Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de julio de 2012

La astucia vence a la fuerza

Hace muchos, muchos años, un tigre, un perro y una oveja trabaron estrecha amistad: comían juntos, conversaban entre sí y salían a dar frecuentes paseos por el bosque; la falta de preocupación les causaba hastío y ya no tenían tema de conversación.
Cierto día, el tigre propuso ir de pesca, no sólo para buscar comidas, sino también para matar el aburrimiento. Aceptaron los compañeros y con todos los utensilios de pesca al hombro se encaminaron al cercano río.
Antes de comenzar el duro trabajo de la pesca, al estilo del país, el rudo tigre dijo a los pacíficos camaradas: Que matemos o no algún pez, yo tengo que comer.
El perro, temeroso de lo que podría ocurrir, pensó para su capote: ¡pobre del que no tenga buenos pies para escapar del bárbaro tigre: morirá en sus garras!
La oveja, que, aunque pacífica, no es nada tonta, también pensó para sí: «el que no sea astuto morirá víctima de la fuerza bruta».
Prepararon las consabidas presas que hacen las mujeres guineanas, cuando pescan en el río; empezaron a achicar el agua con los típicos platos de pesca; pero como el río era caudaloso no resistían las presas la presión del agua y nuestros pescadores hubieron de desistir en su intento pescantil: el fracaso fue total.
Entonces, el tigre quiso cumplir el deseo manifestado, al llegar al río: que con peces o sin ellos, él tenía qué comer. El perro y la oveja, que adivinaron sus intenciones, echaron a correr y detrás de ellos el tigre feroz, que designó al perro como la primera víctima, creyendo que a la lenta oveja la tenía segura.
A punto estuvo el tigre de dar alcance al perro, que sacaba fuerzas de flaqueza, ante los amenazadores dientes del felino. Ya casi alcanzaba la zarpa del tigre la cola de su víctima, cuando al doblar el recodo de la senda toparon con el abaá de un poblado, donde los vecinos charlaban animada-mente.
Perro y tigre quedaron clavados ante la inesperada visión de los hombres a quienes el perro explicó jadeante el motivo de su apremiante huida.
Bastaron pocas palabras para que los lugareños descubriesen la inocencia y la culpabilidad de uno y otro. Reprocharon al tigre su crueldad y le obligaron airados, a regresar a la selva. El perro, en cambio, agradecido, pidió permiso a sus salvadores para quedarse en el poblado. A partir de entonces, los perros son los amigos fieles del hombre al que acompañan y defienden contra sus enemigos.
Entre tanto, la precavida oveja no echó en olvido la amenaza del tigre y se dijo: «después de devorar al perro, vendrá por mí; tengo que emplear una estratagema para engañar al bruto tigre».
Aún no había concluído esta reflexión, cuando oyó a lo lejos el chasquear del ramaje y de las hojas secas agitadas por la veloz carrera del tigre. La oveja, sin pensarlo dos veces, dio con la cabeza un terrible golpe contra un árbol, contiguo al río. Inmediatamente se lanzó al agua fangosa de la ribera, en la que se hundió completamente; sólo asomaba los ojos, que con el golpe, adquirieron el tamaño de dos cocos medianos.
Al llegar el tigre enfurecido, preguntó a los grandes ojos:
-Grandes Ojos, ¿no habréis visto por aquí una oveja?
-No, le respondieron los grandes ojos.
Partió el tigre en busca de la desaparecida oveja. Recorrió, horas y horas, la selva en todas las direcciones: todo en vano.
Volvió a pasar por donde la oveja estaba escondida, y nuevamente, preguntó:
-Por favor, Ojos grandes, o grandes Ojos, ¿no habéis visto pasar por aquí una oveja?
Entonces, Ojos grandes, contestó enfadado:
-Si me vuelves a preguntar esto otra vez, tomaré venganza; ¿acaso tengo por misión vigilar una oveja?
Temeroso el tigre, pues no había conocido el misterio de Ojos grandes, triste y cabizbajo, regresó a su casa, sin peces, sin perro y sin oveja.
Trascurrido largo rato, segura la oveja de que el tigre no volvería a pasar por allí, salió de la zambullidura. Cautelosa, no volvió a donde residía con el perro y el tigre. Se fue al pueblo de los hombres, a quienes suplicó que la dejasen vivir con ellos y que, a cambio, les daría su carne sabrosa. Así lo hicieron, y, desde entonces, la oveja vive pacificamente en los poblados.
Una vez más, la fuerza irreflexiva del tigre fue burlada por la sagacidad de sus compañeros.

111. anonimo (guinea ecuatorial)

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