Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

sábado, 7 de julio de 2012

María sibidi


277. Cuento popular castellano

Ésta era una señora muy rica y viuda de un médico, que vivía en un castillo con su criada. Y la criada se llamaba María Sibidí. La criada, desde el castillo, observó que parecía que se veía una cueva enfrente del castillo, y como era muy atrevida, se decidió ir a ver lo que era aquello.
Y un día talió a tirar la ceniza de la lumbre por ese sitio y se llegó a ver lo que era aquello. Y se encontró con una puerta me­dio vuelta en el suelo. La abrió, bajó por una escalera y se encon­tró con que era una cueva de ladrones. Entró y vio que tenían preparada la comida para ocho o diez hombres. Y como era muy mala, tuvo la idea de echar la ceniza en la comida. Fue y echó la ceniza en la comida, subió y se volvió a su casa. Y se lo contó a su señora.
-Ahora sé dónde tienen su guarida los ladrones.
Cuando volvieron los ladrones a cenar, vieron que estaba es­tropeada la cena y dijeron:
-Aquí ha andao una persona, y hay que saber quién ha sido. Ya acordaron que se quedase uno de centinela a ver si la co­gían.
Y efectivamente, al día siguiente, se quedó uno de los ladro­nes de centinela. Y la criada volvió a hacer la misma operación. Vuelve a la cueva; pero al ir a echar la ceniza en la comida de los ladrones, el que estaba allí escondido la cogió de la mano y la dijo:
-Ah, tuna, ¿eres tú la que nos estropeabas la comida? Ahora nos las vas a pagar todas juntas.
Y la cogió y la ató. La criada, mientras tanto, estaba pensan­do cómo se salvaría. Y según estaba atada, le pidió permiso al ladrón para que la dejara ir a hacer una necesidad. Y el ladrón la dijo que la hiciera allí, delante de él. Y ella dijo que la daba mucha vergüenza, que la atara por la muñeca y que la diera si­quiera un poco de cuerda para irlo a hacer detrás de la cueva.
Y ella, al dar la vuelta a la esquina de la cueva, desató la cuer­da de la muñeca y la ató a una encima que había detrás de la cueva y escapó para el castillo. Y el que la tenía atada, de vez en cuan­do tiraba de la cuerda. Y como no venía el cordel, decía para sí:
-Está ahí. Está ahí.
Bueno. Pero ya cansao de que no venía, fue a mirar y se en­contró con que estaba sola la cuerda atada al pino.
Vinieron los compañeros por la noche. Y se lo contó el que se había quedado -que era la criada del castillo, que la había tenido atada; pero que le había engañao y se le había escapao. Y le dijeron los compañeros que cómo había sido tan tonto para dejarla otra vez escapar.
Entonces el capitán decidió fingirse de pobre para ir a pedir en casa de la señora del castillo y así poder robar y matar a la criada. Llegó a pedir limosna y preguntó si le daban -posada para pasar allí la noche. La señora, temerosa, no quería recibirle; pero la criada se empeñó y hizo a la señora que le recibiera en el pajar.
Pero estando cenando, a la criada la entró compasión del po­bre y la dijo a la señora que daba lástima que ellas estuvieran calentándose al fuego y que el pobre estuviera muerto de frío en el pajar. Y rogó a la señora que le dejara que entrara con ellas. Y la señora no quería; pero la criada insistía y por fin la conven­ció. Y le mandaron pasar a cenar con ellas. Y después de cenar, el pobre las dijo:
-Como han sido ustedes tan caritativas conmigo, yo también quiero darlas estos higos de postre.
Y las dio unos higos que eran dormideros. La señora los co­mió y al punto quedó dormida; y la criada sospechó que aque­llos higos eran para adorme-cerlas y hizo como que los comía y los metió en el pecho. Pero fingió que se quedaba dormida como su señora.
Y el pobre, en cuanto vio que estaban dormidas, subió por la escalera de la sala de la señora y salió al balcón y tocó un pito. Pero la criada, que veía lo que hacía, se descalzó y subió tras de él. Y estando tocando el pito, pues le cogió de una pierna y le tiró por el balcón.
Vinieron los compañeros -que eran una cuadrilla de bandoleros- y se encontraron con su compañero tendido en el suelo, lleno de heridas. No tuvieron más remedio que cogérsele y lle­vársele a su cueva.
Bajó la criada y contó a la señora lo que había sucedido. Y la dice:
-¡Ay, señora, que comería usted los higos que nos dio el pobre! Pues era un ladrón, que se había fingido de pobre para matarnos. Si yo hubiera hecho lo mismo, nos hubieran matao. Pero yo me fingí la dormida. Y nada más ver que estábamos dor­midas, se subió al balcón para llamar a sus compañeros. Pero yo me fui tras de él y le tiré por el balcón. Vinieron sus compar ñeros y le recogieron y se le llevaron.
Y el ama la reprendió por haber querido ella recoger al pobre.
Al día siguiente dice la criada:
-Me voy a vestir con el traje del señorito y voy a ver cómo está el herido que tiré por el balcón.
Y se vistió de médico, con la ropa de su amo. Y se montó en el caballo de su señorito. Y se fue por la cueva donde vivían los ladrones. Y les preguntó si le hacían el favor de decirle la senda que llevaba a un pueblo cercano, que iba a visitar a un enfermo.
Y al enterarse los ladrones que era médico, le rogaron que bajara del caballo y entrara a visitar a un enfermo muy grave que tenían. Pasó a hacerle la visita. Y le hizo unas rajas en la espalda de arriba abajo y les mandó echar sal y vinagre en las heridas. Y le vendó muy bien.
Y se volvió a montar en el caballo. Los ladrones le pregunta­ron que cuánto eran sus derechos. Y él les dijo que nada. Pero los ladrones insistieron y le metieron en las alforjas dos talegas de dinero. Ella hizo como que tomaba la senda del pueblo, dio media vuelta y se volvió para el castillo. Y contó a la señora todo lo ocurrido. La señora la decía que la iban a matar por andar haciendo esas cosas con gentes de mal vivir.
Pasaron unos días y el enfermo se agravó y murió. Los ladro­nes entonces sospecharon que aquél que le había curao no sería médico; que sería la criada del castillo, vestida de médico, que se habría disfrazao de médico. Y entonces acordaron vengarse de ella. Y inventaron de qué modo lo harían.
Y uno ideó hacerse novio de ella. Y llegó a la puerta del cas­tillo y la enamoró. Ella le conoció; pero le aceptó, aunque cono­ció que era uno de los ladrones.
Se celebró la boda y como ella tenía mucho miedo, pensó que por la noche la mataría. Y a la noche metió un pellejo de miel en la cama y ella se metió debajo de la cama. Y vino el ladrón a meterse en la cama y fue a clavar un cuchillo en su mujer. Y al clavarla el cuchillo, le saltó un chorro de miel a la boca. Y dijo el ladrón:
-¡María Sibidí de mi vida! ¡Dulce en la muerte y agria en la vida!
Y contestó ella desde debajo de la cama:
-¿Sí, mi vida?
Y entonces, al ver el ladrón que era tan lista, se abrazaron. Se quedó a vivir con ella, y fueron felices y comieron perdices y a mí no me dieron porque no quisieron.

Mota del Marqués, Valladolid. Ciselia Menéndez. 30 de abril, 1936. 43 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


No hay comentarios:

Publicar un comentario