Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 2 de julio de 2012

Los siete cuervos


115. Cuento popular castellano

Era una madre viuda que tenía siete hijos y una hija. Eran muy pobres y no tenían para comer. Un día los chicos salieron de la escuela y venían los pobres hambrientos y empezaron a pedir pan todos por una boca:
-¡Pan! ¡Pan!
La madre, desesperada, les dijo:
-¡Parecís cuervos hambrientos! ¡Ojalá os volviérais cuervos!
Y en aquel momento se volvieron cuervos y empezaron a volar. La madre, desesperada de verles así por su culpa, al poco tiempo murió, y quedó la niña sola. La niña, desconsolada, iba todos los días al bosque a una cueva para ver llegar volando a sus herma­nos, y llorando se volvía a casa.
Un día pasó por allí un enanito puntiagudo que le dijo:
-Mira; si quieres que tus hermanos vuelvan a recobrar su forma humana, tienes que hilar siete camisas, una para cada uno, y otra para mí, pues yo también estoy así por una maldición como tus hermanos. Pero no tienes que hablar ni una palabra, porque entonces todo quedaría perdido.
Un día salió el rey de paseo y, pasando por allí, se acercó a la niña y la estuvo preguntando que quién era y que cómo se llama­ba y que por qué lloraba. Pero la niña estaba como muda y no le hablaba más que por señas. Entonces el rey la dijo que si se que­ría ir con él a palacio. Ella le dijo con la cabeza que sí, y se la llevó él a su palacio.
Pasaron varios días, y el rey iba todos los días a hacerla una visita y a preguntarla -a ver si la hacía hablar-, pues ya com­prendía que muda no estaba, que sería alguna promesa; pero ella no hablaba nada; no hacía más que hilar todo lo de prisa que podía.
Ya tenía sus camisas casi hiladas. El rey quería casarse con ella; pero una tía de él, que tenía en palacio -que era muy mala­no le dejaba. Decía que esa chica sería alguna pobretona y, ade­más, se querría burlar de él por no quererle hablar. Y tal calum­nia la levantó, que el rey, convencido de lo que su tía le decía, mandó ahorcarla.
Prepararon el patíbulo y fijaron día. La chica, que lo supo, estaba hilando día y noche para terminar las camisas antes de ese día.
Por fin llegó el día fijado, y, una hora antes de llevarla al pa­tíbulo, terminó la niña las camisas. La pobre, sin saber dónde estaría el enano para entregárselas, se las llevó debajo del brazo. Ya la tenían en el patíbulo y ya la iban a ahorcar, cuando se pre­sentó por los aires una bandada de cuervos y el enanito. Se pu­sieron una camisa cada uno y al momento quedaron hechos siete mozos arrogantes y guapos, y el enanito un señor ya de edad.
Entonces la niña pudo hablar y contarle todo al rey. Le dijo por qué estaban así sus hermanos, y como había muerto su madre y que todo lo que su tía le había dicho de ella era falso. Entonces el rey la bajó del patíbulo y en su puesto puso a su tía y la ahor­caron. Y él se fue con la niña a palacio, se casó con ella y sus her­manos fueron ministros del rey. Y todos vivieron felices y comie­ron perdices.

Pedraza, Segovia. Narrador LVII. 24 de marzo, 1936

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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