Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 26 de julio de 2012

La cosa más preciosa del mundo

Había una vez un rey que era viudo y tenía tres hijos. En las cer­canías de su reino había una reina, viuda como él, que tenía una hija, hermosa como una flor. Ocurrió que el rey viudo se casó con la reina viuda, y la reina viuda fue a vivir con su única hija al palacio del rey. No es de extrañar que, al poco tiempo, los hi­jos del rey se enamorasen de la muchacha hermosa como una flor y quisiesen los tres a la vez casarse con ella.
Un día fueron a hablar con su padre y le dijeron:
-Padre, los tres nos hemos enamorado de nuestra hermosa hermanastra. Ya que sólo uno de los tres puede ser su marido, te rogamos que seas tú el que decida quién ha de ser su marido.
Al escuchar estas palabras, dijo el rey:
-Hijos míos, ¿cómo puedo decidir yo algo semejante? Os hago esta propuesta: salid a correr mundo, y aquel que me trai­ga la cosa más preciosa que existe bajo el sol recibirá como pre­mio la mano de la princesa.
Los tres príncipes salieron en busca de la cosa más preciosa del mundo. En la primera encrucijada se separaron y cada uno escogió su camino.
Pasado algún tiempo, el primer príncipe llegó a una gran ciu­dad y comenzó enseguida a preguntar dónde podría encontrar algo precioso. Pasó por todos los mercados, buscó en todas las tiendas, y ya estaba a punto de emprender el regreso cuando en­contró una hermosa alfombra en la tienda de un viejo mercader. Era una alfombra mágica. Si alguien se sentaba sobre ella y pul­saba un muelle secreto, la alfombra se elevaba por el aire y vola­ba hacia donde su dueño quería. El príncipe le preguntó en el acto al mercader:
-¿Cuánto pides por esta alfombra?
-Mil cequíes de oro -respondió el mercader.
Y el príncipe contó el dinero que llevaba en su talega, se sen­tó sobre la alfombra, oprimió el muelle y voló hacia el palacio de su padre.
Mientras tanto, el segundo príncipe había llegado a un pue­blo, donde encontró a un hombre que poseía un catalejo mági­co. Mirando por aquel catalejo, podía verse al instante todo lo que se deseaba.
Mientras miraba por el catalejo, el príncipe pensó en su her­mano mayor y en el acto lo vio volando hacia el palacio en la al­fombra mágica.
-¿Cuánto pides por este catalejo? -le preguntó el príncipe al mercader.
-Me sentiría satisfecho con mil cequíes de oro.
El príncipe le pagó los mil cequíes de oro y se dirigió hacia palacio con el catalejo en su talega.
Mientras tanto, el tercer hermano había llegado a una pe­queña ciudad donde vivía un anciano que vendía manzanas en la plaza del mercado y gritaba:
-¡Hermosas manzanas, manzanas mágicas!
El príncipe se acercó al anciano y le preguntó:
-Dígame, señor, ¿qué tienen de mágico estas manzanas?
-Si uno sostiene una de estas manzanas y aspira su aroma, se curará de cualquier enfermedad -respondió el hombre.
-Querría comprar una -dijo el príncipe.
-Te la vendo por mil cequíes de oro.
El príncipe pagó los mil cequíes de oro y se dirigió a palacio con la manzana milagrosa en la talega.
Mientras tanto el segundo hermano, que había visto al hermano mayor volar a palacio en la alfombra mágica, lo siguió a caballo y, cuando estuvo junto a él, le preguntó:
-Hola, hermano, ¿sabes dónde está nuestro hermano me­nor?
-No, no lo sé -le respondió volando más bajo.
-Entonces mira por mi catalejo -dijo extendiéndole su pre­ciosa compra.
El hermano mayor miró por el catalejo y vio al menor cami­nando hacia palacio. Invitó a su segundo hermano a subir a la alfombra, pulsó el muelle secreto y en un santiamén alcanzaron al hermano menor. Entonces los tres continuaron el viaje hacia el palacio en la alfombra mágica.
Poco tiempo después, el más joven cogió el catalejo, lo acer­có a sus ojos y exclamó:
-¡Cielos! ¿Qué veo? No me atrevo siquiera a decirlo.
-¿Qué ves? -preguntó el mayor cogiendo el catalejo.
Y, mirando por el catalejo mágico, comenzó también él a suspirar:
-¡Cielos! ¿Qué veo?
El segundo hermano miró también por el catalejo y vio que su amada princesa yacía en su lecho, enferma de un mal incura­ble
-Vayamos a palacio deprisa -exclamó entonces el más jo­ven-. Yo puedo curarla.
La alfombra aceleró su vuelo y, en un abrir y cerrar de ojos, los tres llegaron a palacio. El menor de los hermanos corrió ha­cia la cámara de la princesa, ya a punto de exhalar el último sus­piro, y le dio a oler la manzana mágica. Al instante, la princesa se curó de su enfermedad.
Los tres hermanos se reunieron entonces con el rey y le mos­traron las cosas preciosas que habían encontrado.
-La princesa será, sin lugar a dudas, mi esposa -dijo el prínci­pe más joven, puesto que la he curado con mi manzana mágica.
-No -replicó el segundo-, porque sin mi catalejo nunca te habrías enterado de su enfermedad.
-Pero si no hubiese sido por mi alfombra mágica -intervino el mayor de los tres- no habríamos llegado a tiempo.
El rey se quedó un rato pensando y, finalmente, dijo:
-Hijos míos, creo que el catalejo ha sido la ayuda más valiosa. Por ello el segundo de vosotros merece la mano de la princesa.
Los hermanos aceptaron la decisión del rey y acudieron a co­municársela a la princesa. Pero la hermosa princesa no estuvo de acuerdo.
-Yo creo que la manzana mágica ha sido la ayuda más va­liosa. Además, como siempre he preferido al más joven de los príncipes, me casaré con él.
Y así la princesa se casó con el más joven de los tres prínci­pes. Pero ¿por qué nunca había expresado en voz alta su prefe­rencia? Porque, de otra manera, los tres príncipes no se habrían echado al mundo y nosotros no habríamos podido contar esta historia.

003. anonimo (españa)

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