Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

jueves, 26 de julio de 2012

La hija enterrada


Un rey tenía una única hija, a la que mimaba y quería por encima de todo. Vivían los dos en un hermoso palacio por el que un día acertó a pasar una gi­tana que pedía limosna. El rey no quiso dejarla entrar, pero la princesa, que era de buen corazón, la dejó pasar al palacio. Y la gitana no era tal, sino una bruja.
La gitana estaba en el palacio y un día miró mal a la princesa y la embru­jó. La muchacha se puso mala desde ese mismo momento y empezó a des­mejorar, tanto que su padre se preocupó muy seriamente y, temiendo que aquello tuviera que ver con la gitana, la echó del palacio. Y un día, la prince­sa, que seguía desmejorando, llamó a su padre y le dijo:
‑Padre, si yo me muero, haz que me entierren en la capilla del palacio y cada noche te ocuparás de que me pongan un centinela, que no debe faltarme jamás, ninguna noche.
El rey, que la quería tanto, le dijo:
‑Tú no te has de morir hasta dentro de muchos años.
Y ella insistió:
‑Sea como sea, no te olvides de lo que me has prometido.
La princesa, después de esta conversación, siguió empeorando día a día hasta que, al fin, murió.
El rey estaba desconsolado y nada podía aliviar su dolor, pero, en medio de él, no olvidó la promesa que le hizo a su hija y ordenó que esa misma no­che hiciera guardia el primer centinela.
Así se hizo, y la primera noche la princesa salió de su sepultura a las do­ce en punto, cogió al centinela, lo mató y lo metió en el mismo sepulcro del que había salido. Después anduvo deambulando por la iglesia hasta que se anunció el amanecer y entonces regresó a su sepultura.
A la mañana siguiente, cuando vinieron a relevar al centinela, descubrie­ron que éste no se encontraba en ninguna parte. Entonces el rey se quedó preocupado pensando que el centinela había ido a hacer guardia a otro lugar, sin duda equivocado, y que con esto había faltado a la promesa que hizo a su hija. De manera que a la noche siguiente mandó al capitán de su guardia a ase­gurarse de que, esta vez, el centinela se situaba donde debía.
Pero a la mañana siguiente, cuando fueron a buscarle, vieron que había de­saparecido como el anterior, pues no se veía rastro alguno de él. Y así volvió a suceder las dos noches siguientes.
Después de todo esto, se corrió la voz entre los soldados del rey y ningu­no quería ir a hacer guardia en la sepultura de la princesa muerta. Entonces el rey decidió que los soldados acudirían por sorteo, y al que le tocaba, ése tenía que ir.
Conque hicieron el sorteo y le tocó a uno y éste pensó para sus adentros: «Pues yo sí que no voy y lo que haré será desertar y echarme al camino». Y dicho y hecho: se fue camino adelan-te con ánimo de no volver a servir al rey. E iba caminando cuando le salió al paso un viejo que le dijo:
‑¿Dónde vas tú por aquí?
Y le dijo el soldado:
‑Pues mire usted, le voy a ser claro: me voy porque la hija del rey ha muerto, la han enterrado en la iglesia y ahora el padre le pone un centinela todas las noches; cuando por la mañana vienen a relevarlo se encuentran que el centinela no está ni aparece por parte alguna, y yo tengo miedo y no quiero hacer de centinela, porque han hecho sorteo y esta noche me ha tocado a mí.
El viejo le dijo entonces:
‑Nada de eso, que lo que vas a hacer es volver de inmediato y atender muy bien a lo que yo te diga que debes hacer. Hazme caso y habrás hecho tu fortuna.
Y decía el soldado:
‑No, que si le hago caso me pierdo.
E insistió el viejo:
‑Calla y escucha lo que te voy a decir: vuelve al palacio y esta noche, cuando vayas a hacer guardia en la tumba de la princesa, espera a que falte media hora para las doce y te escondes detrás del sagrario y te quedas allí oculto y sin decir una sola palabra por mucho que veas. Entonces ella saldrá del sepulcro echando fuego por los ojos y la boca y, al ver que no estás, maldecirá a su padre por no haber puesto allí un centinela.
Y le siguió explicando y al final le dijo:
‑Haz como te digo y lograrás tu felicidad.
A regañadientes, el soldado volvió al palacio y ocupó su puesto y, cuando llegó la hora, lo llevaron, lo metieron en la iglesia donde estaba sepultada la princesa, echaron la llave por fuera y lo dejaron allí. Y allí se quedó el pobre soldado, muerto de miedo.
Cuando vio que faltaba media hora para las doce, subió al altar, se puso detrás del sagrario y esperó. Y a las doce en punto, como todas las noches, salió la princesa de la sepultura echando fuego por la boca y por los ojos, como había dicho el viejo. Salió y empezó a buscar por la iglesia, porque estaba buscando al centinela, y como no lo encontrara empezó a decir:
‑Maldito sea mi padre, que me dio promesa de mandar un centinela cada noche y no ha hecho lo que me prometió.
Y la princesa siguió recorriendo la iglesia con ayes y lamentos y entonces el soldado, cuando vio que ella se alejaba, hizo como le había dicho el viejo, corrió a la sepultura y se tumbó en ella boca abajo. Apenas lo hizo cuando vi­no ella y, en cuanto lo vio, empezó a pellizcarle y a pincharle con un alfiler diciéndole:
‑¡Levanta, levanta, levanta!
El soldado dejó que dijera esto tres veces y esperó; y entonces ella le gri­tó esta vez:
‑¡Levanta si eres cristiano!
Y en cuanto el soldado escuchó esto, se levantó de un salto, porque así le había indicado el viejo que lo hiciera. Y apenas se hubo puesto frente a ella, empezó a disminuir el fuego que traía en los ojos y la boca hasta desaparecer por completo. Entonces la princesa se abrazó al soldado y le dijo:
‑¡Ay, centinela, que has sido mi salvación!
Y él le confesó:
‑Pues bien asustado que he estado yo.
Y le dijo ella:
‑Y no te hago el daño que hice a los otros pobres centinelas que vinieron antes que tú, que murieron por no hacer lo que tú has hecho.
Y allí mismo se sentaron, en uno de los bancos de la iglesia, hablando has­ta el amanecer, en que vinieron a relevar al centinela y se encontraron con que estaba vivo y la princesa también. Así que fueron corriendo a avisar al rey con la noticia de tal suceso y éste vino con todas las autorida-des de su reino y la corte y vieron que era cierto lo que les anunciaron y entonces sacaron a la pa­reja del recinto y los llevaron al palacio. Y dijo el rey, tan feliz de haber re­cuperado a su hija:
‑En premio por haber desembrujado a mi hija, te casarás con ella ‑y a ella le pareció bien y les echaron las bendiciones y luego tuvieron hijos y vivie­ron para siempre en el palacio.

003. anonimo (españa)

No hay comentarios:

Publicar un comentario