Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 26 de julio de 2012

La sirena del mar

Había una vez un rey que no tenía más que un hijo. Cuando éste llegó a la edad de casarse, el padre lo llamó y le dijo:
-Hijo mío, debes encontrar por ti mismo una esposa. Coge el cañón, dispáralo y allí donde cai­ga la bala, en ese mismo lugar habrás de hallarla.
Cogió el joven el cañón, lo disparó: ¡Bam!... y la bala fue a caer en la orilla del mar, junto a la raíz de un roble seco. Disparó una segunda vez y la bala volvió a caer donde lo había hecho la anterior. Disparó una tercera y de nuevo fue a caer en ese mismo lugar.
-Vaya -se dijo, tendré que ir a ver lo que hay allí.
Llegó junto al roble seco y encontró junto a él una enor­me tortuga.
-¿Y esta tortuga -se dijo, de qué puede servirme a mí?
Se la llevó consigo y la dejó en la ventana de su estancia.
Al regresar por la noche halló la habitación limpia y relu­ciente, con cada una de las cosas en el lugar que le corres­pondía.
-¿Cómo es esto posible? ¿Quién habrá hecho todo este trabajo? Yo tenía la habitación desordenada y llena de sucie­dad.
Mas no era capaz de imaginar quién la había limpiado.
Al día siguiente volvió a encontrar la habitación limpia, las ropas arregladas y la mesa puesta con los mejores manja­res. Su asombro fue aún mayor y comenzó a inquietarse.
-Vaya. Tendré que quedarme aquí para averiguar quién me hace todo esto.
Cerró bien la puerta y se apostó para mirar por el ojo de la cerradura. Al cabo de algún tiempo vió como salía de la tortuga una mujer de tal hermosura como jamás podría en­contrar otra. Seguida-mente ella se aplicó a limpiar y asear la estancia. El joven era incapaz de continuar esperando, de modo que abrió la puerta y penetró en la habitación. La mujer, al verlo, intentó volver a escon-derse en la tortuga, pero el muchacho se le adelantó, golpeó con un palo el ca­parazón y lo hizo pedazos.
-No debías haber hecho eso -le dijo ella entonces, pues ahí se encontraba tu fortuna.
-¿Qué necesidad tenemos de ella? -le respondió él.
-Está bien -le atajó entonces ella.
-Escrito está que esta­ba destinada a ti.
Y se casó con él.
No transcurrió mucho tiempo y el rey, prendado de la hermosura de aquella mujer, pensó en tomarla para sí. ¿Có­mo podría ingeniárselas para deshacerse de su hijo?... Resol­vió hacerlo llamar un día y le dijo:
-Tu futuro está sentenciado si no me encuentras tres va­ras de tela que basten para vestir a todo mi ejército, de mo­do que además sobre otro tanto. En caso de que no lo consigas perderás la cabeza.
La indignación hacía sentir al joven deseos de suicidarse. "¿Cómo va a ser posible, se decía desesperado, vestir con tres varas de paño al ejército entero y que encima sobre otro tanto?"
Al verlo la sirena así de apesadumbrado, le preguntó:
-¿Qué tienes, esposo mío, para estar tan afligido?
-¿Qué voy a tener? -le replicó el muchacho.
-Estoy per­dido.
-Y le refirió lo que le había ordenado su padre.
-Es bien sencillo -le respondió ella.
-Ve a la orilla del mar y, en el mismo lugar donde me encontraste a mí, gol­pea tres veces la tierra y pronuncia estas palabras: Despierta madre, despierta hermana, Mayor aprieto que el mío no haya.
Sentirás una voz que te responderá, pídele lo que necesi­tes y ella te lo dará.
Se dirigió el joven al borde del mar y allí golpeó tres ve­ces la tierra gritando:

Despierta madre, despierta hermana,
Mayor aprieto que el mío no haya.

Y sucedió que se oyó una voz que le decía:
-¿Qué te ocurre, el predestinado a nuestra sirena?
-Estoy en un grave aprieto -respondió el muchacho, por tres varas de paño que me basten para vestir a to­do nuestro ejército, de modo que además sobre otro tan­to.
Zap, zap, zap... Salieron a la orilla tres varas de tela. Las tomó el joven, acudió ante el rey y le dijo:
-Aquí tienes, padre, la tela.
-¡Tan pronto! -se extrañó su padre.
Alzó el paño el muchacho, lo cortó en dos mitades y una de ellas volvió a recuperar su tamaño primero; lo cortó por segunda vez y de nuevo se tornó del mismo tamaño. Tantas veces lo cortaba, otras tantas se duplicaba. De este modo tu­vo bastante para vestir a todo el ejército y le sobraron las mismas tres varas del comienzo.
-¿Ha sido bastante? -le preguntó el rey.
-Sí, padre, ha sido bastante y ha sobrado para vestirte también a ti.
Días después le dijo el rey a su hijo:
-Tráeme cuanto antes tres panes que sacien a todo mi ejército, de forma que al final sobre otro tanto; en caso con­trario perderás la cabeza.
-¡Pobre de mí, infeliz! -fue a decirle el muchacho a su mujer.
-Ahora sí que estoy perdido. ¿Dónde voy a encon­trar yo tres panes que basten para todo el ejército y aún so­bre otro tanto?
-Nada más fácil -le respondió la sirena.
-Ve a la orilla. del mar, y allí donde me encontraste a mí, golpea tres veces la tierra y grita:

Despierta madre, despierta hermana,
Mayor aprieto que el mío no haya.
Pide lo que desees y te será concedido.

Marchó el muchacho a la orilla del mar y obró tal como le había indicado la sirena; al poco oyó la misma voz que le preguntaba qué deseaba. Él respondió:
-Necesito tres panes que basten para saciar a todo el ejér­cito del rey y que aún sobre otro tanto:
En un instante aparecieron tres panes en la orilla.
Acudió seguidamente ante el rey y le llevó los panes. Co­menzó a repartir entre todos y el pan se multiplicaba entre sus manos; dio de comer a todo el ejército y le sobraron diez cestos.
Le preguntó finalmente el rey:
-¿Ha bastado el pan?
-Sí, padre, ha bastado, y ha sobrado para que comas tú un par de bocados.
Palideció el rey, pues de nuevo se había frustrado su in­tento de atrapar a su hijo en falta.
Otro día llamó al muchacho y le dijo:
-Ponte en marcha de inmediato y tráeme a un hombre con tres palmos de talla y siete palmos de barba, de lo con­trario perderás la cabeza.
Acudió el joven junto a su esposa y le dijo:
-Ahora, querida esposa, no tengo salvación. Me ha pedi­do el rey que le traiga a un hombre con tres palmos de talla y siete palmos de barba. Yo no tengo la menor idea, infeliz de mí, de dónde puedo encontrarlo, pues no lo he visto nunca ni nunca he oído hablar de él.
-Es cosa fácil -le respondió su mujer.
-Se trata precisa­mente de mi hermano. Ve a la orilla del mar, allí donde me recogiste a mí, y grita:
Despierta hermano, despierta hermano,
Acudo a ti pues para verte el rey te ha llamado.
Marchó nuevamente el joven esposo a la orilla del mar y desde allí gritó las palabras que ella le había indicado:
Poco después oyó una voz que le decía:
-¿Qué es lo que deseas?
-Quiero -respondió el joven, encontrar a un hombre que tiene tres palmos de talla y siete palmos de barba.
Enseguida se le apareció en la orilla un hombre cuya sola visión producía horror.
-¿Qué es lo que deseas de mí?
-Querido hermano- le respondió el muchacho,- nunca hubiera querido hacerlo, pero he debido venir para decirte que el rey desea verte.
Partieron juntos y se presentaron ante el rey.
-Aquí tienes, padre -le dijo el muchacho al rey, al hom­bre que me pediste.
El rey, que jamás había visto un individuo semejante, ni sabía siquiera de su existencia en parte alguna, se echó a temblar de miedo.
-¿Qué es lo que quieres de mí? -le preguntó en tono in­dignado tres-palmos-de-talla-siete-palmos-de-barba.
-¿Por qué le has enviado a buscarme?
-Por nada -le respondió el rey, sólo para verte.
-Ya sé yo lo qué querías- le dijo tres-palmos-de-talla­siete-palmos-de-barba. -Pretendías deshacerte de este mu­chacho y quedarte a mi hermana como mujer. ¡Pero eso no sucederá jamás!
Alzó el brazo y asestó tan fuerte puñetazo al rey en las narices, que lanzó su cabeza al fondo de la estancia; a conti­nuación se volvió hacia el muchacho y le dijo:
-Sube al trono en el lugar del rey y reina en compañía de tu esposa.

110. anonimo (albania)

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