Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 26 de julio de 2012

La calandria salvadora

Un hombre que había formado una familia que todos envidiaban por el afecto que se tenían y el buen rumbo de sus asuntos, tuvo la desgracia de perder a su mujer; y quedó viudo con un hijo mayor ya mozo y una hija de doce años. Pronto vio que no podía atender a sus asuntos y a la vez al cuidado de la casa y de los hijos, por lo que decidió tomar un ama de llaves, que a su vez era viuda y tenía una hija, también de doce años.
Pero sucedió que, al poco tiempo, el padre murió y los dos hermanos quedaron al cuidado del ama de llaves, junto con la hija de ésta. Como los hermanos no se hallaban a gusto, el hermano dijo un día a su hermana:
-He pensado en marchar de aquí a buscar trabajo y, cuando haya hecho fortuna, te mandaré llamar y vendrás a vivir conmigo, porque aquí poco nos vamos a arreglar con esta ama de llaves que no nos quiere nada a ti y a mí.
Aunque a la niña le pareció bien, no pudo por menos de echarse a llorar pensando qué iba a ser de ella durante todo el tiempo que su hermano estuviese fuera.
Y estando llorando, se abrió de repente la ventana de su habitación y entró volando una calandria y, tras la calandria, apareció un hada en la ventana, que le dijo a la niña:
-No temas la ausencia de tu hermano. Busca una hermosa jaula para esta calandria y guárdala ahí contigo, que ella te avisará de todos los peligros y te ayudará en todas las ocasiones que lo necesites. Así que deja partir a tu hermano y que él se acuerde siempre de que tú tienes las tres gracias de Dios.
Y la niña, reconfortada, buscó la jaula más hermosa que pudo encontrar y guardó en ella a la calandria.
Y al día siguiente el hermano se puso en camino y la niña le despidió no sin congoja, a pesar de todo.
Total, que el muchacho caminó y caminó hasta llegar a la ciudad. En esa ciudad vivía el rey y al palacio se encaminó decidido a solicitar audiencia y cuando se encontró con el rey vio que era casi tan joven como él. Muy animado, le pidió que le procurase un empleo en el palacio y el rey, divertido con el muchacho, le dijo que haría lo posible por conseguírselo.
Y se lo contó a su madre, pero ésta le hizo ver que no tenían empleo para el muchacho y le propuso que le ofreciera un trabajo fuera del palacio como, por ejemplo, el cuidado de los pavos. Y el muchacho se quedó de pavero.
Como le había caído bien al rey, éste iba a menudo a donde el muchacho cuidaba los pavos y se quedaban charlando. Y tanto le caía en gracia el muchacho que volvió a hablar con su madre, la reina:
-La verdad es que este muchacho es de lo más simpático y alegre y me gustaría darle un empleo mejor.
Y la madre que veía el interés de su hijo y lo mucho que hablaban entre sí, le dijo:
-Muy bien, le nombraremos tu ayudante de paseo y así te hará compañía siempre que salgas y podréis hablar de lo que tanto os entretiene a los dos.
Y dicho y hecho, desde entonces todas las tardes salieron juntos el rey y el muchacho.
En una de esas tardes, mientras paseaban por los jardines del palacio, el rey preguntó:
-Oye, ¿tú tienes novia?
Yo no, señor -contestó el muchacho. ¿Y el señor?
¿Tiene novia el señor?
-No la tengo -contestó el rey. Y no pienso tenerla hasta que encuentre a una muchacha que tenga las tres gracias de Dios.
El muchacho recordó entonces las palabras del hada y le dijo al rey:
-Pues mi hermana las tiene.
-¿Cómo es eso? -dijo el rey. Pues ahora mismo escribiré una carta ordenándole que venga.
Así se hizo, pero, al llegar a la casa donde vivía la muchacha, el correo del rey entregó la carta al ama de llaves y, como ésta la abrió y leyó lo que decía, avisó a su propia hija y le dijo:
-Mañana partiremos las tres a palacio porque lo manda el rey. Pero cuando lleguemos yo diré que tú eres la muchacha que el rey ha mandado llamar y te casarás con él. Mientras tanto, haz todo lo que yo te diga.
Al día siguiente se pusieron las tres en camino a la ciudad. Al cabo de mucho andar, el ama se detuvo en un puente sobre un río muy caudaloso y llamó a las otras dos para que vieran pasar el agua; la muchacha, que no se separaba de la calandria, dejó la jaula en el suelo para asomarse y cuando estaba mirando, asomada de medio cuerpo, el ama hizo una seña a su hija y entre las dos tiraron a la muchacha al río, recogieron la jaula y sus bultos y siguieron camino.
Llegaron por fin a palacio el ama, la hija y la calandria en su jaula. Salió el rey a recibirlas, junto con el muchacho, y la hija del ama, avisada por su madre, se abrazó a él como si fuera su propia hermana y cuando él, extrañado, ya iba a preguntar por su verdadera hermana, oyó que la calandria le decía por lo bajo:
-¡Tú, cállate! ¡Tú, cállate! y el muchacho guardó silencio, pero se quedó triste y pensativo.
El rey dejó al ama y al muchacho y se fue con la hija a mostrarle sus habitaciones. Y el muchacho estaba deseando preguntar al ama, pero la calandria le volvió a advertir:
-¡Tú, cállate! ¡Tú, cállate!
En esto, el rey estaba enseñando sus habitaciones a la hija del ama y en una de ellas había un tocador, y le dijo el rey:
-Y ahora ¿por qué no lloras un poco?
La hija, extrañada, le contestó:
-¿Por qué he de llorar, si no tengo ganas?
Entonces le dijo el rey:
-Pues lávate las manos, que las traerás sucias del viaje.
La hija se lavó las manos y no sucedió nada.
El rey, sorprendido, le dijo a continuación:
-Pues ahora, péinate.
La hija se peinó su cabello con un peine del tocador y tampoco sucedió nada.
El rey, al ver esto, montó en cólera, volvió con la hija al salón donde esperaban el ama y el muchacho, llamó a sus criados y dijo:
-Las dos mujeres quedan presas en el palacio hasta que yo decida qué hacer con ellas. Y en cuanto a este falso y embustero -dijo dirigién-dose al muchacho- le colgaréis por los pies del mismo árbol bajo el cual me mintió.
Y ya iba el muchacho a protestar al rey, cuando escuchó a la calandria que le decía por lo bajo:
-¡Tú, cállate! ¡Tú, cállate! y se calló otra vez.
Retrocedamos ahora para saber la suerte de la verdadera hermana. Pues así que cayó al río, empujada por el ama y su hija, se dejó llevar por la corriente hasta que pudo cogerse a unos arbustos que crecían en un recodo y, agarrán-dose a ellos, logró alcanzar la orilla en la que enraizaban.
Un pastor que andaba por allí cerca la vio toda mojada en la orilla y llena de magulladuras y le preguntó si se había caído al río y la muchacha le contó la verdad, que la habían tirado desde el puente. Entonces el pastor sintió lástima de ella y la llevó a su cabaña para que se secara.
Pero la mujer del pastor, en cuanto vio llegar a una niña tan hermosa, sintió celos y se enfadó con su marido de tal modo que la muchacha, por calmarla, dijo:
-Por Dios, no se ponga usted así, que yo me voy a buscar otra casa donde puedan auxiliarme.
Pero se encontraba tan sola y cansada que no pudo reprimir el llanto; y en el momento en que la muchacha lloró, empezó a llover sin estar nublado, con tanta mayor fuerza cuanto más arreciaba su llanto, y la pequeña hija de los pastores dijo a su madre:
-Madre, no la deje ir, que está lloviendo mucho.
La muchacha, al oír esto, dejó de llorar y, en el mismo instante, dejó de llover. Y como todos se habían calmado, le dijo la muchacha a la pastora:
-Con su permiso, voy a lavarme un poco y a peinarme y después me iré.
Y sucedió que, mientras se lavaba las manos, en el agua florecían rosas; y cuando se peinó, cayeron perlas de su cabello.
La pastora, al ver esto, pensó que se les había aparecido una santa del cielo y le rogó que se quedara con ellos.
Así que la muchacha se quedó a vivir en la cabaña con los pastores y cada mañana, cuando la muchacha se peinaba, la pastora recogía un montoncito de perlas y a poco llenó un saquito con ellas y dijo a su marido:
-¿Por qué no vamos a la ciudad, donde yo podría vender estas perlas, que nos permitirían vivir más holgadamente?
Así lo hicieron y ganaron tanto dinero que decidieron trasladarse a la ciudad y alquilaron una hermosa casa que estaba justo delante del palacio real.
A la muchacha le gustaba salir al balcón principal a bordar. Un día observó a un criado que sacaba a uno de los balcones de palacio la jaula con su calandria y se llevó una gran alegría y le dijo:
-Buenos días, calandria preciosa, que tanto te he echado de menos.
-Buenos días, señorita -repuso la calandria.
-¿Acaso sabes del paradero de mi pobre hermano? -preguntó la muchacha.
-De un árbol del palacio está colgado -contestó la calandria.
-¡Ay de mí y de mi hermano desdichado! -se afligió la muchacha, y se echó a llorar con todo sentimiento y de inmediato comenzó a llover y apareció un criado que retiró a la calandria del balcón apresuradamente.
Esto sucedió un día y otro hasta que el criado, sospechando algo extraño, quedó espiando tras la celosía, después de sacar a la calandria al balcón, y cuando vio lo que sucedía y que empezaba a llover, metió la jaula y fue a contarle al rey lo que había visto. Entonces el rey quedó pensativo un rato y al final mandó llamar al criado y le encargó que fuera a la casa de la muchacha y le dijera que el rey la invitaba a comer.
Conque llegó la muchacha al palacio y se sentaron a la mesa, el rey, su madre la reina y la muchacha.
A mitad del almuerzo, el rey ordenó que trajeran a la calandria y le preguntó a la muchacha:
-¿Qué conversación es la que tienes con esta calandria cuando la sacan al balcón?
Y la muchacha le contó lo que hablaban y luego, entristecida, empezó a llorar y de inmedia-to comenzó a llover.
El rey mandó que descolgaran al muchacho del árbol y que lo trajeran a su presencia. Y nada más entrar en el comedor, los hermanos se reconocieron y se abrazaron con enorme alegría. Entonces el rey ordenó a un criado:
-Trae aquí un lavamanos y una toalla.
Cuando llegó el encargo, se lo ofreció a la muchacha, que se lavó las manos y en el agua florecieron rosas.
El rey apenas podía disimular su alegría, pero, de todas formas, se levantó de la mesa y rogó a la muchacha que le acompañara a una habitación donde había un tocador; y cuando estuvieron allí, el rey le dijo:
-Ahora toma un peine y péinate.
La muchacha así lo hizo y empezaron a caer perlas de su cabello.
Entonces el rey ya no pudo disimular por más tiempo su alegría y volvió al salón donde le aguardaban la reina madre y el muchacho y, dirigiéndose a su madre, le dijo:
-Madre, ésta es mi esposa, que tiene las tres gracias de Dios.
A los pocos días se casaron y el hermano se quedó a vivir en el palacio como infante real. Además, los pastores entraron al servicio de los reyes y se alojaron en una bella casita que se encontraba dentro de los jardines del palacio. Y en cuanto al ama de llaves y a su hija, las desterró fuera de los límites de su reino y nunca más se volvió a saber de ellas.

003. anonimo (españa)

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