Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 29 de julio de 2012

La historia del hijo que dejo perdido el rey

Cuento popular

Ocurrió un día que, habiendo salido el rey a pasear por tierras lejanas, se le perdió el hijo pequeño que llevaba con él. Como le urgía regresar, recomendó a una anciana campesina que lo buscara y que, si aparecía, le diera una cajita que le entregó. Con ese objeto le sería fácil llegar hasta donde su padre. Pero eso sí, nadie tenía permiso más que el hijo de abrir la cajita, bajo pena de morir ahorcado, pues él era el dueño.
Al cabo de algunos años, el príncipe ya era un gallardo mozo de dieciocho años y se le apareció por casualidad a la campesina, a quien le dijo que tenía el propósito de ir a buscar a su padre, pues era cosa triste tener uno y vivir alejado de él.
-¡Ay, niño! Será imposible que lo encuentres, pues tu padre está a muchos días de viaje de aquí -dijo la campesina.
Y luego agregó:
-Y, aunque lo encuentres, ¿cómo te reconocerá?
-Aunque tenga que cruzar ríos y atravesar montañas, voy a ir en su busca -dijo el joven.
Viéndolo tan decidido, la señora le dijo:
-Toma, aquí te dejó tu padre esto. Él me aseguró que si viajas con lo que está en la caja, fácilmente lo encontrarás.
El joven no esperó ni un segundo más y, tomando la caja, partió al instante sin destino fijo. Camina que caminarás llegó a un llano y, como no llevaba agua, estaba casi muerto de sed. Un poco más allá, vio a un hombre con un cántaro y le pidió de beber, pero el hombre se lo negó. Como el joven insistió, el hombre le dijo que solamente le diera el agua a cambio de la cajita, pues pensaba que estaría llena de dinero.
-Eso es imposible, buen hombre -replicó el joven-, porque sin ella jamás encontraré a mi padre.
-¿Y quién es tu padre? -preguntó el hombre.
-¡Ah, dicen que es un gran rey...!
El joven no pudo decir nada más, porque la lengua se le pegaba al paladar. Finalmente, cambió la cajita por un poco de agua. Luego, preguntó al hombre si quedaba muy lejos la capital del reino. Este le señaló el camino más largo que conocía: por lo menos tardaría una semana en llegar. El príncipe, de bueno que era, tomó esa dirección.
En cambio, el hombre tomó el camino más corto, para llegar enseguida y presentarse al rey como su propio hijo. Y de veras llegó a la ciudad, se presentó al palacio mostrando la cajita y diciendo que él era el hijo perdido del rey. Nadie le quería creer, pero como llevaba la cajita y dentro estaba una carta manuscrita del rey diciendo que se le había perdido el hijo y que quien presentara esa carta fuera reconocido como tal, pues no les quedó más remedio que aceptarlo con grandes honores.
Mientras tanto, el verdadero hijo del rey caminaba y caminaba, y aquel camino parecía no tener fin. Otra vez volvió a tener mucha sed y, por casualidad, encontró un pozo, pero no tenía nada con qué sacar el agua. Finalmente, se le ocurrió poner unos palos y bajar por ellos.
Cuando terminó de beber y se disponía a salir, vio a un mono en el borde del pozo que le pedía agua.
-¡Ay, monito, qué cara es aquí el agua y no tengo vaso para dártela! Pero tengamos paciencia y te la iré subiendo trago a trago en el hueco de mi mano.
Y así el joven bajó y subió un sinnúmero de veces, hasta que el mono dejó de tener sed. Cuando se despedían, el mono, agradecido, le dio un pelo, diciéndole que cuando se le ofreciera algo dijera: «Dios y mi amigo mono», y que al instante él estaría a sus pies.
Siguió el príncipe su marcha y no había caminado mucho cuando sacó el pelo y dijo:
-Dios y mi amigo mono.
Y al instante estaba el mono a sus pies, diciéndole:
-¿Qué me quieres?
-Nada -le dijo el príncipe-, era por probar.
Llegó por fin a la ciudad y buscó trabajo. Lo encontró con una señora que tenía un huerto y él le vendía las hortalizas y verduras. Pasaba cada día ante el palacio del rey. Las princesas le llamaban y le compraban casi todo, diciéndose en voz baja una a la otra: «¡Qué muchacho tan parecido a papá cuando era joven!». Y lo convencían para que fuera a trabajar como jardinero al palacio.
Finalmente, un día aceptó. Y el mismo día que comenzó, el hombre que se había quedado con su cajita lo reconoció y empezó a pensar en un plan para matarlo.
En el palacio había una mula tan salvaje que nadie se había atrevido a amansarla, aunque hubieran ofrecido todo el dinero del mundo. Así que el hombre fue al rey y le dijo:
-Papá, dice el jardinero que él es capaz de montar a la mula sin caerse.
-¿Es posible, muchacho? -contestó su majestad. Pues que venga el jardinero y me lo diga él mismo.
El pobre, por más que aseguró que él no había dicho nada, tuvo que obedecer al rey, que le obligó a montar en la mula y juró matarlo si no lo hacía. Se acordó entonces del monito y, metiéndose en su cuarto, sacó el pelo y dijo:
-Dios y mi amigo mono.
Al instante lo tenía a sus pies, preguntándole:
-¿Qué me quieres?
-Amigo mono, tengo un problema -y le contó lo que pasaba.
-No te preocupes -agregó el mono; toma esta pistola y estos algodones; dale un balazo en el pecho a la mula, y así que se desangre un poco la montas. No te pasará nada, te lo aseguro. Caminas sobre ella y, al llegar al palco real, tomas a una de las princesas y la montas para pasearla por la plaza.
Más bien resultó como una gran fiesta, en la que el joven fue aplaudido y el hombre envidioso se mordía los labios. Así que se inventó otra. Le dijo al rey que decía el joven que a él lo podían echar en una caldera de agua hirviendo y nada le pasaría.
El rey ordenó al punto colocar una gran caldera en medio de la plaza y, llamando al joven, le dijo que hiciera allí la prueba. El muchacho se entristeció mucho y llamó a escondidas al mono.
-No te preocupes -dijo este, dale otro balazo a la mula, úntate la sangre en toditito el cuerpo y te metes sin miedo en la caldera.
Así sucedió, y lo más prodigioso no fue esto sino que, cuando salió de la caldera, ¡aún era más bello!
Al hombre se le retorcía la culebra del odio en el corazón y se inventó otra mentira. Le dijo al rey que el joven le había asegurado que podía traerle la hija perdida que un dragón se había robado. Para llegar a la guarida de ese dragón, había que atravesar el mar y pasar muchas dificultades. El rey le ordenó hacerlo, y nuevamente el joven llamó al mono.
-Ya sé para qué me has llamado -le dijo, pero no te aflijas, que mi amistad te salvará. Pídele al rey un novillo, mucha provisión y un buque de cuatro palos.
Al momento estuvo todo listo, y el joven marchó en compañía del mono y sus amigos, que eran: el tigre, el león, el coyote y el águila.
Atravesaron los mares y llegaron al país de los dragones. Tuvieron mucha suerte, porque era la hora de la siesta y dormían.
El águila voló muy cerca del suelo y, viendo dónde estaba la princesa, la tomó en sus garras y la elevó hasta llevarla al buque. El tigre, el león y el coyote salieron para defender el barco y, finalmente, embarcaron todos y salieron.
Cuando llegaron al reino, se despidieron del joven, y el amigo mono le dijo:
-Ya no me necesitarás más, porque de hoy en adelante serás feliz. No le ocultes al rey quién eres.
Y desapareció.
El joven fue a entregar a la princesa a su padre, quien se quedó asombrado del valor y la astucia del muchacho. En agradecimiento por lo que había hecho, le ofreció la mano de una de sus hijas, pero el joven le contestó:
-No puedo aceptar como esposa a mi misma hermana.
Y el muchacho le contó su historia hasta que llegó al palacio como jardinero. El rey comprendió que decía la verdad y, lleno de cólera por el engaño, mandó capturar al hombre que se había hecho pasar por su hijo y expulsarlo para siempre del reino.
Al príncipe le dio la corona de su reino como premio a su honestidad y valor.
Y como empezó, pues se acabó.

010. anonimo (centroamerica)

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