Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de julio de 2012

Juan el tonto .371

371. Cuento popular castellano

Había una vez uno muy tonto en un pueblo, que se llamaba Juan. Y su madre estaba deseando de casarle. Había en el pueblo una muchacha pobre que se llamaba María, y la madre le decía que la cortejase. Y él decía que no sabía qué decirla, y la madre le decía:
-Pues, échala una flor. Y si está haciendo algo, pues la dices: «De ésos, muchos y gordos».
Y pasó él por delante de la casa de ella, y se estaba curando unos granos, y la dijo:
-¿Qué haces, María?
-Pues, mira: curándome unos granos. Y él la contestó:
-Pues, de ésos, ¡muchos y gordos!
-¡Qué burro eres! -le dijo ella. No sabes más que decir burradas.
Él se fue a casa y la dijo a su madre:
-¿Ve, madre? Siempre lo hago mal. Y su madre le dijo:
-Pues ¿qué estaba haciendo?
-Pues, curándose unos granos, y la dije lo que ustez me,habfa dicho.
-Pues, tú debías haberla dicho: «que ésos se sequen y otros no nazcan».
Salió el mozo y pasó otra vez por casa de María. Y la encontró en el huerto sembrando unos pepinos, y la preguntó:
-¿Qué estás haciendo ahora?
-Pues, sembrando unos pepinos.
-Pues ¡que ésos se sequen y otros no nazcan!
-Pero ¡qué pedazo animal eres, que no sabes decir más que disparates!
El mozo se fue a su casa y dijo a su madre:
-Ya no la vuelvo a decir nada, porque no hace más que lla­marme animal.
-Pues ¿qué estaba haciendo? -le preguntó la madre.
-Pues, sembrando unos pepinos. Y la he dicho lo que ustez me dijo, y me ha llamao animal.
-A otra vez no la digas nada; no la eches más que una ojeadita.
Y fue y sacó los ojos a unos cuantos carneros, les puso en un pañuelo y pasó por la casa de ella, que estaba en un portal. Y se los echó encima. La muchacha se puso muy enfadada y le llamó mil veces animal, pues la había manchado toda de sangre. Y él entonces va y dice a la madre:
-¡Buena se ha puesto la María, buena, porque dice que la he manchao toda!
-Pues ¿qué hicistes, bruto?
-Pues, echarla la ojeada que ustez me dijo.
-Pero ¿cómo la echastes la ojeada para mancharla? -pre­gunta la madre.
-Pues, saqué los ojos a unos carneros y se los eché encima, y claro, pos la manché.
-¡Ay, qué bruto eres, hijo! Déjame arreglar a mí la boda, que si no, no te casas nunca.
Convenció la madre a la muchacha y se casaron. Y la novia le dijo el día de la boda que para que no se atracase mucho, cuan­do ella le pisara el pie, que ya no comiera más. Estando en la mesa, le pisó ella inadvertidamente, y luego, aunque le decían que comiera, ya no quiso comer.
Se acostaron y empezó él a decir que tenía mucha hambre, y entonces ella le dijo que fuera a la alacena, que algo habría que comer. Fue él y se atracó tanto que le dio luego un gran cólico. Se levanta y se fue al corral. Y entonces, como se había manchao, se tuvo que ir a lavar; pero como era tan burro, metió la mano en un cántaro estrecho, y luego no la podía sacar. Sale al corral, ve un bulto blanco, y creyendo que era una piedra, da un golpe­tazo para romper el cántaro contra la piedra, y resulta que era su suegra que había salido en enaguas al corral. Y allí se armó aquella noche un gran jollín.
Después de unos días de casaos, le mandó ella al mercado a comprar dos cochinillos, un saco de paja y unas agujas. Compró los cochinos los primeros, y les preguntó si sabrían ir a casa; y como ellos gruñían, creyó que le decían que sí, y les mandó que se fueran a casa.
Después compró la paja y las.agujas. Y por si acaso se le per­dían las agujas, las echó a la paja. Se fue a casa y cuando le pre­guntó la mujer si la había hecho los encargos, la dijo que sí, que se figuraba que los cochinos ya habrían llegao. La mujer dijo:
-Pero ¿no les traes tú?
-No, porque les pregunté que si sabían venir a casa, y me di­jeron que sí, y por eso los he mandao.
-¡Ah, bruto! -le dijo la mujer. Conque ellos solos iban a saber venir. Bueno, ¿traes lo demás?
-Sí, ahí te traigo la paja y las agujas.
-Bueno, pues ¿dónde están las agujas?
-Pues, pa que no se me perdieran, las eché en la paja. Bús­calas ahí.
-Ya no te volveré a mandar al mercado Otra vez tendré que ir yo.
Pasó algún tiempo y ya tenían un niño. Y necesitando ir al mercado, decidió la mujer ir ella, y dejó a Juan al cuidado de la casa. Y le dijo que lo que más la cuidara era el niño; y le encar­gaba que si lloraba, le diera la sopa.
Bueno, lo primero que se ocupó, cuando ella se fue, fue en bajar a tomarse un vaso de vino. Después de tomar el vino, se le olvidó de cerrar la llave del pellejo. Cuando se dio cuenta de que la despensa estaba encharcada, empezó a pensar qué pondría de pasaderas para poder cerrar la llave. Y cogió unos cuantos que­sos que había en la despensa y los puso de pasaderas. Pero cuando fue a cerrar, ya no quedaba casi vino. Después el niño empezó a llorar, y él cogió y pa terminar más pronto a darle la sopa, le dio las sopas con el cucharón. Y cuando el niño no lloraba, más le atragantaba él, hasta que le ahogó y se calló. Entonces él, creyen­do que se había dormido, le echó a la cama. Llegó la noche y vino la mujer, y le preguntó al marido:
-¿Qué tal has pasao el día?
-¡Te voy a decir que he hecho una!
-Pues ¿qué has hecho, hombre?
-Que por sacar un vaso de vino, se me ha ido todo el pellejo.
-Bueno, hombre, bueno. Te lo tendré que perdonar. ¿No has hecho más?
-Sí, que también puse unos quesos en el suelo para pasar, y se han espachurrado.
-Bueno, hombre, bueno, con tal que has cuidado bien el niño.
Ah, eso sí; está muy dormidito.
Fue la mujer a la cama. Al encontrar al niño muerto, se puso con él como una furia. Y le dijo que ya no quería vivir con él, que se marchaba a casa de su madre. Y él entonces empezó a ir detrás de ella, y ella le dijo:
-Si te vienes tú también, te traes acá la puerta.
Y él la entendió que la cogiese a cuestas. Y así lo hizo. Y ella, como iba tan desesperada, ni le miraba, y no veía cómo él iba. En esto que vieron venir a unos ladrones, y la mujer, asustada, se subió a un árbol. Y entonces él hizo lo mismo, pero con la puer­ta a cuestas. Y entonces la mujer se dio cuenta de que había car­gao con la puerta. Los ladrones se pusieron a contar el dinero debajo del árbol. Y él la decía a la mujer que ya no podía sostener la puerta:
-¡Ay, que no puedo más con la puerta! ¡Ay, que no puedo más con la puerta!
Y ella le decía:
-Aguanta, por Dios, que nos van a descubrir.
Hasta que él no pudo más y soltó la puerta. Y cayó encima de los ladrones, cogiendo a uno de ellos por el pescuezo. Y los otros, asustados, se echaron a correr. El que estaba atrampado se había mordido la lengua con el golpe, y les gritaba:
-¡No corráis, que son doz! ¡No corráis, que son doz!
Los otros le entendían «que son doce», y no pararon de correr. Entonces la mujer y el bobo bajaron del árbol, le acabaron de es­pachurrar, y se cogieron el dinero. Se volvieron a su casa, y ya, por aquella vez, le perdonó.

Burgos, Burgos. Ecequiela Manero. 2 de junio, 1936. 50 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)



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