Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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martes, 7 de agosto de 2012

El campesino que se libró de la miseria


Vivía en un pueblo un matrimonio de campesinos más pobres que las ratas. Tenían un montón de hijos y padecían una miseria tremenda. Su pequeña parcela de tierra no les rendía nada, la vaca no les daba leche, los cerdos tenían el mal rojo. Y para col­mo, los atormentaba el alcalde: una vez exigía el pago de los im­puestos; otra vez les quitaba una cabra con la excusa de que se había comido la hierba de un campo ajeno, y el pobre campesi­no tenía que trabajar los siete días de la semana para el propie­tario de esa tierra.
«No puedo seguir así -pensó el campesino, es mejor que nos vayamos a alguna otra parte. No creo que la miseria se venga con nosotros.»
Dicho esto, preparó enseguida el traslado. Cargó todos sus trastos -muy pocos, por otra parte- en un carro, enganchó la vaca y ya estaba a punto de partir cuando se oyó una voz muy fina que salía de la chimenea:
-Espera, campesino. ¡No me dejes aquí!
-Pero ¿tú quién eres? -preguntó el campesino, estupefacto.
-Soy la Miseria. Me gusta tu familia y quiero estar siempre contigo.
El campesino se rascó una oreja, meditando: «Vaya por Dios, yo me escapo de la miseria y ésta no quiere soltarme». Sin embargo, dijo en voz alta:
-De acuerdo, te llevaré con nosotros. Pero tendrías que echarme una mano para cargar en el carro aquella tabla que está en el fondo del patio.
-Claro, claro -respondió la Miseria y se fue enseguida hasta el muro, donde estaba apoyada una gruesa tabla de madera de encina.
El campesino cogió un hacha, la clavó en la tabla y le dijo a la Miseria:
-¿Ves esta raja? Tú tira del hacha de ese lado, yo tiro de éste.
La Miseria metió los dedos en la raja, el campesino fue más rápido en sacar el hacha, la raja se cerró y los dedos largos y fi­nos de la Miseria quedaron aprisionados. La Miseria se lamen­tó, lloró, amenazó, pero el campesino no le hizo caso y se fue muy deprisa.
Así se libró de la Miseria. Desde aquel día, la suerte se puso de su lado. Poco después de marcharse, encontró en medio del camino una bolsa con monedas de oro, con las que pudo com­prarse una magnífica granja en un país lejano y, pasados unos pocos años, no había en aquellas tierras un campesino más rico y más respetado que él.
¿Y la Miseria?
Os cuento que, poco después de la partida del campesino, el alcalde del pueblo apareció en la casa abandonada.
-Ah, buen hombre -gritó la Miseria en cuanto lo vio. Libé­rame de esta maldita tabla.
El alcalde no sabía que quien hablaba era la Miseria y la ayu­dó a liberar los dedos. Desde aquel día, la Miseria ya no lo aban­donó. Su granja se prendió fuego, se murió su ganado, la tor­menta destruyó su cosecha y, antes de acabar el año, al pobre alcalde sólo le quedaba un bastón con el que iba mendigando por las calles. Así anduvo rondando por el mundo, en compañía de la Miseria, viviendo de la limosna que le daba la gente, y sólo Dios sabe cuántas calamidades padeció antes de morir.

125. anonimo (polonia)

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