Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de julio de 2012

La boa y el antílope


En el poblado de Adurelang -Nsomo, vivía un hábil cazador de animales, llamado Mbomio Mba.
Cierto día salió a visitar la finca de yuca y cacahuete que constituía la esperanza de la familia para el año venidero. Con dolor comprobó que los animales le habían destrozado toda la comida. Mbomio Mba aceptó resignado la desgracia por dos razones: porque tal suele ser la conducta de los animales salvajes, y porque éstos lo tenían por el enemigo número uno. Eso sí, prometió vengarse del desastre.
En los lugares de acceso a la finca cavó hoyos idóneos para el trampeo. Con el fin de disimular las trampas, cubrió los hoyos con hojas secas, y esparció por encima una tenue capa de tierra. Hacía falta ser inteligente -y no incauto animal- para no caer en el armadijo. Después Mbomio Mba regresó a su casa con la intención de volver a visitar las trampas al cabo de cinco días, que era el tiempo habitual en tales casos.
A las pocas horas, una boa hambrienta salió en busca de presa. Reptaba desprevenida por el sendero que conducía a la finca de Mbomio Mba. De repente, se encontró en el fondo de un profundo hoyo. Con estridentes silbidos comenzó a pedir socorro a los habitantes del bosque.
Ninguno de los que oyeron sus súplicas le prestó auxilio: todos alegaban que era muy ingrata y vengativa.
El grácil antílope acertó a pasar vecino y oyó los lastimeros silbidos de la boa. Acercóse al hoyo y le preguntó:
-¿Qué haces en ese hoyo tan profundo?
-He tenido la desgracia de caer en la trampa -contestó la serpiente- llevo rato y rato pidiendo socorro. Nadie me quiere sacar; a ver si tú, amigo antílope, me echas una mano, pues estoy muerta de hambre y de sed.
El compasivo antílope le respondió:
-No tengo inconveniente en ayudarte; -y le echó un grueso tronco. Fuera ya del hoyo, habló el antílope:
-¿En algo más puedo servirte?
-Espera -dijo la boa-; tengo algo que decirte: Mira, llevo varios días sin comer, ni beber; tú eres el único animal que tengo a mano; quiero aprovechar la oportunidad; prepárate, pues voy a engullirte, al instante.
-¡Qué ingrata eres!; exclamó el antílope que se alejó con rápida carrera. En vano quiso perseguirlo la desgraciada serpiente.
Entonces el antílope denunció a la boa ante el tribunal del erizo, que era ese año el príncipe de la comarca. Pero éste, por temor a caer un día en las fauces de la boa, falló en favor de la misma.
El antílope no acató la sentencia y acudió ante el mono, que, después de oídas ambas partes, se declaró incompetente en pleitos de tierra firme, pues su vida transcurre por las copas de los árboles.
Acudieron a casa del ratón, que gozaba de autoridad y prestigio en los contornos. Por motivos parecidos a los del erizo, dio la razón a la boa.
Contrariado el antílope formuló el último recurso en el tribunal supremo del viejo jefe de los animales: la tortuga.
Esta, después de unos minutos de reflexión, dijo a los litigantes:
-Para poder fallar con justicia, tengo que reconstruir los hechos. Iremos al bosque y examinaré en qué posición se encontraba la boa, cuando el antílope le prestó auxilio.
Así lo hicieron. Y, cuando la boa se hallaba en el fondo del hoyo, dictaminó la tortuga:
-Que siga la boa donde está; que nadie le preste socorro, por no saber corresponder a los favores recibidos.
El antílope dio gracias a la tortuga que, con su astucia, premió merecida-mente la ingratitud. Y ambos se separaron, como buenos amigos.
A la mañana siguiente, fue Mbomio Mba a revisar las trampas. Antes de llegar a la finda, oyó los silbidos de la boa atrapada en el hoyo. Sin pérdida de tiempo, llamó a su mujer que le seguía unos metros detrás con el machete y el nkué. No le valió a la ingrata serpiente su conocida astucia y, así, Mbomio Mba le cortó la cabeza de un machetazo.

111. anonimo (guinea ecuatorial)

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