Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de julio de 2012

Mbá el aventurero

Éranse dos reyes: uno tenía su corte en Asia y el otro la tenía en África. El primero tuvo siete hijos varones y el segundo, siete hijas. Aquél dijo a sus hijos, cuando eran pequeños:
-No os podréis casar sino es con siete hermanas, hijas de padre y madre.
El mismo precepto había dado el rey africano a sus hijas. Pasaron los años, y llegó a los hijos e hijas reales el momento de tomar matrimonio. Los varones se presentaron ante su padre, el rey, y le dijeron:
-Con tu permiso, queremos irnos a buscar a las mujeres que, según tus disposiciones, pueden ser nuestras esposas.
Recorrieron provincias, naciones y continentes, sin encontrar una familia que tuviese siete hijas de padre y madre. Cansados ya de peregrinar en balde, regresaron a su país de origen; cuando he aquí que al cruzar un ameno soto, oyeron voces y gritos femeninos: eran varias jóvenes que alegres se bañaban en un límpido y apacible río. El número de las chicas era de siete, precisa-mente.
-Buenos días, -dijo, en nombre de todos, el primogénito.
-Muy buenos, -contestaron todas a coro.
-¿Sois, acaso, hermanas todas de padre y madre?
-Así, es, -respondió la más pequeña y no menos avispada de las hermanas.
-También nosotros somos hermanos de padre y madre, -replicó el primogénito... Y les contó la orden que tenían de su padre.
-Idéntico mandato nos ha dado nuestro padre el rey, repuso ahora la mayor de las hermanas.
Nunca mejor ocasión para que unos y otros cumpliesen con la voluntad paterna y los deseos personales: acordaron, pues, que se casarían, siguiendo rigurosamente el orden de edad. Por parejas, del brazo y con muestras de juvenil alegría, se presentan ante el rey, padre de las hijas:
-Hoy se ha cumplido el precepto que nos diste, -le dijeron. Hemos encontrado a estos siete hermanos de padre y madre. te los presentamos para que nos permitas tomarlos por maridos.
-Bien, -respondió el rey, mañana es lunes; el primogénito será la primera víctima. El martes, lo será el segundo, y así sucesivamente... hasta llegar al menor de los hermanos que se llamaba Mbá.
La voluntad del rey fue cumplida puntual y rigurosamente. Día a día, iban desapareciendo los hermanos de Mbá. El sábado llamó a éste el rey y le dijo:
-Prepárate, pues mañana te toca el turno.
Este mismo día por la tarde, la novia de Mbá le dijo:
-Ruega a mi padre que ordene llenar de cubos de agua la habitación donde dormimos.
Así lo hizo y la habitación quedó repleta de agua. Por la noche, a la hora de dormir, la novia se presentó con un pico y una pala. Durante toda la noche, ambos practicaron una profunda galería que comunicaba con la parte exterior del palacio... y por ella se evadieron... Después de una larga y penosa caminata, por dificiles senderos, llegaron a orillas de un caudaloso río.
Ya los gallos quebraban albores, y el rey estaba deseoso de acabar con el séptimo de los hermanos. Envió a su guardia, tal como hiciera otros días, a la habitación de Mbá. Pero regresó con la nueva de que ni él ni su hija estaban en la habitación.
Furioso, el rey destacó un batallón de soldados, para que fuera en persecución de los fugitivos. Por suerte, cuando los soldados llegaron al río, Mbá y su novia eran conducidos al otro lado por el tripulante de un cayuco. El jefe del ejército gritaba al tripulante que regresase a la orilla. El tripulante, que era un poco sordo, preguntó a la joven:
-¿Qué ordena el jefe?
-Que bogues más rápido, para evitar el chaparrón que nos amenaza, -replicó la joven.
Así, los soldados tuvieron que regresar al palacio real y confesar su fracaso.
La joven pareja anduvo aquel día más de cuarenta kilómetros por lugares enmarañados y no acostumbrados a la planta humana. Aprestábase el sol a despedirse de los mortales; Mbá ya no podía más. Durante unos instantes quiso reposar su dolorida cabeza en las rodillas de la joven princesa, cuando una mortífera serpiente dejó inerte al joven en brazos de su novia. Esta rompió a llorar y a implorar el auxilio de lo alto.
Inesperadamente, se presentó ante ella una joven, como de dieciséis años.
-¿Cuál es la causa de tus llantos y ruegos?
No resulta difícil averiguarla, -le respondió, mostrándole el cuerpo inerte de Mbá. Y le contó, por menudo, su odisea.
-La recién llegada sacó de su cofrecito ungüentos misteriosos que aplicó a Mbá quien repentinamente recobró la vida.
-¿Qué te debemos, a cambio de este favor?, -preguntó la novia de Mbá.
-Únicamente que consintáis en que yo sea la segunda mujer de Mbá.
-Sea así, -respondieron ambos, y prosiguieron los tres el viaje. Ya llevaban recorridos más de dos mil kilómetros, cuando llegaron a un país donde el rey había prohibido la existencia de varones.
Mbá y sus dos mujeres recorrieron curiosos el extraño país, habitado únicamente por mujeres, gobernadas por un rey. Mbá, a su vez, era objeto de las inquisidoras miradas femeninas.
El rey fue informado por sus espías de que en la casa de la palabra de la capital del reino se encontraba un varón con dos mujeres. No quiso el rey aparentar cruel con los extranjeros; por eso, envió una embajada para que comunicase a Mbá:
-«Mañana el rey te formulará tres preguntas; si no las aciertas, perderás la vida. En cambio, si las respondes correctamente, morirá el rey y tú ocuparás el trono.
Mientras Mbá descansaba, custodiado por las mujeres soldados, el Hada del rey llamó a la segunda mujer de Mbá y le entregó las respuestas a las tres preguntas, preparadas por el rey. La joven sacó del bolsillo tres monedas de oro y se las entregó al Hada, en recompensa. Antes del amanecer, ya Mbá sabía de memoria lo que tenía que contestar.
Eran las ocho de la mañana, cuando el rey con su escolta mujeril fue al encuentro de Mbá para formularle las enigmáticas preguntas:
-¿Qué es lo que hay en la casita del rey?, -preguntó éste con tranquilidad.
-Allí está su abuela, con la que su Majestad suele comer personas por la noche, -respondió con seguridad Mbá.
-Bien, -dijo el rey. Vamos por la segunda: ¿Qué tengo yo en mi habitación?
-Una aguja de cuatro puntas, -se apresuró a decir Mbá.
El rey turbado ya, casi no acertaba a expresar la tercera pregunta, pero, albergando aún un rayo de esperanza interrogó:
-¿Con qué bebo vino y qué colores tiene?
-Es un vaso de tres colores: rojo, azul y negro, -concluyó Mbá.
El propio rey había firmado su sentencia; lo mataron y en su lugar subió Mbá. El Hada del rey se convirtió en la tercera esposa de Mbá.
Mbá tuvo varios hijos con cada una de las mujeres. Vivieron felices muchos años, al cabo de los cuales Mbá murió rodeado del afecto de los suyos. Pero ahora se presenta esta pregunta al lector: ¿Cuál de los tres primogénitos que tuvo con cada mujer debería sucederle en el trono?

111. anonimo (guinea ecuatorial)

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