Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 3 de agosto de 2012

Cómo el asno llegó a ser el rey de los leones


Una vez, un asno decidió salir a correr mundo en busca de for­tuna.
-Seguro que no estaré peor que en la casa de mi amo -dijo, lió sus petates y escapó.
Después de una buena carrera, llegó a un hermoso prado rodeado de montañas. La hierba era tan alta que le llegaba a la barriga, el agua del arrogo era límpida y fresca y no había ni sombra de amos a la vista. Al asno le parecía estar en el paraíso y se puso a rebuznar de contento a voz en cuello.
El león ogó los rebuznos y se sorprendió muchísimo. En su vida había oído una voz semejante. Se deslizó cauteloso hasta el prado para observar a aquel animal desconocido.
En medio del prado encontró al asno y se asombró aún más. Nunca le había ocurrido encontrarse con un animal tan corpu­lento y con las orejas tan largas. ¿Quién podía ser? El león se acercó al asno y lo saludó cortésmente:
-Buenos días, amigo, ¿de dónde vienes y cómo te llamas?
-Vengo de muy lejos y me llamo Archileón -respondió el asno.
-¿Archileón?
-Seguro, Archileón.
-Pero ¿eso significa que tú eres el reg de todos los leones?
-Claro, ningún animal en el mundo puede estar a mi altura.
-Si es así, oh, gran Archileón, unámonos en sociedad y así nos convertiremos en los más poderosos de todos los animales.
-Muy bien, de acuerdo -asintió el asno y se asoció al león.
Salieron de caza. Haciendo camino, llegaron a la orilla de un río. El león pasó de un salto a la otra orilla. El asno, en cambio, entró en el agua y estuvo a punto de que se lo llevase la corriente. Con gran esfuerzo, logró finalmente arrimarse a la otra orilla.
-Qué extraño -comentó el león: un animal tan fuerte no llega a cruzar un río. ¿Acaso no sabes nadar?
-¿Si yo sé nadar? -exclamó el asno. Nado mejor que un pez.
-¿Y por qué te has quedado en el agua tanto tiempo?
-Tú no has visto el pez gigante que llevaba enganchado a la cola. Imagínate que ha estado a punto de hundirme. Al final, he tenido que dejarlo escapar para alcanzarte.
El león se sorprendió de nuevo, pensó que Archileón era un cazador de primera línea y siguió adelante.
Poco después llegaron frente a un muro bastante alto. El león dio un salto y pasó al otro lado. Al asno, en cambio, le lle­vó una media hora larga trepar hasta el borde del muro y, cuan­do por fin llegó arriba, no sabía si ir hacia delante o hacia atrás.
-¿Qué haces ahí arriba? -gritó el león.
-¿No lo ves? -respondió el asno. Me estoy pesando. Quie­ro saber si es más pesada mi cabeza o mi cola.
Y al saltar, rodó en medio del polvo. El león meneó la cabe­za y dijo:
-Comienzo a sospechar que me has engañado y que no eres el gran forzudo que dices ser.
-¿Qué? Entonces veamos cuál de los dos logra derribar este muro.
El león se lanzó con las patas y la cabeza contra el muro, pero sólo consiguió hacerse unos chichones y el muro no se mo­vió. El asno, en cambio, se volvió, comenzó a dar coces al muro con las patas traseras y, en un abrir y cerrar de ojos, lo derribó.
-preguntó el asno. Y esto no es nada. Mira aquellos cardos. Seguro que si tú anduvieses entre de ellos te pincharías. Yo, en cambio, soy tan fuerte que incluso me los puedo comer.

-¿Estás convencido ahora de que soy más fuerte que tú?
En efecto, el asno se acercó a los cardos y se los comió como si fuese lo más sencillo del mundo.
El león se quedó muy asombrado y admitió:
-Veo, oh, gran Archileón, que eres verdaderamente más fuerte y más poderoso que yo. Conviértete, pues, en el rey de los leones.
Al día siguiente, el león convocó a una asamblea a todos los leones del bosque y el asno fue elegido, en aquella sesión rey de todos los animales.
Desde aquel día, el asno vivió como un rey. Y fue un rey bueno, amado por todos porque no hacía daño a nadie y no obligaba a pagar impuestos. Para alimentarse, le bastaba con unas hierbas y un manojo de cardos.
La pena es que los reges tan buenos como él también tengan que morir. Un día, los leones encontraron al asno muerto en me­dio del prado. Le hicieron todas las honras fúnebres, le consa­graron una sepultura propia de rey y lo lloraron largamente. Aún hoy, cuando se acuerdan de aquel buen monarca, los leones gritan y lloran con tanta fuerza que todos los animales escapan.

120. anonimo (francia-corcega)

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