Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de julio de 2012

Voy cargado con una montaña

Hace muchísimos años, vivía un hombre llamado Edú Mañé que se casó con una bella joven, por nombre Adá Oná; ambos vivían felices y contentos en su aldea de Nké-Nvem.
A este matrimonio pobre, pero honrado, Dios lo bendijo con cuatro hijos, cuyos nombres fueron, Nguema Edú, Esono Edú, Ondo Edú y Obama Edú.
Un día Edú Mañé se puso enfermo de muerte, y, después de dos días de penosa agonía, ese hombre honrado entregaba su alma al Creador.
La pérdida de su esposo supuso para Adá Oná y sus cuatro hijos un contratiempo irreparable. ¿Quién proveería, en adelante, a su subsistencia, si la herencia que les legaba el difunto era harto exigua? ¿Quién cuidaría de la educación y futuro de los cuatro niños que a la sombra del padre prometían perpetuar y enaltecer la familia?
Estas y otras preguntas, sin respuesta, provocaron una irrever-sible enfermedad en Adá Oná, que en pocos meses consumió su vida, como se agosta la yerba en la seca. Con la desaparición de la madre los cuatro muchachos quedaron completamente desamparados. ¿Quién cuidaría de ellos, si no tenían parientes directos?
Una noche, Edú Mañé apareció en sueños al primogénito y le dijo:
-Mañana con tus hermanos os dirigiréis al monte Nvom, situado al Norte de vuestra aldea. Al pie de la montaña, encontraréis una caja grande, envuelta en gruesos sacos.
En ella se encierra un tesoro, suficiente para que vosotros y vuestros descendientes podáis vivir holgadamente largos años. Cargad los cuatro con ella; no la abriréis hasta llegar a casa y eso con las puertas y ventanas bien cerradas. Si durante el viaje alguno os pregunta con qué vais cargados, le respondiréis: «VAMOS CARGADOS CON UNA MONTAÑA».
A la mañana siguiente, Nguema Edú contó a sus hermanitos la visión y el relato de su padre. Inmediatamente, contentos, emprendieron los cuatro hermanos la marcha hacia el monte del fabuloso tesoro.
Después de doce penosas horas de andar por los intrincados senderos del bosque, llegaron a las faldas del monte Nvom. A los pocos minutos de búsqueda, dieron con la anunciada caja, grande y rectangular, envuelta en burdos sacos. Cuatro gritos de alegría encontraron unísino eco en las vecinas montañas. En un principio, pensaron cargarla entre dos, con el fin de irse relevando, pero fue inútil: la caja pesaba demasiado. Cortaron dos resistentes ramas y a modo de angarillas, la pusieron sobre sus tiernos hombros. El camino de regreso les resultaba naturalmente, más largo y dificultoso que el de ida.
Cuando pasaban por el primer poblado, uno de los vecinos, admirado del esfuerzo que acusaba el rostro de los portadores, les preguntó:
-¿Qué lleváis ahí que pesa tanto? Nguema Edú le respondió:
-«VOY CARGADO CON UNA MONTAÑA».
Esta respuesta egoísta llenó de indignación a los hermanitos; pero se repusieron prontamente, pensando que se trataba de un lapsus de su hermano.
Al pasar por la segunda aldea, varias personas, reunidas en la casa de la palabra, quedaron sorprendidas, al contemplar el aspecto cansado y sudoroso de los cuatro hermanos, oprimidos por la pesada caja. El de más edad les preguntó:
-¿Qué lleváis ahí, que pesa tanto?
Nguema Edú contestó, al instante:
-«VOY CARGADO CON UNA MONTAÑA».
Idéntica escena se repitió, al cruzar un río, en cuyas claras aguas las mujeres lavaban la ropa; y con dos curiosos viandantes a quienes cruzaron en el camino... siempre Nguema Edú:
-«VOY CARGADO CON UNA MONTAÑA, VOY CARGADO CON UNA MONTAÑA».
Faltaban sólo dos kilómetros para llegar a Nke-Nvem. Los hermanitos solidariamente y sin previo concierto soltaron la caja que cayó pesada al suelo, al tiempo que unánimemente increpaban a su hermano:
-Los cuatro hemos ido en busca del tesoro; los cuatro lo encontramos y preparamos su transporte; los cuatro soportamos el peso de la caja... pero, siempre que hemos sido interrogados, tu contestación ha sido la misma:
-«VOY CARGADO CON UNA MONTAÑA; VOY CARGADO CON UNA MONTAÑA».
Quédate, pues, con tu carga; nosotros nos vamos: Y lo dejaron solo, sin esperar respuesta.
Nguema Edú intentó, desesperadamente, llevar solo la pesada y preciosa carga. Varias fueron las tentativas, mas el resultado fue siempre el mismo: ¡imposible!
La prohibición de abrir la caja en el camino era tajante. ¿Qué hacer, pues? ¿Saldría, por una vez, falso el hado? Nguema Edú, espantado y temeroso, hizo pedazos la misteriosa caja, y ¡oh dolor!, vio cómo se esfumaban, plata, oro y piedras preciosas en cantidad asombrosa.
El egoísmo y la ambición no sólo dañan a nuestros semejantes, sino también a nosotros mismos.

111. anonimo (guinea ecuatorial)

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