Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 1 de julio de 2012

Las tres naranjitas del amor


106. Cuento popular castellano

Un rey tenía un hijo que, estando lavándose un día en su habi­tación, fue y tiró el agua por el balcón. Y cayó encima de una gita­na. Y la gitana le echó una maldición:
-¡Permita Dios que te seques antes que encuentres las tres naranjitas del amor!
Y el joven se iba quedando muy malo y no encontraba ningún facultativo que entendiera su enfermedad. Hasta que ya llegó uno y le preguntó:
-Usted..., por casualidad, ¿le han echado alguna maldición?
Y dijo que sí, que estando lavándose un día tiró el agua por el balcón, y la cayó a una gitana, y le dijo que permita Dios se secara antes que encontrara las tres naranjitas del amor. Y, ¡claro!, dijo que no había más remedio que dir en busca de ellas.
Se preparó de dinero -porque era muy rico- y montó en su caballo. Y echó a andar en busca de ellas. Y ya tuvo que vender el caballo, porque había andado mucho, mucho, mucho, mucho, y se le habían acabado los recursos.
Y ya llegó, habiendo andado mucho, mucho, mucho, mucho, a una casita sola. Y llamó. Y le contestaron:
-¿Quién?
Y él contestó:
-Servidor.
Salió una señora y, claro, le preguntó que cómo venía por allí, que cómo venía a pie. Y la dijo que le habían hecho una maldición, que permita Dios se secara antes que encontrara las tres naran­jitas del amor, y que iba en busca de ellas. Y la señora le dijo:
-Pues, vaya usted en casa de mi hija, que es la luna, y ésa le podrá a usted decir dónde están.
Anduvo mucho, mucho, mucho, mucho, como había andado antes, y ya se encontró otra casita sola, como la anterior. Y llamó, como anteriormente. Y salió otra mujer y le hizo las mismas pre­guntas, que cómo venía por allí, a pie y todo. Y contestó que le habían hecho una maldición, que permita Dios se secara antes que encontrara las tres naranjitas del amor, y que iba en busca de ellas. Y que venía de casa de su madre, que le había dicho que fuera a casa de su hija, la luna, que ella le podría decir dónde estaban. Y le dijo la señora que fuera a casa de su hermano, el sol, que él le podría decir dónde estaban.
Bueno, pues volvió a andar otra vez mucho terreno, y se en­contró otra vez con una casita como la anterior. Y llamó, como anterior-mente, y salió el sol. Y le hizo las mismas preguntas, que cómo venía por allí, a pie y todo. Y contestó que le habían echado una maldición, que permita Dios se secara antes que encontrara las tres naranjitas del amor, y que iba en busca de ellas. Y le dijo que venía de casa de su hermana, la luna, y que le había dicho que fuese en casa de su hermano el sol, que él le podría decir dónde estaban. Y el sol le contestó que fuera en casa de su hermano, el aire, que ése sí -que iba por todos los sitios- le podría decir algo.
Ya anduvo mucho terreno y encontró otra casita. Llamó y le hicieron las mismas preguntas. Y dijo que le habían echado una maldición, que permita Dios se secara antes que encontrara las tres naranjitas del amor, y que iba en busca de ellas. Y que venía de casa de sus hermanos, la luna y el sol, y le habían dicho que fuera en casa de su hermano, el aire, y que él le diría dónde esta­ban. Y ya le dijo el aire:
-Tiene usted que andar mucho, mucho, y encontrará usted un jardín con muchos naranjos. Y allí verá usted un naranjo que sólo tiene tres naranjitas. Entre usted al jardín, las coge usted y las guarda usted en su bolsillo. Y se marcha usted a su casa. Y, ¡cui­dado no le pille el guarda de ese jardín, que si le pilla, quizá le mate!
Conque bueno, el hombre volvió a andar otra vez mucho te­rreno y por fin llegó al jardín. Con mucho cuidado entró en él, cogió sus tres naranjitas y las guardó. Brincó las tapias del jardín como pudo, y se dirigió para su casa.
Ya había andado mucho, mucho, mucho, mucho, y el hombre ya iba transido de sed y de hambre. Y fue y abrió una naranja para refrescarse. Y al abrirla, se le apareció una señorita con un niño, muy preciosos los dos, diciéndole:
-¡Agua pa lavarme, peine para peinarme y toalla pa secarme! Y si no, a mi naranja me volveré.
El hombre..., como no tenía surtido de ello, ni agua, ni peine, ni toalla, se volvió la señorita a su naranjal.
Echó el hombre a andar otra vez para su casa, muy descon­solado. Y ya había andado mucho terreno, como lo anterior, y volvió a abrir otra naranja para refrescarse. Y salió otra señorita, con otro niño. Si guapa era la primera, pues tanto más era la se­gunda. Le dijo, como la anterior:
-¡Agua pa lavarme, peine para peinarme y toalla pa secarme! Y si no, a mi naranja me volveré.
Como no lo tenía, se volvió la señorita a su naranjal, y lo dejó más desconsolado que la primera.
Ya se echó a andar otra vez por su camino. Y había andado mucho, como lo anterior, y llegó a un pueblo. Y buscó una posada ande le dijo a la posadera que le diera agua para lavarse, peine para peinarse y toalla para secarse. Y ya el hombre pidió una habitación. Y se encerró allí y abrió la naranja que quedaba. Y sa­lió otra señorita, con otro niño. Si guapas habían sido las otras, más guapa era ésta, como también lo era el niño. Y le pidió ella:
-¡Agua pa lavarme, peine para peinarme y toalla pa secarme! Y si no, a mi naranjal me volveré.
Y como lo tenía, se lo presentó todo. Y ya le dijo ella que ne­cesitaba una fuente con algo de sombra para lavarse y peinarse. Y preguntó a la posadera que si había una fuente por allí donde hubiera sombra. Y la posadera fue con ellos a una que había cerca.
Y faltaba todavía mucho para llegar a la ciudad donde estaban sus padres. Y como el hijo del rey tenía que contar con sus padres para que vinieran con coches a por ellos, la dijo a la señorita:
-Tú te puedes quedar aquí en la fuente hasta que yo vuelva con un coche. Y te puedo traer una mujer o dos, las que quieras, para que te den compañía.
Y ella dijo que no, que no la hacía falta más que su niño. Y se puso en el árbol para peinarse.
Y fue una gitana a por agua y vio la sombra de la señorita en el agua. Y viendo que la sombra era muy guapa, dijo la gitana: 
-¡Yo tan guapa y venir a por agua!
Y rompe el cántaro y vuelve a casa. Se miró al espejo la gitana. De que vio que era tan fea, cogió su cántaro y se fue a por otro cántaro de agua.
Bueno, pues volvió a ver la señorita tan guapa en el agua. Pues, hizo la misma operación.
-¡Yo tan guapa y venir a por agua!
Rompe el cántaro y vueve a casa. Se volvió a mirar al espejo. De que vio que era tan fea, volvió a coger el cántaro y se fue a por su cántaro de agua. Entonces ya, como ya tenía sospecha de que alguna cosa había, miró pa arriba y vio que había una señorita muy guapa, como la que antes había visto ella en el agua. Conque la gitana, de que la vio, empezó a decirla:
-Señora, ¿está usted peinándose sola? Yo la peinaré a usted.
Contestación que la dio la señora: que era ella bastante. Pero al tanto molestarla que la peinaría, ya acetó a que la peinara. Pues ya, según la estaba peinando, pues la metió un alfiler por la cabeza. Y en vez de ser la señora tan guapa, se volvió una paloma blanca como la leche. La paloma echó a volar, y se puso la gitana con el niño en su puesto.
Ya vino a por ella su encontrado con sus padres y con su fa­milia. Y como el príncipe había ido diciendo a sus padres y a su familia que era muy guapísima, estaban conceptuados en que era muy guapa. Y, ¡claro! de que la vieron que era tan fea, la empe­zaron a darle a su hijo murga, que vaya una mujer tan guapa, que era más negra que una gitana. Y, claro, él decía lo mismo, que no era la mujer que él había dejado. Pero, en fin, ya se pusie­ron en marcha para llevarla al palacio de sus padres.
Y la palomita, pues andaba volando y voló hasta llegar a pa­lacio. Y andaba por el palacio. Y ya llegó adonde estaba el jardi­nero y le hablaba:
-¡Jardinerito del rey! El niño del rey, ¿canta, ríe o llora?
El jardinero la contestó:
-Unas veces canta, otras veces ríe, y otras veces llora.
Y ella le contestaba:
-¡Pobrecito! Y su madre por estos campos sola.
Así estuvo varios días diciendo la palomita al jardinero estas palabras. Y el hijo del rey quería mucho a la palomita, pues an­daba por el jardín, se dejaba coger de él, la llevaba a casa, la ponía en su plato a comer, a beber en su copa. Y la gitana, de que la vía, se ponía frenética y decía:
-¡Asqueroso! ¡Poner ese asco a comer en tu plato y a beber en tu copa!...
Ya un día la cogió el hijo del rey y, atusándola, quiriéndola,
la vio que tenía un bultito en la cabeza. Entonces dijo:
-¡Ay! ¿Qué tiene la palomita aquí en la cabecita?
Y la gitana, muy enfadada, le decía:
-¡Quítala de ahí! ¡Ésa es un asco! ¡Sabe Dios lo que tendrá en la cabeza!
La sopló donde tenía el bultito, y vio que era un alfiler. Y de que vio que era alfiler, no hizo más que cogerle y sacársele. Y se volvió la señorita como era antes.
Entonces contó lo que había hecho la gitana con ella. Y, ¿sabe usted lo que hicieron con la gitana? Matarla y quemarla y aventar la ceniza.
El hijo del rey, pues casó con la que tenía que ser, y ya se acabó.

Sepúlveda, Segovia. Narrador LXXX, 3 de abril, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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