Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 27 de julio de 2012

Las tres hilanderas .003

Un matrimonio tenía una hija muy, pero que muy guapa, y sus padres es­taban muy orgullosos de su belleza y no hacían más que hablar de ella a to­do el mundo. Estaban tan orgullosos que no sólo hablaban de su guapeza si­no de lo trabajadora y dispuesta que era; en fin, hablaban tanto de ella, los padres y sus vecinos, que la fama de la muchacha llegó a oídos del rey.
Y se dijo el rey:
‑¿Cómo es que en ese pueblo hay una muchacha tan bella y tan hacendosa? Eso lo tengo yo que ver.
Para verlo, organizó una fiesta a la que invitó a mucha gente y, claro, también a la muchacha.
Pero la muchacha no acudió a la fiesta. Entonces el rey buscó a sus padres y les preguntó cómo su hija no había acudido a la fiesta cuando tanta y tanta gente había venido; y los padres, deshaciéndose en excusas, le dijeron que la muchacha no era amiga de fiestas, que prefería quedarse en casa haciendo labores de casa y que lo que más le gustaba era hilar. Todo eso lo decían para engrandecer a su hija, pero no era cierto.
Pero la reina se enteró de lo que dijeron los padres y le produjo gran contento porque apreciaba mucho que las mujeres supieran hilar. Como también había tenido noticias de que esta muchacha era hilandera y muy trabajadora, la mandó llamar a palacio y le ofreció un buen salario. El padre de la muchacha puso muchas excusas, pero acabó accediendo. El caso es que la reina aspiraba a casar a su hijo el príncipe con una mujer que fuera hilandera y por eso la mandó llamar. Una vez que estuvo la muchacha en palacio, la reina decidió comprobar sus cualidades. Y le dijo:
‑Te voy a mandar este trabajo para ver si sabes hilar tan bien como dicen y si eres tan trabajadora como me han contado.
Conque la llevó a una habitación grande que estaba llena de lana lista para hilar y le dijo:
‑Si hilas esta lana en tres días, te casas con mi hijo.
La pobre muchacha se quedó consternada, porque nunca había usado la rueca y no sabía hilar.
Y dijo la reina:
‑Yo daré orden para que aquí en esta habitación no entre más que quien te trae la comida. Así que tienes tres días para hilar esta lana.

La muchacha se puso a llorar en cuanto se quedó sola y no sabía qué hacer, ni con la lana ni con la rueca.
Y llorando se le echó la noche encima. Y aún hubiera seguido llorando si no llega a oír que alguien tocaba en la ventana de la habitación. Abrió la ventana y aparecieron tres señoras que le pidieron que no se asustara y les contase su problema. Ella se lo contó, tan compungida que daba pena verla, y las tres señoras le dijeron:
‑Déjanos aquí contigo y no temas nada porque mañana cuando despiertes toda la lana estará hilada.
Trajeron un huso y una rueca mágicos y estuvieron hilando toda la noche y a la mañana siguiente todo estaba hilado. Y cuando la reina entró, se quedó maravillada de que hubiese hilado toda la lana en una sola noche. En vista de lo cual, se la llevó a otra habitación mucho más grande que era como un sa­lón y que estaba también llena de lana y le dijo lo mismo que la otra vez.
Y la muchacha, apenas se quedó sola, se echó de nuevo a llorar pensando qué haría esta vez. Pero sucedió que las tres señoras volvieron a aparecer en la ventana y, como la noche anterior, trajeron el huso y la rueca mágicos e hi­laron toda la lana de la habitación en una sola noche.
La muchacha, además, se fijó en que una de las hilanderas tenía el dedo pulgar desmesurada-mente ancho, de tanto dar al huso; y que otra tenía el la­bio inferior muy ancho porque para hilar mojaba su dedo en él constante­mente; y la tercera tenía un pie enorme de tanto dar a la rueca de hilar. Pero no se atrevió a comentárselo.
En fin, que cuando la reina vio el portento de la segunda noche, se dijo:
‑Pues ésta se casa con el príncipe.
En seguida prepararon las bodas y, claro, el padre de la muchacha estaba loco de contento. Entonces la muchacha, viendo que estaban preparando las listas de invitados, dijo:
‑Las que no pueden faltar son tres primas mías.
Que eran las tres hilanderas. La reina dijo que sí y el padre, tan atolondra­do como estaba por el acontecimiento, ni se fijó en quiénes serían esas primas. Así que llegó el día de la boda, pero la muchacha estaba triste porque pensa­ba: «De qué me sirve casarme si cuando me manden seguir hilando no voy a saber».
Todo el mundo vino a la boda y cuando llegaron las tres primas la gente se quedó mirándolas porque con el dedo enorme, el labio colgante y el pie gi­gante a todos les parecieron horrendas, aunque nadie dijo nada porque eran las primas de la novia.
Terminada la celebración, el príncipe, que era curioso, no pudo resistir pre­guntarles a qué se debían aquellas deformidades y ellas empezaron a decir:
‑Pues yo tengo este dedo de tanto dar al huso años y años, que siempre me gustó el huso ‑dijo la primera.
‑Pues yo tengo este labio de tanto mojarme el dedo para hilar ‑dijo la se­gunda.
‑Pues yo tengo este pie de tanto dar a la rueca de hilar ‑dijo la tercera.
Y el príncipe, espantado, dijo a su esposa:
‑Nunca más quiero verte hilando desde ahora.
Y así se salvó de hilar la muchacha.

003. anonimo (españa)

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