Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 26 de julio de 2012

La ahijada de san pedro .003

Esto eran dos ancianos que no habían tenido descendencia y siempre le ro­gaban a san Pedro que les diera una hija. Al fin, compadecido, les dio Dios una hija y san Pedro bajó a verlos y le hicieron padrino de la niña. Y le pusieron de nombre Pedro, como el padrino.
Cuando la chica se hizo moza, murió el padre y tuvo que ponerse a servir. La madre no sabía cómo vestirla, pues no la vestían de mujer porque no pe­gaba con el nombre que le habían puesto. Así que, al final, la vistió de hom­bre y la envió a servir.
A poco de salir de su casa, le salió san Pedro al encuentro y la acompañó hasta un palacio a cuya puerta la dejó. Conque ella llamó a la puerta y le abrió una criada. Pedro preguntó si necesitaban un criado y la muchacha la subió a donde estaba la reina. Y como le gustó a la reina, pues la cogieron de criado.
Pasado un tiempo, el rey tuvo que irse a la guerra. Mientras el rey estaba guerreando, la reina se enamoró de Pedro, creyendo que era muchacho. Una noche fue tres veces a la cama de Pedro a buscarle, pero ésta le dijo que no podía ser, porque ella era la reina y él solamente un criado. Entonces la reina mandó mensaje al rey de que volviera pronto, que necesitaba varón. Vino el rey en seguida y ella le dijo:
‑Hay que matar a Pedro. Tres veces vino a mi cama y has de matarlo.
Conque el rey mandó llamar a Pedro y le dijo que lo tenía condenado a muerte. Pero, como le disgustaba cumplirlo, porque le agradaba el muchacho, anunció que le perdonaría si le traía un anillo que se le había caído al mar cuando venía de regreso. Pedro estaba desconsolado, porque sabía que era im­posible cumplir el mandato, pero en éstas se le apareció san Pedro y le pre­guntó por qué se desconsolaba así. Pedro se lo contó y su padrino le dijo:
‑Toma este silbato que te doy, vete a la orilla del mar, lo tocas tres veces y un pez te traerá el anillo en la boca.
Así lo hizo Pedro y, en seguida, apareció un pez con el anillo en la boca. Entonces volvió corriendo a palacio y le entregó el anillo al rey. Pero la reina insistió en que había que matarlo, y entonces le dijo el rey:
‑Si no quieres que te mande matar, tienes que traerme a una hija muda que me robaron unos ladrones.
Pedro se fue toda triste a ver si daba otra vez con san Pedro. Le salió éste al encuentro y le preguntó por qué estaba triste de nuevo. Le contó Pedro lo que le pasaba y su padrino le dijo entonces:
‑No te apures por eso. Ve a casa de los ladrones y te pones a la puerta. Cuando den las doce, las puertas se abrirán y se cerrarán al repetirse los sones. Tú entra, coges a la hija muda del rey y sales antes de la repetición. Así lo hizo Pedro. Se puso a la puerta, esperó a que diera la hora, entró a escape, cogió a la princesa muda y salió justo antes de que diera la repetición. Y al cerrarse las puertas la muda dio un grito, en el camino dio otro grito y, al entrar en palacio, otro.
Llegó Pedro con la princesa muda y se la entregó a la reina, pero la reina dijo que no, que tenían que matarle. El rey lo pensó y luego dijo que si esa noche el muchacho era capaz de dividir tres fanegas de trigo, tres de cebada y tres de centeno, que estaban todas mezcladas en la misma habitación, que le perdonaría la vida.
Esta vez Pedro se echó a llorar viendo lo imposible del encargo. Volvió san Pedro y al verla así, le preguntó por qué lloraba. Pedro se lo explicó y san Pe­dro le dijo:
‑Pide que te den un sillón para la habitación donde te vayan a encerrar y te echas a dormir sin cuidado.
Así lo hizo Pedro. Pidió el sillón y lo llevó a la habitación donde lo iban a encerrar con las tres fanegas de trigo, las tres de cebada y las tres de centeno. Y en cuanto lo encerraron, se echó a dormir.
La reina, que no las tenía todas consigo, se asomó a la una de la mañana a ver qué hacía Pedro y se puso muy contenta porque vio que aún no había em­pezado. Volvió a las tres y se puso aún más contenta porque vio a Pedro que dormía en el sillón. Y cuando dieron las seis fue con el rey a la habitación y vieron con asombro que todo el grano estaba ya dividido y Pedro los aguar­daba sentado en el sillón.
Pero la reina, que estaba rabiosa, dijo que aquello no podía ser, que tenían que matarle de una vez y que él mismo tendría que ponerse la soga al cuello para que lo ahorcaran.
Subió Pedro a la horca y, al ponerse la soga al cuello, vio que san Pedro estaba a su lado y le dijo:
‑Padrino, esta vez sí que no me salvo.
Y le dijo san Pedro:
‑No temas, que nada te pasará.
Conque se puso el verdugo a un lado y al otro el rey y la reina con la prin­cesa muda y Pedro pidió que le dejaran hacer tres preguntas antes de morir. El rey consintió y Pedro le dijo a la muda:
‑Di, Ana, ¿por qué diste un grito al salir de la casa donde te tenían guarda­da los ladrones?
Todos quedaron en suspenso y Ana, la muda, dijo:
‑Porque mi madre bajó tres veces a tu cama.
Y volvió a preguntar Pedro:
‑Di, Ana, ¿por qué diste un grito a la mitad del camino?
La muda contestó:
‑Porque san Pedro es tu padrino.
Y Pedro preguntó por tercera vez:
‑Di, Ana, ¿por qué diste otro grito al entrar en el palacio?
Contestó la muda:
‑Porque eres mujer y no hombre.
Y todos los que allí estaban quedaron asombrados y sin habla por lo que acababan de presenciar. Y después del asombro, el rey mandó prender a la rei­na y la desterró a un castillo lejano. Y más tarde se casó con Pedro, que era una muchacha muy hermosa que le hizo muy feliz.
Y todos ellos se quedaron viviendo allí, Y a mí me enviaron para que te lo contara a ti.

003. anonimo (españa)

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