Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 1 de julio de 2012

La muerte madrina .087

87. Cuento popular castellano

Era un pobre jornalero. Tuvo su mujer un hijo y, como eran tan pobres, no sabían a quién convidar de padrino para bautizarle.
Un día salió el jornalero a un camino para ver si encontraba quien fuera padrino de su hijo. Después de mucho esperar y no pasar nadie, ya se venía para casa muy triste cuando se le apare­ció la muerte, y le preguntó que qué andaba haciendo. El pobre jornalero le dijo que tenía un hijo, pero que, como era tan pobre, nadie quería ser padrino de él, y que él quería a todo trance acris­tianarle. Entonces la muerte le dijo que ella sería madrina de su hijo.
-No me rechaces -le dijo. Mira, que soy muy buena ma­drina. Ya tengo cuatro o cinco ahijaos, y todos están muy con­tentos de ser ahijaos míos.
Fueron para casa, bautizaron al niño, y después la muerte le dio una hierba al pobre y le dijo que se la daría al niño cuando fuera mayor, que con esa hierba se haría médico y podía curar a todo el que él quisiera. El padre guardó la hierba y no se volvió a acordar de ella. Pero ya cuando el hijo iba siendo mayor, se presentó la muerte y le dijo:
-Coge esa hierba y cuando veas a alguno muy enfermo, nada más que le toques en los labios, se pondrá bueno. Pero sólo lo harás si no me ves a mí allí. Si me ves a mí allí, es que me perte­nece. No intentes salvarle.
El chico, pues, se hizo médico y curó a tantos que se hizo muy famoso.
Llegó un día la noticia de que se había puesto muy malo el rey, y le dijeron que ya no tenía salvación, que se moría. Enton­ces le dijeron al rey que había un médico que curaba a todos, así estuvieran muertos. Y fueron a llamar al chico y le dijo el rey que si le curaba, que le daría una porrada de dinero. Entonces el chico vio a la muerte, que estaba en la pared de enfrente y que le amenazaba con los puños que no le curara. Pero el médico no la hacía caso y no miraba. Tenía ganas de hacerse rico y a todo trance quería cobrar ese dinero. Y entonces la muerte le amena­zaba hasta con la guadaña. Pero él, sin quererla hacer caso, sacó la hierba, le tocó los labios, y el rey se puso bueno.
Cuando se fue el chico pa su casa, se le presentó la muerte y le dijo:
-Eres un mal ahijao. Ésta te la perdono; pero si en otra oca­sión me vuelves a hacer esto, no te perdono. Te he dicho que cuando yo esté, no salves a nadie.
Y luego sucedió que cayó mala la hija del rey, y como ya co­nocían al chico, en cuanto dijeron los médicos que se moría, hizo el rey ir a buscarle y le dijo que si la curaba, se casaba con su hija.
Nada más que llegó, vio a su madrina en la pared, que le ame­nazaba con la guadaña y con los puños, diciéndole que no la cu­rara. Entonces él no la quiso mirar y volvía la cara como que no la veía. Su madrina insistía en hacerle miedo con los puños; pero él sacó la hierba, la tocó en los labios y ella se puso buena. Pero al ponerse buena, le dijo la princesa que había hecho oferta de no casarse en un año. Dijo él entonces que al año siguiente vol­vería.
Al ir para su casa se encontró con su madrina, y le dijo ésta:
-Eres un mal ahijao. Ésta sí que no te la perdono.
Empezó él a llorar y a decirle que siquiera por un año le de­jara la vida; pero ella le dijo que no podía ser, que ya la había faltao dos veces, y ésta no se la perdonaba. Entonces le dijo el chico que no quería nada más que disfrutar de casarse con la princesa. La muerte entonces le dijo:
-Vente conmigo.
Y le llevó con ella y le enseñó una habitación en que había
muchas antorchas: unas se encendían y otras se apagaban.
-Todas éstas que se encienden -le dijo- son los niños que nacen; y las que se apagan son todos los que mueren.
Y entonces él, muy asustao, le dijo:
-Y, dígame usted, madrina, ¿cuál es la mía?
La muerte le dijo que era una pequeñita que ya estaba casi gastada.
-Ponga usted, madrina, otra de esas nuevas -le dijo él. Si no, se me acabará la vida muy pronto.
-Cógela tú y ponla -le dijo la muerte.
Y como la antorcha estaba ya muy gastada, un poco de movi­miento que hizo al cogerla, se apagó. Y allí quedó él.

Sieteiglesias, Valladolid. Narrador XC, 7 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

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