Había un matrimonio de labradores
que eran los dos tan pequeños que la gente los conocía por el apodo de «los
cañamones». Eso a ellos no les incomodaba, pero, en cambio, se lamentaban de no
tener hijos.
Cuando los oían lamentarse, la
gente les decía:
-Y para qué queréis un hijo, si va
a ser un cañamón.
Y los dos respondían:
-Bueno y qué; pues, cañamón y todo,
queremos tener un hijo.
Y así fue que Dios les concedió un
hijo y nació tan pequeño como un cañamón; le llamaron Periquillo y, como no
creció ni una cuarta más, con Periquillo se quedó.
Conque pasó el tiempo y Periquillo
fue cumpliendo años tan diminuto como siempre, pero era un muchacho
voluntarioso que no se arredraba por ser tan pequeño. Un día que su padre se
había ido a trabajar al campo desde por la mañana temprano, le dijo a su madre,
que estaba preparando la burra con la comida para llevársela a su padre:
-Madre, déjeme a mí la burra, que
yo le llevo la comida a padre.
Y la madre le contestó:
-¿Cómo se la vas a llevar tú, con
lo pequeño que eres?
Y Periquillo le contestó:
-Usted termine de prepararla, que
yo la llevo.
La madre puso la albarda a la burra
y metió la comida en ella junto con otras cosas que el padre necesitaba.
Y en cuanto hubo acabado de hacer
esto, Periquillo saltó a la albarda, trepó por ella, corrió por el cuello de la
burra, se instaló en una de sus orejas y le dijo tranquilamente:
-¡Arre, burra!
La burra echó a andar. E iban los
dos por el camino cuando aparecieron tres ladrones detrás de una peña y se
dijeron:
-Vamos por esa burra, que va sola.
Periquillo, que les oyó porque
tenía un oído muy fino, dijo con voz muy fuerte para que le oyeran:
-¡Al que se acerque a la burra lo
mato y lo descuartizo!
Y la burra aceleró el paso, pero
los ladrones se quedaron quietos tratando de adivinar dónde se escondía el que
les había hablado.
Conque llegó Periquillo a donde
estaba su padre trabajando y le dijo:
-Ea, padre, que aquí le traigo su
comida.
Y el padre, que sólo veía a la
burra albardada, dijo:
-¿Dónde estás, hijo, que no te veo?
-pues había reconocido su voz.
Y Periquillo le contestó:
-Que estoy aquí, en la oreja de la
burra -y salió y se apeó de un salto.
Entonces le dijo Periquillo a su
padre:
-Padre, ¿le hago unos surcos
mientras usted come?
Y dijo el padre:
-¿Y cómo los vas a hacer? Con lo
pequeño que eres tú, no puedes con los bueyes.
-Que sí que puedo -contestó el
niño.
Y mientras su padre comía, se subió
al yugo que uncía a los bueyes y empezó a darles voces a los animales.
Al oírlo, los bueyes echaron a
andar e hicieron un surco, y volvieron e hicieron otro, y así sucesivamente,
yendo y viniendo y haciendo surcos hasta que su padre terminó de comer. Y ya,
luego, siguieron toda la tarde juntos hasta la hora de ponerse el sol, en que
se volvieron todos a casa. El padre metió los bueyes en la cuadra y preparó el
forraje de unos y otros, y Periquillo, que estaba muy cansado, se echó en el
pesebre del buey Colorao y se quedó dormido. Y el buey Colorao empezó a comer y,
sin darse cuenta, se tragó a Periquillo.
En esto llegó la hora de cenar y
llamaron al niño, pero por más que lo buscaban el niño no aparecía por ninguna
parte. Empezaron a buscarlo por toda la casa y cuando el padre pasó por la
cuadra oyó a Periquillo que hablaba desde dentro del buey y le decía:
-Padre, mata al buey Colorao, que
se me ha comido entero.
Conque el padre sacó el buey al
campo, lo mató y lo abrió con un cuchillo, pero por más que miró en las tripas
y en todas partes, no encontró a Periquillo; y allí se quedó el buey muerto
hasta que acertó a pasar un lobo que merodeaba por el pueblo y que se zampó las
tripas del buey y a Periquillo con ellas.
Al día siguiente iba el lobo
buscando ganado para comer y Periquillo, que lo sintió, empezó a gritar:
-¡Pastores, que viene el lobo!
Los pastores, que oyeron sus voces,
rodearon al lobo y lo mataron a bastonazos. Cuando lo hubieron matado,
empezaron a abrirlo con sus cuchillos y Periquillo, desde dentro, les decía que
anduvieran con cuidado, no fueran a herirle a él, pero por más que miraron los
pastores, no vieron a Periquillo. Entonces uno de los pastores decidió hacerse
un tambor con la piel del lobo para acudir con él a las fiestas de su pueblo, y
Periquillo se quedó metido dentro del tambor sin que nadie se diera cuenta.
El pastor guardó el tambor junto a
una enorme encina y se fue con los otros. Periquillo se dedicó a rascar la piel
del tambor con todas sus fuerzas y, poco a poco, consiguió abrir un pequeño
agujero por el que asomar la
cabeza. Y cuando la asomó vio venir a dos ladrones cargados
con un gran talego de dinero, que lo escondieron en el hueco de la encina y
antes de marcharse dijeron:
-Aquí estará seguro esta noche y
mañana nos repartiremos el dinero.
Así que desaparecieron, Periquillo
sacó la cabeza del tambor y luego el cuerpo haciendo fuerza y en cuanto estuvo
fuera, echó a correr para su casa. Y allí estaban sus padres, tristes y
desconsolados, que se pusieron tan contentos cuando vieron llegar a Periquillo
sano y salvo. Entonces Periquillo les contó todo lo que le había pasado desde
que se lo comiera el buey y también lo que había visto de los ladrones.
Conque su padre y él se fueron
hasta la encina, sacaron el talego escondido, vieron que estaba lleno de
monedas de oro y se lo llevaron a casa. Y el padre compró otro buey como
Colorao y aún les sobró dinero para comprar muchas más cosas que necesitaban.
003. anonimo (españa)
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