Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 26 de julio de 2012

La serpiente

Había una vez una dama muy respetable pero que se sentía profundamente desgraciada por no ha­ber podido tener descendencia.
Pasaba los días sin dejar un momento de suspi­rar y de gemir, lamentándose con estas palabras:
-¡Todas las mujeres tienen hijos menos yo! Cualquier criatura engendra sus retoños: incluso los árboles dan fru­tos, ¡tan solo yo vivo en vano!
Intentando consolarla, su marido le decía:
-Esposa mía, debes tener resignación y considerar que quien tiene hijos, tiene también penas.
Mas todo era como si le hablase a una piedra, pues por un oído le entraban y por el otro le salían sus palabras.
Un día, la pobre mujer le rogó a su Dios, implorándole con todo el ardor de su corazón:
-¡Has de darme un hijo, aunque haya de ser una serpiente!
¡Nunca pronunciara estas palabras!... pues a los nueve meses dio a luz una verdadera serpiente.
Imposible referir la amargura de la desventurada madre al ver a su extraña criatura. Mas ¿qué le iba a hacer? Así lo había querido ella misma. Y he aquí que, a los pocos días, su propio esposo murió de desesperación.
La serpiente crecía de día en día y no hacía más que co­mer y beber, enroscándose sobre sí misma en un escabel.
Un día, cuando ya era de gran tamaño, le dijo a su ma­dre:
-Madre, quiero casarme.
-¡Hijo mío!... ¿Y cómo vas a conseguirlo? Tal cual eres, ¿quién te querrá por esposo?
-Te digo que quiero casarme y he de lograrlo sea como sea. Debes saber además que mi novia ha de ser una mucha­cha hermosa.
A partir de entonces no cesaba de repetir día y noche:
-¡Quiero casarme, quiero casarme!
-¡Adónde puedo acudir, me tomarán por loca! ¿Quieres que me echen a bastonazos?
Un día, por fin, no pudiendo soportarlo más, la madre se dirigió a casa de una mujer pobre, aunque muy honesta, que tenía tres bellas hijas.
-¿Cómo está usted?
-¡Oh!... ¡Señora! Usted en mi casa... ¿A qué debo el ho­nor de esta visita?
-Vengo a que tratemos un asunto entre las dos.
-¿Cómo no me envió recado de modo que yo fuera a su casa?
-No, no. Era a mí a quien correspondía venir...
La mujer dirigió un gesto a sus hijas y las tres salieron de la estancia una tras otra.
-Usted dirá... ¿en qué puedo servirla?
-Si no tienes nada que oponer, quiero tomar a tu hija mayor por nuera...
-Ay, no me pida eso. Claro, como somos tan pobres, fíja­te para que nos quieren...
-Escúchame bien y sabrás de qué se trata: Es verdad que mi hijo es una serpiente, pero es muy dócil, no se enfada, ni muerde... Añado a esto que todos mis bienes serán un día de tu hija, que se convertirá de este modo en una gran se­ñora. Tampoco a ti te faltarán nunca más ni el pan ni la sal en tu casa.
-Señora, me deja desconcertada y ahora mismo no sé qué responderle... Déjeme que hable con mi hija y después veremos si conseguimos ponernos de acuerdo.
-Se lo agradezco infinitamente. Quede usted con bien.
Cuando la dama se hubo ido, la mujer llamó a su hija y le puso al corriente de la proposición. Finalmente, la joven dio su parecer.
-¡Oh, madre mía, qué horror! Ya sé que somos pobres, pero tener que casarme con una serpiente...
-Escucha, corazón mío; es verdad que es una serpiente, no voy a negarlo, ¡pero es muy cariñoso, no muerde, ni es ruin! Además, de este modo te convertirás en una gran se­ñora y tus hermanas y yo tendremos el pan asegurado.
-¿Cómo puedes hablar de ese modo, madre?... Pero si es así como lo quieres, ¡sea!
Cuando la dama supo que la muchacha había aceptado, le envió las mejores galas que poseía para que con ellas se ataviara y, al atardecer, acudió a buscarla y se la llevó a su hijo.
Al verla éste se estremeció en su escabel. La novia, cuan­do le pareció bien, se acostó y se durmió.
De madrugada, antes de que comenzara a despuntar el día, la joven despertó y vio a la serpiente que se le acercaba:
-¿Sabrías decirme qué hora es?
-Es la hora en que mi padre acostumbraba a coger su azada y marchaba a la labor.
-¡Ah!... ¡Vete por donde viniste, no quiero volverte a ver!
Ella salió y se encontró con su suegra.
-Tu hijo me ha echado -le dijo.
-¡Infeliz, no sabe lo que pierde!... Mas tú, hija mía, no te aflijas, pues nadie lo sabrá. La desgracia será suya, ya que no tendrá a nadie junto a él el día de su muerte.
Le dio a la muchacha gran número de joyas de oro y la envió de regreso a su casa.
Algún tiempo después, la serpiente volvió a insistir en que deseaba a toda costa casarse y su madre hubo de volver a casa de la pobre mujer.
-Mi cruz desea casarse. Si no te parece mal, yo he pensa­do en tu segunda hija.
-Señora, ¿qué vamos a hacer si llegara a saberse?
-¿Y si así fuera? Mas... ¿quién se enteró de nada la prime­ra vez?
Al salir ella, la mujer le dijo a la mediana:
-La señora quiere casarte con su hijo.
-¡Madre!, ¿pero qué haré cuando esté junto a él?
-No te inquietes. ¡Qué más da si te rechaza! ¡Antes vivía­mos en la más negra miseria y hoy nadamos en la abundan­cia gracias a él!
-¿Cómo puedes hablar así madre?... Pero sea, si tú así lo quieres:
Una vez la condujeron ante la sierpe, ésta la miró y, sin decir palabra, se agitó en su escabel.
A las dos de la madrugada se acercó a la novia y le pre­guntó:
-¿Puedes decirme qué hora es?
-Debe de ser la hora en que mi padre cogía su hacha y marchaba a por leña.
-¡Vete por donde viniste, pues no te quiero! Ella salió entonces y encontró a su suegra:
-¡Su hijo me ha repudiado!
-¡Desdichada de mí por ser su madre!... Pero tú, hija mía, no te aflijas: nadie habrá de enterarse de nada.
Y también a ésta le regaló muchas joyas y la envió de re­greso a casa de su madre.
Transcurrió el tiempo y la serpiente volvió a enfurecer re­clamando una esposa. A la infortunada madre no le quedó otro remedio que regresar a casa de la mujer y pedirle a su hija pequeña, la más hermosa y también la más prudente de las tres. Tanto habló y tanto imploró que madre e hija no pudieron por fin negarse.
Cuando condujeron a la joven a su presencia, la serpiente la observó en silencio y, según su costumbre, se estremeció en su escabel.
Hacía ya rato que alumbraba el alba, cuando nuevamen­te la sierpe se aproximó a la muchacha que yacía en el lecho. 
-¿Puedes decirme qué hora es?
-Debe de ser la hora en que mi padre montaba su fogoso caballo y marchaba a pastorear.
-¡Oh!... ¡Por fin tengo la mujer que yo deseaba!... Dijo y de la piel de la serpiente surgió un joven tan hermoso como una estrella.
La muchacha, llena de admiración, exclamó con regocijo:
-¡Qué maravilla! ¡Qué hermoso y qué bueno eres, esposo mío! Pero, ¿por qué hasta hoy has permanecido encerrado en esa horrible envoltura?
-Por culpa de mi madre. Ella deseó tener un hijo aunque fuese una serpiente, y en la piel de una serpiente siempre me verá. Pero cuando estemos a solas tú y yo, podrás verme como ahora lo haces, con mi verdadero rostro, y me gozarás lo mismo que ahora.
Hablando y hablando, se quedó dormido. La muchacha se levantó entonces con gran precaución, cogió la piel de serpiente y la arrojó a las llamas del hogar.
Fue seguidamente en busca de su suegra y le dijo:
-¡Señora, venga a ver a su hijo!
Al verlo la dama a punto estuvo de caer muerta allí mis­mo, sintiendo antes un profundo dolor que la satisfacción por aquel gozo inesperado.
Despertó el joven entretanto y se lanzó corriendo en bus­ca de la piel de serpiente, mas no la halló donde la había de­jado.
Rompió a reír su esposa y le dijo que no se cansara bus­cando, pues la había arrojado al fuego con sus propias ma­nos.
Al escuchar esto él, la abrazó y la besó en la frente al tiempo que decía:
-¡Con tu prudencia, oh hermosa mía, has roto el malefi­cio!

110. anonimo (albania)

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