Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 1 de julio de 2012

Los dos toritos

80. Cuento popular castellano

Éste era un padre que se había quedao viudo con tres hijos: dos chicos y una chica más pequeña que ellos. Al padre se le an­tojó volverse a casar, y se casó con una mujer que era muy mala para los andaos. El padre tenía muchos disgustos con ella por la mala vida que daba a los hijos.
Ya los chicos, de que tenían unos quince años, cansaos de aguantar los malos tratos, se marcharon del pueblo, no diciendo nada a su padre ni a nadie.
Se fueron a un monte y allí hicieron una casuca con adobes -una choza-, y allí estuvieron cuatro años solos. Y en aquel monte no vivía nadie- nada más que algún cazador que iba de caza. Y allá muy lejos había otra choza, y en ella vivía una bruja, con una hija pequeña.
El padre de los chicos se quedó muy desconsolao al ver que no sabía qué paradero habían llevao sus hijos. A la pobre chica la tenía la madrastra consumida a fuerza de maltratarla, y un día la chica, que tendría unos diez años, también desapareció de casa. Y se marchó al monte, al mismo monte donde habían ido sus hermanos, pero sin ella creer que estarían allí sus hermanos.
Se escureció en el monte, y la pobre se acostó debajo de un roble. Y estando allí agorrutadina, fue un lobo muy grande y se acostó al pie de la niña. La niña no cogió miedo, como si siem­pre hubiese estao con aquella fiera. Y como el lobo se dormía, pues la niña le decía:
-Despierta, cocón. ¿Qué tienes?
Y entonces el lobo la dijo:
-No soy coco, que soy San Antonio, que te estoy cuidando para que nadie te haga daño.
Al amanecer el día, pues el lobo desapareció, y la niña empezó a andar por el monte. Andando, andando, se encontró con una choza que, al parecer, no había nadie en ella, y entró adentro. Al entrar adentro, vio que estaba habitada, que había dos camas y una cocina con pucheros a la lumbre, con comida. Las camas estaban de por hacer, y la niña se entretuvo en hacerlas. Preparó la comida, puso la mesa y se escondió.
Ella que estaba escondida, cuando ve entrar a dos mozos, y los dos hermanos, al ver que allí había entrao gente, se dicen el uno al otro:
-Chacho, ¿quién habrá entrao? Esperemos a ver. Comeremos y a la noche veremos a ver si vuelve ése, que, la verdaz, no debe ser cosa dañina.
Comieron y se marcharon. La niña salió entonces del escondi­te, fregó la vasa y se estuvo allí quieta hasta que comprendió que iban a volver los dos hombres. Entonces se escondió otra vez, dejándoles ya la cena preparada.
Llegaron los dos mozos y, al ver la cena preparada, dijeron:
-Esto no puede seguir así. Hay que acechar y saber quién es el que viene aquí.
Por la mañana el uno se marchó al trabajo, y el otro se quedó escondido en la choza. La pequeña, creyendo que los mozos se habían marchado, salió del escondite y se puso a hacerles las camas. Entonces salió el mozo que estaba escondido, y ¡oh, ale­gría!, cuando conoció que era su hermana. Vino su hermano a medio día, y los tres estaban muy contentos.
Los hermanos tenían una perrita pequeña, y la dijeron a la chica:
-Todos los días, cuando barras la casa, encontrarás una ave­llana. La partes y das la metá del grano a la perra y la otra metá te la comes tú.
Así lo hacía la chica; pero llegó un día que, cansada de dar la metá del grano a la perra, dice:
-¡Qué diañe! ¡Yo no le doy más grano! ¡Me le como yo todo!
Y la perra fue y la meó en la lumbre. Y como en el monte no había donde ir a buscar lumbre, porque allí nunca se apagaba la lumbre y con la lumbre que sobraba por la noche ponían fuego por la mañana, pues la niña se halló sin lumbre. Porque había que preparar la lumbre con un eslabón y un cacho de yezca, y eso lo tenían que hacer los hermanos. Al verse la chica en sin lumbre, empezó a llorar y a decir:
-¡Ay, Dios mío! ¿Dónde iré yo ahora a buscar la lumbre? ¿Por qué no echaría la metá del grano a la perra?
Y se marchó por el monte alante a ver si encontraba alguna choza. A fuerza de andar, dio con la choza de la tía bruja. Llamó a la puerta, y contestó la hija de la bruja:
-¿Quién llama?
-Venía a ver si me podrían dar un poco de lumbre, porque a mí me ha meao la perra la lumbre -dice la chica. Y la dice la hija de la bruja:
-Entra, entra para acá. Partiremos una brasa, porque si te la doy entera, mi madre, que es bruja, lo conoce y después me pega, porque te la he dao.
La dio la metá de la brasa, y la chica marchó corriendo a poner lumbre para cuando viniesen sus hermanos.
La tía bruja, que fue a casa, la dice a la hija:
-¿Quién ha estao aquí, que falta la metá de una brasa?
-Una chica que la había meao la perra la lumbre -dice la  hija de la bruja.
La bruja se marchó en seguida pa donde estaba la chica. Lla­mó a la puerta, y salió la chica y la dice:
-¿Qué quiere?
-Pues yo vengo a decirte que qué me vas a dar por el cacho de brasa que te dio mi hija.
-Pues yo no tengo nada que darla -dice la chica.
-¡Ay, hija, si yo también quiero poco! -dice la bruja-. Una cosa muy sencilla te pido: que todos los días, después que mar­chen tus hermanos, me des el dedo del corazón a chupar, por el ujero de la llave de la puerta.
La chica dijo que bueno, que eso que sí. Y desde aquel día todos los días iba la bruja a chupar la sangre a la chica, porque por el dedo aquél la chupaba la sangre. La chica se iba quedando muy delgada y muy pálida, y un día los hermanos la dicen:
-¿Qué te pasa, hermanita? ¿Qué te pasa, que te vas quedando tan flaca? Tú estás mala...
Pero la chica no se lo quería contar por el miedo de que la ri­ñesen por no haber dao la metá del grano a la perra. Pero ellos insistieron, y ella se lo contó. Los hermanos dicen:
-Bueno, pues mañana vas a convidar a comer a esa vieja, y vas a cubrir todo el portal con sábanas.
Y fueron ellos y hicieron un pozo muy hondo para que, al pasar la bruja y viendo que estaba tapao con sábanas, no sos­pechase y caese al pozo.
Fue la bruja como de costumbre, la chupó el dedo, y la dice la chica:
-Mis hermanos saben cómo ustez me dio la metá de una bra­sa para poner lumbre, y en agradecimiento, me han dicho que la convide a comer mañana.
Y la bruja aceztó. Llegó otro día, y la bruja pues se fue a casa de la chica. Ya tenían el portal todo lleno de sábanas tendidas por el suelo. Llamó la tía bruja, y la dijeron:
-Entre, entre ustez para acá. Entre ustez.
La tía bruja, no sospechando en la trampa que tenían, pasó y cayó al pozo. Entonces los hermanos fueron corriendo y la tapa­ron con tierra, dejándola enterrada. Y la dijeron a la chica:
-Mira, hermanita, aquí en esta sepultura saldrán dos repo­llos de berza muy grandísimos. Les verás crecer cada día que pasa; pero nunca te se ocurra cortar ni una penca para dárnosla a comer a nosotros, porque si nos la das a comer, nos volvemos toros.
Y la chica prometió de no tocar a las berzas. Pero un día la dio la tentación de cortar una penca y echarla en el puchero. Cuando los hermanos fueron a comer y comieron de ello, en el azto se volvieron dos toros. La chica empezó a gritar y a llorar:
-¡Ay, Dios mío! ¡Mis hermanos! ¿Qué será de mis herma­nicos?
Y los animales salían a pacer, se volvían a casa, y ella les tra­taba con todo el cariño. Les acostaba en las camas y les hacía la comida como antes.
Resultó que, pasando los años, la chica se había convertido en una hermosa joven, muy guapa, que parecía una hada del mon­te. Sucedió que el rey fue a cazar por aquel bosque y vio a la joven, que entraba en la choza. Se fue detrás de ella y, al verla tan guapa, se enamoró de ella y la dijo:
-Joven, ¿quieres venirte conmigo? Yo te llevaré a palacio y me casaré contigo.
Y la joven le dijo:
-Nunca podré faltar de aquí, porque tengo dos hermanos que por un encanto se han vuelto toros. Y si yo me caso con us­tez, me los va a mandar trabajar, y yo no quiero que trabajen nunca, puesto que yo fui la causa de que se hayan vuelto toros.
Y le dice el rey:
-No temas. Tus hermanos comerán a la mesa con nosotros. Tendrán servidumbre como nosotros, y, ¡ay del que se propase a poner las manos encima de ellos!
Entonces la joven dijo que sí, que se casaría con él. Se mar­charon para el palacio con los dos toros, y allí se celebraron las bodas del rey y la joven. El rey estaba encantao, porque, además de ser hermosa la joven, era muy amable. Pero había allí una vecina que tenía una hija, y se había hecho la idea de que el rey se iba a casar con su hija. Y al ver que el rey se había casao con otra, trató de vengarse, porque la tal mujer tenía parte con el diablo. Y cogió amistaz con la reina. Tanto cariño la tomó a la reina, que en el palacio no había persona de más confianza para ella.
Un día que se estaba la reina peinando, la dice la mujer:
-No sé qué tienes ahí atrás en el cocote. Es una cosa que reluce. Ven y te la quito.
Y la tía llevaba un alfiler negro encantao, y se le metió por la cabeza, por el cocote, a la reina. La reina, en el istante, se volvió una paloma, y la tía endemoniada transformó a su hija por la reina. Y a la paloma la echó a volar.
Tan pronto como ocurrió esto, dice la falsa reina:
-¿Qué queremos ahí esos toros? ¡Ya me canso de tenerles ahí! Esto no va a durar siempre. ¡Que trabajen! ¡Que trabajen, que bien gordos están!
Y entonces engancharon a los bueyes a traer carros de barro para un corral que estaban haciendo.
Y la paloma todos los días se ponía a cantar a la ventana del rey y cantaba:
-El rey y la mora sentaditos a la sombra; los mis hermanitos acarreando piedra y barro; y yo como perdida por estos árboles ando.
Se repitió así unos días, hasta que el rey dice a un criao:
-Yo no sé... esa paloma, que se posa ahí, qué es lo que canta. No sé qué dice del rey y la mora. Hay que tener cuidado, y, cuan­do vuelva, a ver si se la puede coger.
A la misma hora, otro día, acudió la paloma cantando lo mismo:
-El rey y la mora sentaditos a la sombra;
los mis hermanitos acarreando piedra y barro; y yo como perdida por estos árboles ando.
Fue el rey, echó mano a la ventana y cogió la paloma, que, muy mansa, se dejó coger del rey. El rey empezó a acariciarla la ca­beza, a atusarla y a decirla:
-¿Qué es lo que cantas? Yo quiero saber qué es lo que cantas. Pero atentando la cabeza de la paloma, palpó una cosa redon­da y dijo el rey:
-Pero, ¿qué tiene aquí esta paloma en la cabeza? Parece que tiene un bulto.
Fue a mirarla y la encontró un alfiler con la cabeza negra me­tido por el cocote. Fue el rey y se le sacó y en el mismo istante se encontró con su propia mujer, que le contó el encanto de la tía aquella tan mala. Entonces el rey, furioso, mandó hacer una hoguera y mandó arrojar a ella a la falsa reina y a su madre. Con aquel alfiler se les clavaron a los bueyes en el cocote, y entonces volvieron a cobrar su forma humana. Y los tres hermanos que­daron muy alegres.

Morgovejo, Riaño, León Narrador LXV, 21 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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