Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 7 de julio de 2012

Perico y el gigante

280. Cuento popular castellano

Había en un pueblo un matrimonio que tenían un hijo. Y en el pueblo le tenían por tonto, y le llamaban Perico el Tonto. Y se murió el padre. Y un día Perico la dijo a su madre que había oído decir que había en la sierra un gigante que mataba a todos los criados que tenía. Y dijo que iba a ir él, a ver si le mataban a él también.
Y fue y compró un queso blando y se le metió debajo de la chaqueta. Y cuando llegó allí, comenzó a hablar al gigante. Y le dijo el gigante que le iba a matar. Y entonces Perico sacó el que­so y le dejó caer. Y luego le cogió y le apretó en la mano, y se salían los cachos por entre los dedos.
Y el gigante creía que había cogido una piedra, y fue él y co­gió una piedra y la apretó, y no señalaba siquiera los dedos en la piedra. Luego decía el gigante entre sí que a éste no lo podría matar, que ése tenía más fuerza que él.
Y ya después se estuvieron hablando y se ajustó de ir de cria­do con él. Y lo primero que le mandó fue que cogiera un pellejo de vaca y fuera a la fuente por agua. Y Perico no podía con él casi vacío. Y fue y se puso a clavar estacas alrededor de la fuente. Y de que tardaba tanto, fue el gigante a buscarle, y dijo:
-¿Qué estás haciendo, hombre?
-Pues, si tengo que venir todos los días por agua -dice, me llevo la fuente a casa, y así no tengo que venir todos los días. Y le dijo el gigante:
-No, hombre, no, que dejas el pueblo sin agua.
Cogió el gigante el pellejo, le llenó de agua, se le cargó al hom­bro, y le llevó a casa. Y Perico detrás de él. Y luego le mandó el gigante:
-Ahora coge. una soga y vete a por un pino al monte.
Y cogió, llegó al monte, y comenzó a atar todos los pinos de
la punta con la soga. Y de que tardaba tanto, dijo el gigante:
-Voy a ver qué estará haciendo Perico, porque siempre está haciendo alguna diablura.
Y cogió y fue al monte. Y cuando llegó allí y le vio, le pre­guntó:
-Pero ¿qué estás haciendo?
Dice Perico:
-He pensado que por venir todos los días a por pinos, me llevo el pinar a casa y así no tengo que venir. Y dice el gigante:
-No, hombre, no. Con un pino tengo yo bastante ahora.
Y cogió el gigante y arrancó un pino, se le echó al hombro y vino a casa. Y Perico detrás de él. Y cuando llegó a casa, la dijo a su mujer que a ése no le podía matar, que tenía más fuerza que él.
-Como no sea esta noche -dice, que le clave una navaja cuando esté dormido.
Y Perico lo estaba oyendo. Y cogió e infló un pellejo y le me­tió en la cama. Y él se metió debajo de la cama. Y a medianoche el gigante cogió la navaja y se la fue a clavar. Llegó a la cama, dio una cortada al pellejo. El pellejo echó un poco de aire, hizo ¡fff!, y el gigante creyó que le había matado. Y dijo a la mujer que le había matado, que nada más había echado un poco de aire por la boca, que al día siguiente tenían que levantarse pronto y tirar la sangre para que no la viera nadie.
Ya al día siguiente se levantó Perico antes que ellos. Y los dio los buenos días. Entonces le dijo la mujer del gigante al gigante que cómo decía que le había matado, si se había levantado antes que ellos. Dijo el gigante que sí que le había matado, y dice la mujer:
-No le puedes haber matado si está aquí.
-Pues, deja -dice, que hoy vamos a probar las fuerzas.
Y cogió el gigante una barra que no la podían mover cien hombres. La cogió y la tiró veinte metros. Y le mandó a Perico que fuera por ella; pero dijo Perico:
-Ande, que yo no voy. El que la haya tirado que vaya por ella.
Y luego fue el gigante y se la trajo. Y dijo Perico que si cogía la barra, que iba a ir por Rusia, Alemania y Francia, y que iba a pegar a la madre del gigante en la panza. Y ya le cogió la barra el gigante y la escondió para que no la cogiese Perico. Y luego fue a casa y dijo a la mujer que Perico tenía mucha más fuerza que él, que no le podía matar. Y le dice la mujer:
-Pues, anda, mándale que vaya con los gorrinos al campo.
Y fue y se los llevó. Y pasó por allí uno que iba a la feria a comprar gorrinos. Y dice Perico al que iba a comprar gorrinos:
-¿Dónde vas por ahí?
Le contestó que a comprar gorrinos a la feria. Y le dijo Perico que él le vendía los que tenía; que se los vendía, pero que le te­nía que dejar todos los rabos. El otro aceptó, se los vendió, y los rabos los enterró en un barranco. Y fue a casa y le dijo al gigante que los gorrinos se le habían metido en un barranco, y que tiraba y sólo salían los rabos. 
Y dice el gigante:
-Bueno. Pues, voy a ir yo a ver si los saco.
Y fue el gigante y tiraba y no salían más que los rabos. Y le mandó a casa y le dijo:
-Di al ama que te dé una pala y un. azadón.
Y fue y la pidió una sarta de chorizos y cincuenta pesetas. Y luego Perico se echó a correr a casa. Y de que tardaba tanto, el gigante volvió a casa y preguntó a su mujer que si dónde estaba Perico.
-Pues, aquí ha venido -dice. Me ha pedido cincuenta pe­setas y una sarta de chorizos.
Y entonces el gigante echó a correr detrás de Perico a ver si lo alcanzaba. Y Perico, cuando iba a llegar al pueblo, se encontró a una mujer que iba a tirar el vientre de una oveja, y la dijo que si la iba a tirar, que él se le compraba. Y la dio dos reales por él. Y se le metió entre la chaqueta. E iba un hombre corriendo con un caballo y le dijo Perico que le dijera al gigante que si le quería alcanzar, que se diera una cortada en el pecho y otra en el vien­tre, y que así corría más para cogerle. Y Perico entonces se dio la cortada y cayó el vientre de la oveja.
Y echó a correr. Y entonces el del caballo se encontró al gi­gante. Y le dijo que le había dicho Perico que si le quería coger.
-Pues, si tengo que venir todos los días por agua -dice, me llevo la fuente a casa, y así no tengo que venir todos los días. Y le dijo el gigante:
-No, hombre, no, que dejas el pueblo sin agua.
Cogió el gigante el pellejo, le llenó de agua, se le cargó al hom­bro, y le llevó a casa. Y Perico detrás de él. Y luego le mandó el gigante:
-Ahora coge una soga y vete a por un pino al monte.
Y cogió, llegó al monte, y comenzó a atar todos los pinos de la punta con la soga. Y de que tardaba tanto, dijo el gigante:
-Voy a ver qué estará haciendo Perico, porque siempre está haciendo alguna diablura.
Y cogió y fue al monte. Y cuando llegó allí y le vio, le pre­guntó:
-Pero ¿qué estás haciendo?
Dice Perico:
-He pensado que por venir todos los días a por pinos, me llevo el pinar a casa y así no tengo que venir. Y dice el gigante:
-No, hombre, no. Con un pino tengo yo bastante ahora.
Y cogió el gigante y arrancó un pino, se le echó al hombro y vino a casa. Y Perico detrás de él. Y cuando llegó a casa, la dijo a su mujer que a ése no le podía matar, que tenía más fuerza que él.
-Como no sea esta noche -dice, que le clave una navaja cuando esté dormido.
Y Perico lo estaba oyendo. Y cogió e infló un pellejo y le me­tió en la cama. Y él se metió debajo de la cama. Y a medianoche el gigante cogió la navaja y se la fue a clavar. Llegó a la cama, dio una cortada al pellejo. El pellejo echó un poco de aire, hizo ¡fff!, y el gigante creyó que le había matado. Y dijo a la mujer que le había matado, que nada más había echado un poco de aire por la boca, que al día siguiente tenían que levantarse pronto y tirar la sangre para que no la viera nadie.
Ya al día siguiente se levantó Perico antes que ellos. Y los dio los buenos días. Entonces le dijo la mujer del gigante al gigante que cómo decía que le había matado, si se había levantado antes que ellos. Dijo el gigante que si que le había matado, y dice la mujer:
-No le puedes haber matado si está aquí.
-Pues, deja -dice, que hoy vamos aa probar las fuerzas.
Y cogió el gigante una barra que no la podían mover cien hombres. La cogió y la tiró veinte metros. Y le mandó a Perico que fuera por ella; pero dijo Perico:
-Ande, que yo no voy. El que la haya tirado que vaya por ella.
Y luego fue el gigante y se la trajo. Y dijo Perico que si cogía la barra, que iba a ir por Rusia, Alemania y Francia, y que iba a pegar a la madre del gigante en la panza. Y ya le cogió la barra el gigante y la escondió para que no la cogiese Perico. Y luego fue a casa y dijo a la mujer que Perico tenía mucha más fuerza que él, que no le podía matar. Y le dice la mujer:
-Pues, anda, mándale que vaya con los gorrinos al campo.
Y fue y se los llevó. Y pasó por allí uno que iba a la feria a comprar gorrinos. Y dice Perico al que iba a comprar gorrinos:
-¿Dónde vas por ahí?
Le contestó que a comprar gorrinos a la feria. Y le dijo Perico que él le vendía los que tenía; que se los vendía, pero que le te­nía que dejar todos los rabos. El otro aceptó, se los vendió, y los rabos los enterró en un barranco. Y fue a casa y le dijo al gigante que los gorrinos se le habían metido en un barranco, y que tiraba y sólo salían los rabos. Y dice el gigante:
-Bueno. Pues, voy a ir yo a ver si los saco.
Y fue el gigante y tiraba y no salían más que los rabos. Y le mandó a casa y le dijo:
-Di al ama que te dé una pala y un, azadón.
Y fue y la pidió una sarta de chorizos y cincuenta pesetas. Y luego Perico se echó a correr a casa. Y de que tardaba tanto, el gigante volvió a casa y preguntó a su mujer que si dónde estaba Perico.
-Pues, aquí ha venido -dice. Me ha pedido cincuenta pe­setas y una sarta de chorizos.
Y entonces el gigante echó a correr detrás de Perico a ver si lo alcanzaba. Y Perico, cuando iba a llegar al pueblo, se encontró a una mujer que iba a tirar el vientre de una oveja, y la dijo que si la iba a tirar, que él se le compraba. Y la dio dos reales por él. Y se le metió entre la chaqueta. E iba un hombre corriendo con un caballo y le dijo Perico que le dijera al gigante que si le quería alcanzar, que se diera una cortada en el pecho y otra en el vien­tre, y que así corría más para cogerle. Y Perico entonces se dio la cortada y cayó el vientre de la oveja.
Y echó a correr. Y entonces el del caballo se encontró al gi­gante. Y le dijo que le había dicho Perico que si le quería coger, que se diera una cortada en el pecho y otra en el vientre, y así le alcanzaba. Y el gigante se dio la cortada y se mató. Y Perico llegó a su casa y él y su madre vivieron muy felices.

Sepúlveda, Segovia. Ascensión de Antonio. 2 de abril, 1936. 13 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)

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