Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

jueves, 5 de julio de 2012

Este no es cuco, que es cuca


279. Cuento popular castellano

Este era un padre que tenía mucha familia y no tenían posi­bles para mantenerles. Y el hijo mayor dice:
-Padre, yo me voy a ganar la vida por el mundo.
-¡Oy, mío hijo! ¡Eres algo pequeño todavía! Tienes diecisie­te años. ¿Dónde vas a ir?
-Pues, que busco un amo y me pongo a servir.
-Bueno, bueno, pues si te empeñas, vete con Dios, y que Dios te dé buena suerte.
Se marchó el muchacho. Después de andar pidiendo por unos cuantos pueblos, tuvo que atravesar un monte. Y al atravesar el monte se le apareció un señor muy feo, horrible, con una barbo­na y unos bigotones, que le dice al chico :
-¿Dónde vas, muchacho?
-Por ahí alante, a ganarme la vida, a ver si encuentro un amo y me pongo a servir.
-Bueno, bueno; ¿quieres venirte conmigo?
-Sí, señor; no tengo inconveniente. Y el señor le dice entonces:
-Bueno, bueno; pero antes tienes que aceztar las proposicio­nes que te ponga.
-Ya me las puede ustez decir -dice el muchacho.
-Pues en primer lugar, en mi casa no se paga a ningún criao hasta San Pedro, que canta el cuco, y en segundo lugar, que en mi casa no se tiene que incomodar nadie, porque el día que te incomodes, te mando sacar la correa, y la correa es sacar un ca­cho de la espalda desde arriba abajo. Y si me incomodo yo, pues igualmente me la sacas tú.
-Bueno; y ¿salario? ¿Qué salario me va ustez a dar? -dice el chico.
-Por salario no te apures -dice el señor, porque te tengo
de dar todo lo que me pidas. Por el salario no hemos de reñir.
-¡Bueno, pues aceztada la propuesta!
-Pues vámonos a mi casa.
Se marcharon a la casa del señor, que era el diablo. Su casa era mu antigua y mu fea, con unas cuadras mu grandísimas y con unas mulas mu falsas y mu malas. Y el chico tenía que ir a trabajar con ellas, a arar, y lo que fuese. Esas mulas eran demo­nios todas, que estaban con el cuerpo de mulas. Y el ama del dia­blo era una vieja mu fea y mu gruñona.
-Bueno -le dice el amo al chico, lo primero que vas a ha­cer es ir a arar una huerta que tengo. Vas a la cuadra, enganchas las dos mulas que mejor te parezcan y... ¡a arar!
Fue el chico para la cuadra. Las mulas, al ver al muchacho, se revolvían contra él a mordiscos y a ancazos, que le querían matar. El chico estaba ya que no sabía qué hacer. Y en medio de la penuria que tenía, se le apareció una señora muy guapa, con un niño en los brazos, y le dice:
-Mira, muchacho, estas mulas están endemoniadas. Pero no temas. Te voy a dar esta cajita que sólo tiene dos palitos dentro. Cuando las mulas se rebelen no tienes más que decir, «¡Garaba­to, a sujetar! ¡Porra, a dar!».
Tan pronto como la señora desapareció, coge el chico la caja, la abre y ve que tiene dos palitos, uno con un garabato, y otro, un palito con una bolita, una camorra. Y al ver que las mulas se­guían soberbias, decidió experimentar a ver si lo que la señora le había dicho era verdaz. Y dice:
-¡Garabato, a sujetar! ¡Porra, a dar!
Inmediatamente se engancha el garabato de las mulas y las sujeta, y el otro, la porra, las descargaba tan tremendos palos que las dejó rendidas. Entonces el muchacho las coge y las en­gancha al ugo, las pone el arao, y le dice al amo:
-Oiga ustez, que ya puede venir a enseñarme el camino a la huerta, que ya están las mulas enganchadas.
El señor se reía y lo echaba de broma, como sabía que nin­gún criao había podido tocar las mulas, y se creía que éste era lo mismo. Así que se fue a la cuadra, y las vio enganchadas, dice para entre sí:
-Éste es más demonio que yo.
Fueron a la huerta, y abrió el ama las puertas. Entró el chico con las mulas y se puso a arar con ellas sin menearse las mulas. Después que terminó de arar la huerta toda, el amo le había atrancao la puerta y no podía salir por ningún sitio. Las tapias eran tan altas que era imposible poderse escapar. Se acuerda de la caja y dice:
-¡Garabato, a sujetar, y porra, a dar!
Las pegó a las mulas tan tremenda paliza que las quitó cada cacho por un sitio; por un lao la cabeza, por otro las patas; en fin, las dejó en condiciones para poderlas tirar en pedazos por encima de las tapias. Después escaló la tapia él, como pudo, y saltó fuera.
Va entonces para casa, y el amo, que no pensaba de volverle a ver, se quedó pasmao y dice:
-Y las mulas, ¿qué las has hecho? Y el chico le contesta:
-Pues como ustez me atrancó la puerta y no podía salir, pues las he hecho cachos y las he tirao por cima de la tapia. Entonces dice el señor, muy enfadado:
-¡Hombre, hombre! ¿pero cómo has hecho eso? ¡Quia! ¡Eso no puede ser!
Y el chico se acercaba al señor, con la navaja en la mano, y en ademán de sacarle la correa, le decía:
-Amo, ¿pero se enfada ustez?
Y el señor, acordándose del trato que habían hecho, decía: -No me enfado, pero...
-Bueno -le dice el diablo al ama, con este criao no nos podemos quedar, porque es más demonio que nosotros. Y el ama dice:
-Pues mira, hoy le vamos a mandar por leña.
-Fue el chico a la cuadra y enganchó las mulas, dándolas antes la correspondiente paliza para que estuviesen mansas. Cuan­do estaban las mulas enganchadas al carro, le dice el amo al chico:
-Hoy nos vas a traer un carro de leña, de lo más torcido que haya, porque si no es de lo más torcido, te despido.
-Bueno, bueno -dice el chico, se lo traeré.
Se marchó con el carro al monte, y en el camino se le apa­reció la señora con el niño. Él iba cantando en el carro y la se­ñora le dice:
-¿Dónde vas, muchacho, tan contento?
-Pues, mire ustez, señora -dice el muchacho, yo voy por un carro de leña de lo más torcido 'que haya, y voy pensando que no sé dónde iré a cargar.
-No te apures, no te apures -le dice la señora-. Ahí alan­te, muy cerquita de aquí, tiene tu amo una viña muy hermosa. Vas y cortas toda la leña que quieras hasta que no puedas car­gar más en el carro.
Fue el muchacho a la viña y empezó a cortar todas las ramas y todos los majuelos, todo lo que había, y cargó un carro tremen­do. Se montó en las mulas, que ya no se meneaban, y a casa con ello.
El ama del diablo, que le ve venir, le dice al amo:
-Oye, tú, ya tienes aquí al criao. Pero, ¿qué leña trae? ¡Si de torcida que está no la puede traer en el carro, que la viene per­diendo!
Llega el muchacho tan contento a casa, chiflando y cantando. Y el amo le dice:
-¿Dónde has ido a cortar esa leña, hombre? ¿Dónde has ido a cortar esa leña?
-Pues en una viña que había ahí alante. Y le dice el amo al ama:
-¡Oye, ya nos amoló la viña! ¡Ya nos amoló la viña! Y le dice al muchacho:
-¡Esto no puede ser! ¡Qué ganas tengo de que venga San Pedro para despedirte!
Y le dice el muchacho, con la navaja en la mano:
-Pero, ¿qué, amo? ¿Se enfada?
-No, no me enfado, pero...
Y le dice entonces:
-Bueno, pues ahora tienes que traerme otro carro de leña, de lo más derecho que haya.
-Bueno, pues se lo traeré.
Se puso en camino con el carro y las mulas, y encontró otra vez a la señora y le dice ésta:
-¿Dónde vas muchacho, tan contento? Y dice el muchacho:
-Pues mire ustez, señora; ayer mi amo me mandó llevar un carro de leña de lo más torcido; hoy me manda llevarlo de lo más derecho. No sé dónde iré a cargar.
-No te apures, no te apures -le dice la señora, que muy cerquita de aquí tiene tu amo un, pinar nuevo, que son los pinos muy derechos; no tienen una curva. Vas, cortas los que quieras y te vuelves a casa.
Así lo hizo el chico. Se fue al pinar, cortó los pinos que le parecieron de los más derechines, y cargó un carro tremendo. Dio la vuelta a las mulas, y... a casa.
El ama del diablo, que le ve venir, le dice al amo:
-Oye tú, ya está acá el criao.
-Ése es más demonio que nosotros. ¿Cómo nos podremos deshacer de él? ¡Si entavía falta mucho pa San Pedro!
-Pues hay que mandarle al monte donde está el gigante a guardar cerdos para que le mate -dice el ama. Verás cómo así no vuelve a darnos quehacer.
Llama entonces el amo al chico y le dice:
-Oye, muchacho, hoy tienes que ir con una peara de cerdos al monte. A ver si al escurecer vienes con ellos a casa, y que no te falte ninguno.
-Bueno -dice el chico-, pues iré a guardar cerdos.
Le entregaron una manada muy grande de cerdos y se mar­chó al monte. En el camino encontró a la señora, que le dice:
-¿Dónde vas, muchacho, tan contento?
-Pues señora -dice el muchacho, hoy me mandan a cuidar cerdos a aquel monte que hay allá lejos.
-Bueno, pues mira. Ten cuidao, ten mucho cuidao, porque en ese monte hay un gigante, que todo el que entra allí le mata. Vete preparao de higos, una navaja y una cuerda. Él tiene una gran barra, tremenda, y te desafiará a cuatro cosas: a comer guindillas, a ver quién corre más, a ver quién arranca más pinos de una vez, y a jugar a la barra. Cuando te desafíe a jugar de la barra, tú no te des mal rato. Sólo con que cojas la barra en la mano y digas, «¡Fuera los de la Habana!» y verás como el gi­gante te dice que no tires la barra.
Bueno, pues se despidió el chico de la señora, y habiendo an­tes cargao de lo que le dijo, llegó al monte con los cerdos. Se esparcieron por el monte los cerdos y al verlos el gigante, dice:
-¿Quién habrá entrao en mis posesiones? ¡Desgraciao de él, que no va a durar más que mientras yo le vea!
Echa a andar el gigante y se encuentra con un mozuelo que. estaba sentao en el suelo medio dormido. Le agarra el gigante por un brazo y empieza a sacudirle y le dice:
-Oye, mosquito, esta noche te como guisao.
Y el muchacho le contesta:
-¡Hombre, no le darán tan recias! No es de caballeros co­mer guisao un muchacho así, nada más así.
Y dice entonces el gigante:
-Bueno, me da lástima de ti, y por el momento no te quiero matar. Vamos a hacer cuatro apuestas. Si me las ganas, no te mato; pero si te gano, te mato y te como.
-¡Aceztadas las apuestas! -dice el muchacho.
-Vamos a mi choza -dice el gigante.
Fueron a la choza, que tenía una grande hoguera puesta, y le dice el gigante:
-La primera apuesta va a ser a ver quién come más guin­dillas.
Y el mozuelo le dice :
-¡Bah, yo me quedo solo comiendo guindillas!
-Bueno, pues vamos a ver.
Y coge el gigante las guindillas que tenía él y empezó a co­merlas. El chico iba sacando del bolsillo higos, y mientras el gi­gante comía guindillas, él comía higos. Y le decía el gigante:
-Pero, ¿no te pican, muchacho? ¿No te pican?
El gigante se ponía sudando, ya hecho un volcán del calor.
Y contesta el muchacho:
-Yo... guindillas, un saco.
-Pues yo ya no puedo comer más -dice el gigante. Me has ganao. Bueno..., vamos ahora a la segunda apuesta, que va a ser arrancar pinos.
Van a un pinar que tenía el gigante, nuevo, un pinar nuevo, y el gigante de cada guantazo que daba a un pino le tumbaba. Tumbó hasta siete pinos a guantazos. Y le dice al chico:
-Vamos a ver ahora tú, los que tiras.
Saca el chico el cordel que llevaba a propósito ya; le da una lazada a una punta y trata de abarcar de una vez más de treinta pinos. Y le dice el gigante entonces:
-Pero tú, ¿qué vas a hacer, muchacho?
-¡Bah! -dice el chico. ¿Crees que yo voy a hacer lo que tú, de cada guantada un pino? No; yo me tiro treinta pinos aquí como nada. De siete tirones que dé como tú, te dejo el pinar vacío, sin pinos.
-No, no, eso no -dice el gigante. ¿Cómo voy a consentir yo que me estropees el pinar? Me doy por vencido. Me has ganao otra vez. Vamos ahora a la tercera apuesta; va a ser jugar a la barra. Vamos a la puerta de la choza y en aquella esplanada ve­remos a ver quién tira más lejos la barra.
Fue el gigante, cogió la barra, que era grandísima, la zaran­deó dos o tres veces, y la arrojó un cacho muy grandísimo de lejos.
Y decía el chico para sí:
-¡Ay! ¿Dónde me he metido? Esto va a ser lo peor. Pero, bueno, vamos allá.
El astuto del chico coge entonces la barra con las dos manos, que apenas podía menearla, se pone muy pinao y dice:
-¡Fuera, los de la Habana!
Y el gigante dice:
-Oye, oye, pero, ¿qué vas a hacer?
-¡Bah! ¿Qué voy a hacer? ¿Tú crees que voy a dejar la barra ahí tan cerca como tú? No lo creas. Esta barra va a ir a caer ahora mismo en metá la plaza de la Habana.
-Hombre, hombre, ¿cómo te voy a consentir yo eso? -le dice el gigante. ¡Si tengo yo allí a mi familia! Tengo a mis pa­dres, cuatro hermanos pulicías y otros cuatro guardias civiles, que están todo el día en la plaza. Pos si les das con la barra, ¡me­nuda desgracia! No, no, no; no te dejo tirar la barra. Me has ga­nao la tercera apuesta. Bueno, pues vamos ahora a la última, que va a ser a ver quién corre más.
El gigante, confiao en que él correría más que el chico, le dice:
-Mira; por aquel camino que va en medio de aquellos cen­tenos, por allí vamos a correr. Te dejo que te adelantes media hora, porque yo pronto te pienso alcanzar.
El granuja del chico echó a correr. Encontrando en el camino un perro, coge el perro, le saca las tripas y se las mete entre la faja. Y pasó corriendo por donde estaban unos labradores segan­do. Al pasar por junto a los labradores, que se quedaron miran­do al chico, fue él y sacó la navaja, se dio una navajada así en la faja, y¡zas!, caeron las tripas al suelo.
Los labradores se quedaron pasmaos al ver que había dejao caer las tripas y seguía corriendo. Y el gigante, que ya había echao a correr también, llegó de seguida donde estaban los la­bradores, y les dice:
-¿No han visto ustedes pasar por aquí a un chico corriendo?
-Sí, señor: sí que le hemos visto; precisamente que al pasar por aquí, se ha dao una navajada en la barriga y ahí ha dejao caer las tripas. Ahí las tiene ustez.
Y dice el gigante:
-Pero con las tripas áfuera, ¿entavía corría?
-¡Oy! -dicen los labradores. ¡Iba que le llevaban los de­monios después que dejó caer las tripas!
Entonces el gigante sacó un enorme cuchillo que llevaba, y ¡zas!, se dio una navajada en la barriga y allí quedó medio muer­to. A los alaridos del gigante, los labradores huyeron espantados. Pero el otro, que estaba escuchando los alaridos, volvió para atrás, y con el mismo cuchillo del gigante le cortó la cabeza. Y dice entonces:
-Bueno; ahora recogeremos los cerdos, y a casa.
Así lo hizo. Atropó los cerdos, y al escurecer, a la hora que el amo le había dicho, llegó a casa con los cerdos. El ama del dia­blo y el amo, que ya no le esperaban, al verle llegar se puson muy asustaos, dice el diablo al ama:
-¡Con este muchacho no podemos! ¡No hay más remedio que despedirle!
-Pero, ¿cómo le vamos a despedir? -dice el ama. Si enta­vía falta mucho pa San Pedro, y hasta San Pedro no canta el cuco. Así que no sé qué vamos a hacer.
Y dice el amo a la vieja:
-Mira; una idea se me ha ocurrido. En la encina que está a la puerta de casa, después que él esté acostao, te subes tú y em­piezas a cantar: «¡Cucu! ¡Cucu!» Y yo le llamo y le digo: «¡Oye, fulano, fulano, levántate, que ya canta el cuco! Escucha.»
Así se hizo. La vieja se subió a la encina y empezó a cantar: 
-¡Cucu! ¡Cucu!
Y el amo sale y le grita al muchacho:
-¡Oye, fulano, fulano, levántate, que ya canta el cuco! ¡Escu­cha! Te doy la cuenta y te vas.
-Pero, ¿cómo y dónde canta el cuco? -pregunta el muchacho.
-¿No lo oyes? -le dice el amo.
-¡Escucha! ¡Escucha! Y la tía seguía cantando:
-¡Cucu! ¡Cucu!
-¡Ya le oigo, mi amo, ya le oigo! -dice el muchacho. ¿Dón­de tiene ustez una escopeta?
-Pero, ¿para qué la quieres, hombre? Pero, ¿para qué la quieres?
Pero sin esperar a más razones, cogió el muchacho la escope­taa del amo, se asomó a una ventana, disparó a la encina, y cae la vieja. La mató. De que la ve caer de la encina abajo, baja corrien­do y le dice al amo:
-¡Oiga, oiga, mi amo; éste no es cuco, que es cuca! ¡Oiga, oiga, mi amo; éste no es cuco, que es cuca!
-¿Qué has hecho, desgraciao? -dice el amo. ¡Has matao al ama!
-Bueno, bueno -contesta el muchacho. Me dé la soldada y me marcho.
Y el diablo entonces, por verse libre de él, le dio todo el dine­ro que quiso.
Y yo me vine y les dejé allí.

Morgovejo (Riaño), León. Ascaria Prieto de Castro. 21 de mayo, 1936. Obrera, 51 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


No hay comentarios:

Publicar un comentario