Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 26 de julio de 2012

La gallina y el rey

Había una vez una gallina, blanca como la nieve, con una cresta que parecía de oro puro q que brillaba como el sol de mediodía. La gallina, a decir verdad, estaba mug pagada de sí misma por su belleza y pensaba que sólo un rey era digno de convertirse en su esposo.
Un día, mientras escarbaba en un montón de desperdicios, encontró un diamante grande y más resplandeciente que la luz del sol. Al verlo, la gallina se sintió feliz:
«Lo llevaré a palacio, se lo entregaré al rey, que, cuando me vea, se enamorará inmediatamente de mí y me pedirá como es­posa».
La gallina preparó un canastillo de hierba muy pequeño, pero gracioso y elegante. Guardó allí el diamante, se colgó el ca­nastillo del cuello y se dirigió a palacio.
Cuando los otros animales vieron a la gallina de la cresta re­luciente como el oro dispuesta a salir de viaje, acudieron a ad­mirarla y le preguntaron:

¿Adónde vas, de todas la más bella,
con tu cresta que parece una estrella?

Y la gallina respondió orgullosa:

Al rey esta joya llevaré
y mañana reina seré.

Todos los animales, del primero al último, se inclinaron con respeto ante su compañera y le desearon buen viaje y buena suerte en su cometido. Todos esperaban que llegase a ser reina, menos el malvado lobo. Éste salió de lo profundo de la selva, que incluso en pleno día está oscura como si fuese de noche, se interpuso en su camino y gritó con voz ronca:

¿Adónde vas, gallina sin pareja,
que no eres mejor que una corneja?

La gallina respondió amablemente:

Al rey esta joya llevaré
y mañana reina seré.

El lobo repuso aullando con voz aún más ronca:

¡A fe mía, no te casarás,
en mis fauces acabarás!

Pero la gallina sacó deprisa el diamante del canastillo y se lo mostró al lobo. En cuanto miró la piedra, el lobo se volvió pe­queño, cada vez más pequeño, hasta ser poco más grande que una pulga. La gallina lo guardó enseguida en el canastillo y si­guió su camino. Al atravesar el bosque, se encontró con un árbol enorme, tan alto que casi tocaba el cielo con sus ramas, tan grue­so que no habrían podido rodearlo con sus brazos cien hombres juntos. Era el rey de las encinas, que pronto comenzó a gritar con voz semejante al trueno:

¿Adónde vas, gallina sin pareja,
que no eres mejor que una corneja?

Y la gallina respondió amablemente:
Al rey esta joya llevaré y mañana reina seré.

Y la encina repuso con voz aún más atronadora:

¡A fe mía, no te casarás,
bajo mis ramas acabarás!

Pero la gallina cogió deprisa del canastillo el diamante y se lo mostró al rey de las encinas. En cuanto el rey de las encinas miró la piedra, se volvió pequeño, cada vez más pequeño, hasta ser poco más grande que una brizna de hierba. La gallina lo guardó enseguida en el canastillo y retomó su camino sin titu­bear. Poco después se encontró con un río torrentoso y no había ni barcas ni puentes para cruzarlo. La gallina se detuvo y dijo:

Río, amable río, déjame pasar,
que con el rey me debo casar.

Pero el río se puso más furioso que nunca y dijo:

¡No me puedo detener ni un instante:
el mar todavía está distante!

La gallina extrajo entonces del canastillo el diamante y se lo mostró al río, que, en cuanto miró la piedra, se volvió pequeño, cada vez más pequeño, hasta hacerse poco más grande que una gota de rocío. La gallina lo cogió con el pico y lo guardó en el canastillo, retomando pronto su camino hacia el palacio del rey.
Después de siete días y siete noches de andar sin descanso, la gallina llegó finalmente a palacio. Intentó entrar, pero la de­tuvo un guardián que pretendía hacerla desandar el camino. La gallina sacó entonces el diamante del canastillo y se lo mostró al guardián diciendo:

Al rey esta joya llevaré
y mañana reina seré.

Y el guardián la dejó entrar inmediatamente. En medio del aposento real, la gallinita se encontró con el paje del rey, a quien no impresionó en absoluto la blancura de sus plumas ni el es­plendor de su cresta de oro. Pensó que era una de las gallinas del rey que se había escapado del gallinero, y ordenó a un sirviente que la atrapase y la encerrase otra vez. Pero la gallina protestó:

Al rey esta joya llevaré
y mañana reina seré.

El paje cogió el diamante y se lo llevó al rey:
-¿Quién me envía esta joya preciosa? -preguntó el rey.
-Una ridícula gallina, Majestad -respondió el paje.
-Decidle que se la agradezco de corazón y llevadla al galli­nero del que ha salido.
Los sirvientes cogieron a la gallina p la encerraron junto con las otras. En cuanto la vieron, los gallos y las gallinas del galli­nero real se abalanzaron sobre la recién llegada a picotazos. Pero la gallinita, acordándose del lobo, lo llamó presurosa:

¡Sácame, lobo, de este espantoso sitio,
si quieres que yo te libere del hechizo!

En cuanto dijo estas palabras, el lobo saltó fuera del canas­tillo, tan grande como era antes, y se arrojó contra gallos y ga­llinas. Y en menos que canta un gallo, resolvió el litigio dejando viva solamente a la gallina de la cresta de oro.
Comenzaba a amanecer cuando la gallina corrió hacia el palacio y se puso a andar de aquí para allá con empaque por los aposentos del rey. Los sirvientes la vieron y acudieron a advertir al rey de que la gallina se había escapado de nuevo del gallinero.
El rey montó en cólera y dijo:
-¡Por esta insolencia, que la lleven al calabozo!
Los sirvientes obedecieron y encerraron a la pobre gallinita en la celda más oscura de la prisión.
La prisión tenía muros tan altos y gruesos como siete ca­rruajes puestos uno al lado del otro, y la celda era tan angosta que a duras penas la gallina lograba moverse, y tan oscura que parecía ser siempre de noche.
La prisionera, entonces, sacó de su canastillo la brizna de hierba y dijo:

¡Vuelve a ser, querida encina, la que eras
para librarme de esta oscura celda!

La encina recuperó de inmediato sus raíces y comenzó a cre­cer tan deprisa que, en un abrir y cerrar de ojos, se volvió más alta que la más alta torre, haciendo que se derrumbasen los mu­ros de la prisión y la mitad del propio palacio.
Cuando el rey se dio cuenta de lo que había ocurrido, fue una vez más presa de cólera y ordenó que metiesen a la gallinita en un horno. Justo había uno encendido en ese momento, por­que los cocineros estaban horneando una hogaza para el desa­yuno del rey.
Los sirvientes atraparon a la gallina y la metieron en el hor­no abierto. Entonces la pobre sacó de su canastillo la gota de ro­cío y dijo:

¡Sácame, río, de este espantoso sitio,
si quieres que yo te libere del hechizo!

E inmediatamente la gota de rocío comenzó a crecer hasta que se transformó en un tempestuoso torrente que apagó el fue­go, inundó todo el palacio real y empujó cuanto encontraba a su paso arrastrándolo hacia el mar.
El rey logró salvarse a duras penas. Y como no podía hacer nada contra la gallina pensó que lo mejor era casarse con ella.
La boda se celebró con gran pompa y los dos vivieron du­rante muchos años juntos, felices y contentos. Tuvieron también numerosos hijos, porque la gallinita ponía un huevo al día y to­dos los varoncitos llegaron a convertirse en reyes.

Fuente: Gianni Rodari

003. anonimo (españa)

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