Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de julio de 2012

Victoria de la tortuga

Ndjambu estaba casado con dos mujeres: una era sorda y la otra ciega. Esta última perdió pronto la confianza del codicioso marido, porque resultaba inútil para trabajar las fincas y cumplir con las labores del hogar. Por ello, la pobre ciega se sentía abandonada y era desgraciada.
Ndjambu tenía una hermosa finca de castaños que su mujer sorda cuidaba con mimo. La vigilaba celosamente, y prometía castigar, incluso con la muerte, a quien osase «picar» una sola castaña.
A cinco kilómetros de la finca, diversas familias de animales domésticos habían convertido en sus guaridas las viejas casuchas de un poblado, años hacía, abandonado. Los habitantes habían tenido que abandonarlo por la extrema pobreza de sus fincas y la escasez de agua en tiempo de la seca. Los animales tenían que irse lejos para buscar de comer.
La astuta tortuga, en una de sus habituales correrías de aprovisio-namiento, descubrió el fructífero castañal. En adelante, no correría otro camino para el abastecimiento de la familia: de casa, a la finca de Ndjumbu, y desde aquí a casa.
El perro, que vivía vecino de la tortuga, miraba con ojos, grandes como platos, lo bien nutridos que estaban los hijos de su vecina, y que en su secadero nunca faltaban sabrosas comidas; en cambio, él y su familia estaban a punto de transirse de hambre.
Cierto día, el perro ya no podía más, y se dirigió a la tortuga con voz suplicante:
-Amiga tortuga, ¿dónde encuentras comida para los tuyos? ¿Me permitirías acompañarte para traer de comer para los míos?
La sagaz tortuga le respondió:
-Cuando las castañas caen del árbol y golpean mi caparazón, yo me aguanto y no grito, por miedo al dueño del castañar; tú, en cambio, armarías mucho escándalo y nos descubrirían. No puedes venir conmigo.
No satisfizo esta respuesta al perro, que tramó la estratagema de seguir a la tortuga en sus razias. Una noche, mientras ésta dormía a pierna suelta, observó el perro que tenía el bolso colgado dell secadero de la cocina. Con precaución y disimulo, metió en él unos puñados de ceniza.
Las últimas estrellas hacían sus guiños de adiós a la aurora, cuando la diligente tortuga enfiló el camino hacia el castañal de Ndjambu, con el bolso al hombro.
A medida que daba menudos saltitos, la fina ceniza caía del bolso, y dibujaba una línea pardusca.
Los primeros rayos del sol despertaron al perro, que había velado por la noche. Siguiendo despacio el hilo conductor de la ceniza, se topó de narices con la tortuga, hacia las nueve de la mañana, en la finca de Ndjambu.
Al verlo, la cara de la vieja tortuga se arrugó como un mar agitado; con todo, disimuló y dijo al can:
-Calla y aguanta, si no estamos perdidos.
Así lo hizo el primero y segundo día: las púas punzantes de las castañas no le arrancaron ni un solo alarido. Al ser dos los ladrones, las consecuencias del hurto eran más notorias para Ndjambu, por eso decidió intensificar la vigilancia.
Cierto día, al primer canto de la perdiz, escondióse entre el bicoro, cercano a la finca. A la hora de costumbre, llegaron los hurtadores. Comenzaron a «picar» castañas y, a un momento dado, lanzó tal ladrido el perro, que atemorizó a su compañera y alertó a Ndjambu, que en dos zancadas se plantó en el lugar del latrocinio.
Huyó el perro, rabo entre piernas, como alma que lleva el diablo, pero la lenta tortuga quedó prisionera. Felizmente, Djambu había descubierto a los culpables, y tenía con qué darse un banquete. Al llegar a casa, llamó a sus mujeres y les dijo:
-Esta, junto con el perro, son los causantes del hambre que estamos sufriendo: ellos eran los que nos saqueaban la finca. La vais a guisar con el pollo grande que me trajo el amigo Njula. La aderezáis con salsa de dátiles y con el plátano más maduro de la huerta. Entre tanto, voy a llamar a Njula, para comer juntos.
Apenas salido Djambu, la artera tortuga habló así a las mujeres.
-Habéis oído lo que dijo vuestro marido; traedme el pollo para que lo mate; lo preparáis rápido y bien, pues desfallezco de hambre.
-Tú y el pollo -replicó la ciega- iréis al puchero, para acabar luego en el estómago de Djambu y Njula.
Como si no hubiese oído a la ciega, la tortuga, a gritos y por señas convenció a la sorda, quien cocinó el pollo, que, en un santi-amén, comió la tortuga, lamiendo incluso la salsa de dátil y plátano.
Después de haber comido, dijo a la sorda:
-Llévame al río, pues quiero bañarme.
Sin hacerse rogar, la sorda acompañó a la tortuga al cercano río. Al poco rato de haber salido, llegaron Djambu y Njula a darse un buen banquete. La noticia de lo ocurrido cayó sobre ambos, como fría losa sepulcral.
Sin perder tiempo, se encaminaron al río, a cuya orilla estaba la sorda deshecha en lágrimas.
-¿Qué ha pasado? ¿Dónde está la tortuga?, -preguntó azarado Djambu.
Su mujer le pormenorizó lo ocurrido y cómo la tortuga quiso exhibirse en un baile muy bonito y, mientras bailaba, se fue alejando río abajo.
Djambu echó a correr, río abajo, hasta el pantalón, donde amarraba el cayuco transbordador. Cruzaban en él la tortuga y el cocodrilo, a quien ese día tocaba el turno de trasladar a los viajeros. Djambu comenzó a gritar al cocodrilo, para que regresara con la tortuga; pero como es sordo, por naturaleza, preguntó a la tortuga qué quería Djambu.
-¿No ves ese tornado que llega amenazante?, -explicó la tortuga. Pues dice Ndjambu que me dejes rápidamente en la otra orilla y que vuelvas a casa.
Remaba el cocodrilo con más ahínco y hacía señas de paciencia a Djambu, que no cesaba de desgañitarse, inútilmente.
Después de dejar a la tortuga en la otra orilla, regresó al lado de Djambu y le dijo:
-Corramos a tu casa, antes que nos cale la negra tormenta que trae en brazos el tornado.
-¿Cómo quieres que te dé cobijo?, -respondió Djambu, después que libraste de mis iras a la enemiga tortuga.
Sin enterarse, el sordo cocodrilo le cortó, diciendo:
-La tortuga es muy buena; es el único amigo que me ayuda en este mal momento que estamos pasando, por falta de comida. Camina despacio acio la pobre... y me he apresurado a pasarla del otro lado, para que no la coja el tornado.
Con el silencio en los labios y la venganza en el pecho regresó Djambu a su casa; llamó a la sorda que pagó su falta con el precio de su vida. A partir de ese día, la mujer ciega cobró la amistad de Djambu.

111. anonimo (guinea ecuatorial)

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