Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de julio de 2012

La beata y los tres novios

273. Cuento popular castellano

Había en un pueblo una beata que tenía engañados a tres es­tudiantes. A los tres les había dado palabra de casamiento. Para ello iban todas las noches a su casa a horas distintas, pues así los citaba ella, para que no se encontraran.
Ya llegó un día en que uno de ellos la dijo:
-Mira, yo quería casarme contigo.
-Sí -dijo ella; pero antes quiero probarte si eres o no va­liente. Para ello quiero que la Noche de los Santos vayas a la igle­sia y te escondas debajo el tumbo y estés allí toda la noche. A ver si tienes valor para hacerlo.
-¡Bah! ¡Vaya una cosa! Si no es mas que eso, chica, me pa­rece que no hay ningún inconveniente.
Después vino el otro estudiante. Y en las conversaciones que tuvieron, también la dijo que quería casarse con ella. Entonces ella le dijo que antes de casarse con ella, tenía que probarle si era o no valiente.
-Y ¿qué quieres con eso?
-Nada. Mira. Quiero que la Noche de los Santos vayas a la iglesia y con dos velas encendidas te pongas delante del tumbo toda la noche.
-Si no es más que eso, ¡bah!, iré allí esa noche.
Después que se marchó éste, vino el otro estudiante y tam­bién la dijo que quería casarse con ella. A éste le dijo lo mismo, que antes quería probarle si era cobarde o valiente; que para ello tenía que ir el Día de los Santos por la noche con unas ca­denas grandes, subirse a la torre y después bajar arrastrando las cadenas y diciendo: «Yo soy el diablo, que voy a por el que está debajo el tumbo y el que lo está alumbrando.»
-¡Bah, si no es más que eso, no tengo inconveniente! Esa no­che voy. Verás como voy.
Para ello les dijo que habían de ir el uno a las nueve, el se­gundo a las nueve y media, y el otro a las diez.
Llegada esa noche, cada uno fue a ocupar su puesto: el pri­mero, a las nueve, se colocó debajo el tumbo; el segundo, a las nueve y media, con las dos velas encendidas, se puso frente al tumbo; y el tercero, con las cadenas, se subió a la torre. A poco de subir, comenzó a bajar arrastrando las cadenas -¡rar, rar!-, y diciendo :
-Yo soy el diablo, que voy a por el que está debajo el tumbo y el que lo está alumbrando.
Así llegó hasta la iglesia y dirigiéndose al tumbo volvió a arrastrar las cadenas, diciendo:
-Yo soy el diablo, que voy a por el que está debajo el tum­bo y el que lo está alumbrando.
Como éste se acercara ya, el de debajo el tumbo, con el mie­do que tenía, salió de debajo el tumbo. El de las velas, que le ve salir, tira las velas y echa a correr también para la calle. El de las cadenas, que ve que sale uno de debajo el tumbo y que otro viene hacia él, tira las cadenas y también ése echa a correr.
Cada uno se escapa para su casa sin que se conocieran. Del susto que recibieron, tuvieron que estar ocho días en cama. El día que se vieron juntos, se preguntaban el uno al otro:
-¿Dónde has andada, que no te hemos visto?
-He estao en la cama y no me habéis ido a ver.
-Pues, yo también he estao en la cama -dijo el otro. Si supieras lo que me ha pasao.
-¿Qué te ha pasao, hombre, qué te ha pasao?
-Que fui una noche ande la beata y me dijo que si me quería casar con ella, que tenía que ir a la iglesia el Día de los Santos y metérme debajo el tumbo.
-De modo que tú eras -le dijo el otro- el que estabas de­bajo el tumbo. Pues yo era el que estaba con las velas encendidas. Y dijo el otro:
-Pues yo era el que bajaba por las escaleras arrastrando -las cadenas y diciendo que era el diablo. También a mí me dijo esa tía que fuera. ¡Hay que armársela! ¡Hay que armarla una!
Para ello acordaron escribirla una carta que quería Jesucris­to, con San Pedro y San Juan, ir a su casa; que preparara cena. La mandaron la carta, y ella preparó la cena. Ellos se disfraza­ron de Jesucristo, San Pedro y San Juan y fueron allá. Llamaron.
-¿Quién? -respondió ella.
-Somos Jesucristo, San Pedro y San Juan, que venimos a cenar contigo.
Les abrió la puerta.
-Entren, entren ustedes.
Subieron a su casa, les puso la cena y cenaron. Después de cenar dijo el que hacía de Jesucristo:
-A ésta hay que beatificarla esta noche.
-¡Por Dios! -dijo ella, no me merezco yo tanto, señor Je­sucristo.
-Sí, hay que hacerlo. Y para ello que la coja Juan a las cos­tillas.
La levantaron las sayas y la pegaron una azotina que la deja­ron rendida.
Y una vez así, cogieron y se marcharon. Ya se vengaron de lo que había hecho con ellos.

Peñaranda de Duero, Burgos. Amalio Hernán.
16 de julio, 1936. Sastre, 60 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)






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