió.
En cuanto se durmió el zorro, el gallito rojo sacó unas tijeras que llevaba bajo el ala, una aguja y un hilo y preguntó:
-¿Quién corta la bolsa con las tijeras?
-Yo -dijo el gato.
-Yo, yo -dijo el ratón.
Uniendo sus fuerzas, cortaron la bolsa y salieron al exterior.
Entonces el gallito rojo preguntó:
-¿Quién trae unas piedras?
-Yo -dijo el gato.
-Yo, yo -dijo el ratón.
Uniendo sus fuerzas, consiguieron tres piedras y las pusieron en la bolsa.
Entonces el gallito rojo preguntó:
-¿Quién quiere ahora remendar la bolsa?
-Yo -dijo el gato.
-Yo, yo -dijo el ratón.
Uniendo sus fuerzas, remendaron muy bien la bolsa y se fue­ron corriendo a casa. Y, desde aquel día, el gato y el ratón ayu­daron siempre al buen gallito rojo.
En cuanto al zorro, poco después se despertó, cargó la bolsa al hombro y retomó su camino. Y, mientras tanto, pensaba:
-Vaya, vaga, he dormido bien, pero parece que esta bolsa se vuelve cada vez más pesada.
Cuando avistó su casa, gritó desde lejos:
-Mamá, mamá, pon la olla de cristal en la chimenea que lle­go con la cena.
La vieja madre del zorro puso la olla de cristal en la chime­nea, la llenó de agua y encendió el fuego.
Mientras el agua hervía, el zorro subió al tejado y desató la bolsa encima de la chimenea.
-¡Señor gato, señor ratón, señor gallito rojo, acomodaos en la olla! -exclamó y echó campana abajo lo que había en la bolsa.
Las tres piedras cayeron en la olla de cristal y la hicieron añicos.
Podéis imaginaros cómo se enfadó la vieja madre del zorro. Salió al patio, cogió los zuecos de madera, se los arrojó a su hijo y lo hizo caer del tejado.
Así el zorro, en lugar de una buena cena, consiguió dos chi­chones: uno se lo hizo su madre con el zueco; el otro se lo hizo al caer del tejado.

124. anonimo (irlanda)

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