Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 1 de julio de 2012

La muerte de madrina

86. Cuento popular castellano

Éste era un matrimonio que tuvieron un hijo. Y tan conten­tos estaban con él que no sabían a quién elegir de padrino. Decía el marido:
-Onque se presentase San Pedro, no le quería de padrino para nuestro hijo, porque ése repartió muy mal el capital. A unos dejó mucho, y a otros no nos dio nada. A nadie buscaría de madrina más que a la muerte, que nos ha hecho a todos iguales.
Ellos que estaban hablando esto, cuando se presentó la muer­te y les dice:
-Yo vengo a ser madrina de tu hijo.
Fue madrina la muerte. Y le prometió al ahijao que no se mo­riría nunca mientras no rezase un padrenuestro. Además, les mandó- a los padres que estudiase el hijo la carrera de médico -que hiciese que la estudiaba, que onque no la supiese, que era lo mismo, que ella le diría el modo de curar.
Fue creciendo el chico. Y cuando ya tenía conocimiento, le dijeron los padres lo que le había pronosticao la muerte, que no moriría mientras no rezase un padrenuestro.
El chico se fingió médico, y se le apareció la muerte y le dijo:
-Mira, cuando vayas a visitar a un enfermo, si me ves a mí a los pies, receta cualquiera cosa, una purga, una taza hierbabue­na, en fin, cosas que no tengan importancia, porque el enfermo no muere. Y si me ves a la cabecera, es inútil que recetes, porque el enfermo se muere. Pero guárdate bien de desobedecerme en lo que yo te digo; entonces, ¡tiembla!
Sucedió que se puso mala una hija del rey, y habían llamao ya a todos los médicos del reino, prometiéndoles que el que cu­rase a su hija se casaría con ella. Llegaron a palacio los rumores de ese médico tan bueno que todo lo curaba, y el rey le mandó a llamar, y le dijo:
-Si ustez cura a mi hija, se la daré por mujer.
Entonces el médico entró a visitar a la enferma, y ¡oh, sor­presa!, cuando vio a la muerte a la cabecera de la joven. El médi­co temblaba al ver allí a la muerte, y al ver a aquella joven tan hermosa que se moría sin remedio. Entonces el médico desobe­deció y, como nadie le vía, coge a la muerte y la cambea de la cabecera a los pies. Entonces la muerte se puso irritada y le dijo que muy pronto se las había de pagar, que aquella misma noche le llevaría con ella.
El pobre médico se encontraba perplejo; pero como la muer­te no se meneó de los pies de la enferma, el médico pudo recetar a la joven, y nada más darle la medicina que le dispuso, azto con­tinuo la joven empezó a mejorar.
El rey estaba loco de contento. Le hizo «protomedicato», y el médico se casó con la hija del rey nada más ponerse ella buena. Pero la muerte estaba furiosa y no hacía más que perseguirle, y le decía:
-No lograrás vivir con tu esposa. Por desobediente, el mis­mo día de la boda vas a morir.
Se prepararon las bodas, y el médico se acordó de la promesa que le había dicho la muerte, que mientras no rezara un padre­nuestro nunca se moriría.
Se casaron sin que de la boca del médico saliese una oración.
Por la tarde, el día de la boda, salieron la princesa y el médico a dar un paseo por un jardín que tenían a las afueras del palacio. La muerte, que siempre estaba en acecho y que no quería nada más que atraparle, en el camino por donde iban ellos se fingió de un pobre que se había muerto en el camino. Y entonces, al llegar allí la princesa y el médico, se asustaron y dice la princesa:
-¡Pobre hombre! Vamos a rezar un padrenuestro.
Y entonces él no se acordó de la promesa de la muerte y se puso con su esposa a rezar el padrenuestro. Nada más que termi­nar de rezarle, se levanta la muerte y le dice:
-Ha llegao tu hora. Ya te dije, «¡Tiembla el día que me deso­bedezcas!» Me desobedecistes y ahora en este momento ya no eres nadie.
Y el pobre médico se quedó muerto en el instante.

Morgovejo, Riaño, León. Narrador LXV, 21 de mayo, 1936.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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