Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de julio de 2012

¿Es vaca o es marrana?

336. Cuento popular castellano

En Palacios de Bernabé vivía un matrimonio que tenía una mieja probeza. No tenían más que una triste vaca para mante­nerse. Un día se le antojó a Juan -que así se llamaba el marido­vender la vaca.
-¡Hombre, Juan! -le decía la mujer. ¿Qué vas a hacer? ¡Si es el único sustento que tenemos! Tú siempre has de tener algu­na tontada, o no te llamarías Juan el Tonto.
Ató el cordel a los cuernos -al mercao de Burgos con la vaca.
Pasa por Tardajos, y estaban paseando los frailes. Sigún le ven con la vaca:
-Bueno. Vamos a ver, ése que pasa por ahí con la vaca, a ver si le podemos engañar y quitarle la vaca. Llega el buen Juan donde ellos.
-¡Buenas tardes, señores!
-¡Hola!
-¡Buenas tardes tenga ustez!
-¿Ande va con la marrana?
-.Hombre -dice Juan. No es marrana, que es vaca.
-No lo crea ustez, hombre -decían los frailes, ¿cómo va a ser vaca, si es marrana?
-Pues, ¡es vaca! -decía Juan.
-Pues, ¡es marrana! -decían los frailes.
Ya entraron a porfía, él que si era vaca, y los otros si era ma­rrana. Por fin le apostaron los frailes la marrana perdida contra cincuenta duros: los frailes que si era marrana, y él, Juan el Ton­to, que si era vaca. Dice Juan:
-Y ¿con quién lo haremos bueno?
Mientras habían estao en la porfía, se habían desaparecido del grupo de frailes cuatro de ellos, porque ya la tenían hilada. Se quitaron los hábitos y quedaron con trajes de señores, sin que Juan se apercibiese de ello.
-Pues, bueno, lo consultaremos con aquellos señores que hay allí más alante. Lo que ellos digan quedará por hecho. Una vez que se encontraron:
-Buenas tardes, señores.
-Hola, buenas tardes.
-Aquí venemos en una apuesta. No les decimos más que que nos digan cómo se llama este animal.
-Este animal -dijon los señores- se llama marrana.
Lo quedó una cara de bobo a Juan... y sin saber qué respon­der, porque iban decididos a la apuesta que tenían. Agachó las orejas y a casita a llevar la mala noticia a su mujer.
-¿Qué haces, Micaela? -que así se llamaba la mujer.
-Hola, Juan. Paece que has vuelto pronto del mercao. Vienes muy triste. A ti te han engañao, porque no hay una vez que la aciertes. Todos te engañan... y llevas el nombre contigo, Juan el Tonto.
-Es cierto -contestó Juan-. Me han engañao. He apostado con los frailes de Tardajos: yo que era vaca y ellos que era ma­rrana. Lo hemos consultao con unos señores y he perdido la ma­rrana en la apuesta. Pero no te apures, que mañana temprano les engañaré yo a ellos.
¿Qué hizo Juan? Cogió, preparó tres barriles y se fue por las afueras del pueblo recogiendo toda la mierda que encontraba. Dejó una cuarta de cada barril para echar encima miel de lo bueno. Se fue con su burro a Tardajos, dando la vuelta con toda idea por el lado del convento. Voceaba Juan:
-¡Miel de la Alcarria! ¿Quién compra?
Los frailes se quedaron sorprendidos al oír «Miel de la Alca­rria», que nunca la habían comprado. Como Juan iba de diferente vestido, no le conocieron en el tipo. Le salieron unos frailes y le preguntaron que cuánto quería por los tres barriles, que en el convento se consumía mucho. Les pidió veinticinco duros por los tres.
-Buen provecho nos haga -dijon los frailes. Ahora mismo se los desacupamos pa que lleve los envases.
Juan, porque no se descubriese la mierda que iba dentro, les dijo que con envase y todo, que con lo que le sobraba eran envases.
Muy contentos los frailes, a los dos días pues ya iba merman­do un barril cuando dieron con la mierda, que se había acabao lo bueno de encima. Y unos de ellos sospecharon que si seria Juan el Tonto, el de la vaca. Y otros decían que no les había parecido.
Llegó a casa Juan con los veinticinco duros.
-¡Mira, Micaela, ya traigo veinticinco duros! Poco a poco tengo que ir esquitando la marrana. Ya no me deben más que otros veinticinco. Pero caro les va a salir de que vuelva mañana otra vez por allí.
Al día siguiente se vistió de señorita y se marchó pa Tardajos, ya puesto el sol. Y encontró una cuadrilla de frailes paseando. Y pasó Juan vestido de sPñorita y les dio las buenas tardes.
-Hola, muy buenas -dijan los frailes a la señorita. ¿Ande va la señorita a estas horas?
-Pues voy a Frandómine. Voy a pasar unos días en casa de unas amigas que tengo allí.
-¡Oy, por Dios, señorita! Sigún está de largo ese camino, ¿a qué hora va a llegar ustez allí? ¡Muy tarde! No consentimos que vaya ustez a estas horas por el mundo alante. Que sigún hay de gente maleante, estará expuesta a que se burlen de ustez o la ha­gan alguna barbaridaz -la dice el padre prior. Véngase ustez con nosotros, que ha de estar muy bien esta noche en el convento. Y marchará mañana de día, que nunca andará tanta gente ma­leante.
Efectivamente, Juan se hacía el roncero de querer quedarse; pero lo estaba deseando pa lo que les llevaba preparado. En esto que, como faltaba una hora pa cenar, allí mandó el padre prior al cocinero:
-Saque ustez una copita de moscatel pa la señorita y unas pastas mientras nos prepara la cena.
Una vez que la cena estaba preparada:
-Vaya, pues vamos a cenar, señorita, para que se vaya a acos­tar, si acaso viene molestada del camino.
En esto, que estando pasando un ratito después que cenaron, les dice el padre prior a los hermanos:
-Pueden ustedes retirarse a las celdas. Y miren ustedes: si oyen algún chillido, alguna carcajada y risa, pues no se molesten ustedes. A lo que están, a dormir, que si es que oyen alguna risa y alguna broma, es que voy a hablar un poco a la señorita para que se la haga corta la noche.
-Muy bien. Hasta mañana, padre prior -contestaron todos.
Y se quedó conversando la señorita con el padre prior. Los demás, duerme que te duerme. En esto que ya se cansaron de conversar, y dice el padre prior:
-Señorita, aquí en el convento no tenemos más que cada uno una cama, y es preciso que duerma ustez conmigo y así pasaremos la noche muy bien.
Y la señorita se asustaba, fingiéndose:
¡Oy, por Dios, padre prior! ¡Oy, esas cosas! ¡Si lo ve Dios, nuestro señor!
-No se apure ustez, señorita. Todo lo perdonará, que yo soy el padre prior y lo que yo haga, todo lo perdona.
Cedió la señorita... y a la cama. Y Juan, o la señorita, le dice:
-Padre prior, métase ustez primero en la cama, que me da mucha vergüenza el desnudarme a un tiempo que ustez.
Se metió en la cama el padre prior. Una vez que se metió, le dice que apague la luz para que no la dé tanta vergüenza el des­nudarse delante de él. Una vez que apagó la luz, coge Juan el Ton­to, hace que se quitaba el primer vestido y se quedó en pantalo­nes, que allí llevaba una verga muy buena. Y no hace más que destaparle el buce de la cama.
-¡Vaya -No te -¡Vaya,
-¡Vaya, padre prior! ¡Ay, qué vergüenza me da!
-No tenga vergüenza, señorita, que Dios todo lo perdona.
-¡Vaya, pues allá voy!
Levanta la ropa a pulso, saca la verga, que llevaba escondida, con violencia y me le puso el cuerpo degollao por completo.
-¡Ay, Virgen Santísima!
Y Juan el Tonto le decía:
-¿Es vaca o es marrana?
-¡Ay, por Dios! ¡Ay, Virgen Santísima!
-¿Es vaca o es marrana?
¡Pam, pam!
-¡Ay, por Dios, que me mata!
-¿Es vaca o es marrana?
-¡Déjeme, por Dios! Le daré todo lo que pida. ¡Ay, que me mata!
Y los frailes; que estaban durmiendo, despertaron a los alari­dos que metía el padre prior; pero ellos se creían que estaba con­tando algún chiste a la señorita, y como les había dicho que aun­que sintiesen algún chillido, alguna carcajada, que no se menea­sen ninguno, que era pasatiempo con la señorita, no hicieron caso.
-Cogió Juan y como el padre prior había estado enseñándole un poco el convento -la llave ésta es para aquí, ésta es para allá­cogió el llavero y se las piró del convento. A la mañana siguiente los frailes se levantaron a la hora acostumbrada. Se pasaron dos horas, que el padre prior no se levantaba. Y los otros no se atre­víari a penetrar en la habitación sospechando de que estaría con la señoritaa en la cama.
Ya tanto les chocó que, una vez que vieron las puertas abier­tas, penetraron en la habitación del padre prior y le encontraron casi sin pulsos. Y no podía hablar de la paliza que le habían me­tido. Por fin pudo decir que irían a avisar al médico del pueblo. Fue el médico y le tomó el pulso. Le decía:
-Destápese a ver.
Y el hombre, por no declararse, le dijo que en el cuerpo no tenía nada. Se ponía cadaa vez más grave.
Al día siguiente Juan se vistió de señorito, con su gabán y su sombrero y su bastón. A la puesta el sol penetró por Tardajos otra vez. Se encontró con una cuadrilla de frailes y les dio las muy buenas noches.
-Hola, muy buenas, señorito. ¿Ande va el señor a estas horas? -le dicen los frailes.
-Voy a visitar a una señora que la tengo muy grave ahí a un pueblecito cerca.
-¡Oy, señor, un millón de gracias le daríamos si haría el fa­vor de venir a visitar a nuestro padre prior, que le tenemos a la muerte.
-Hombre, les haré ese favor. Iré un momento.
En esto que fue al convento acompañado de los frailes. Sigún le llevaron, le avisaron al padre prior:
-Padre, le hemos traído un médico nuevo. A ver si éste le puede salvar y curarle la enfermedaz que tiene.
-Que pase, que pase.
Conque les mandó salir a todos los frailes de la habitación. Y se pone a mirar al enfermo, al padre prior. Los otros estaban es­cuchando a la puerta. Le destapa y le mira y le dice:
-Ustez está apaleao.
Y los otros se decían unos a otros:
-¡Qué buen médico tenemos! Éste nos le salva. ¡Miraz como le ha conocido la enfermedaz que tiene!
-Acierta éste mejor que el del pueblo. Éste seguro que nos le cura.
Una vez que le miró, llama a todos los frailes. 
-¿Cuántos sois en el convento?
Le dijon la verdaz:
-Tantos somos. Quince.
-Bueno. Pues el uno va a bajar al patio. Otros tres que vayan a por sanguijuelas a Burgos. Otros cuatro que vayan a Quintana a por gasa y ladino...
Otros cuatro me los mandó a por una pomada a otra farmacia, a distancia de dos leguas de allí. Y no quedaron más que otros tres ya. Y les dijo:
-Bajen ustedes al patio, que le voy a hacer la primera cura. Aunque le oigan ustedes chillar y gritar, es que le doldrá al ha­cerle la cura, y ustedes, recen bien de prisa. Cuanto más le oigan chillar, recen más de prisa.
Así lo hizon. Sigún bajaron al patio a hacer sus rezos, saca la verga... encima del padre prior otra paliza.
-¿Es vaca o es marrana? ¿Es vaca o es marrana?
-¡Ay, por Dios! Pídame lo que quiera, que todo lo que me pida le doy. ¡No me mate, por Dios!
Y los otros frailes rezaban más de prisa en el patio, como se lo había encargado el médico, que era Juan el Tonto. Ya le dejó en paz. Y le pidió dos carros de sacos de harina y un arquetón lleno de duros.
Para de que vinon los otros frailes con los medicamentos que les había encargao, le encontraron en agonía al padre prior. Y les dijo que engancharían dos carros, que los cargasen de sacos de harina y un arquetón de duros sin falta de tiempo.
-Que me ha dicho Juan el Tonto (que era el que venía vestido de médico) que termina conmigo y con todos los frailes del con­vento, si no se lo mandamos. Conque andaz pronto.
Efectivamente, a la mañanaa siguiente, temprano, ya había allí en casa de Juan, seis frailes con los dos carros de harina y el ar­quetón de duros. Les hizo pasar el día allí para que descansasen y darles una buena comida. Por la noche, la cena. Una vez que cenaron, les dijo Juan:
-¿Sos ha gustao la cena?
-Sí, señor.
-Es que no me engañéis, que termino con vosotros.
-Que no, señor, que ha estao buena.
-Pues, ahora, a dormir. Tenéis que dormir de dos en dos.
Pasaz por acá.
Los llevó a la cocina. Y tenía en la campana de la cocina dos hábitos de frailes y una calavera. Y les dice:
-Veraz. El que cague en la cama, seréis colgaos al humo como esos dos que veis ahí.
Los hombres, llenos de miedo, no podían dormir. Daban las once. Despertaban dos que no dormían y se echaban la mano al culo y se decían:
¿Te has cagao tú?
-Yo no -se decía el uno. Y ¿tú?
-Tampoco.
Los otros:
-A ver si habéis cagao vosotros. ¿Te has cagao tú?
-Yo no.
-Y ¿tú?
-Yo tampoco.
Todos se comunicaban el uno al otro:
-Por Dios, no sos caguéis ninguno, que estamos perdidos. Tanto les rindió el sueño de cansancio, de cargar y descargar, que son las doce de la noche, y se va Juan por las habitaciones donde estaban durmiendo los frailes y me les ve que estaban dor­midos. Roncaban bien. Coge Juan un caldero de ongrudo negro, me les va destapando los buces de la cama, me les va untando en el culo uno por uno, sin conocerlo ellos, porque estaban muy can­saos. A los seis les untó el culo. Despierta uno:
-¿Te has cagao tú?
-¡Ay, yo sí! ¡Ay, Virgen Santísima! Y ¿tú?
-También.
Sucesivamente, los otros cuatro también se habían cagao. Juan bien despierto estaba. Les oye decir:
-¡Estamos perdidos! ¡Marchamos pronto! Es preciso no po­nernos ni el pantalón. ¡Ir coritos! ¡Ahuecar pronto!
Con eso se quedó Juan con las parejas, los carros, y los sacos de harina y el arquetán de duros. A las tres de la mañana penetra­ron los otros en el convento dando golpes estrepitosos:
-¡Abriz la puerta, que venemos llenos de frío! ¡De buena nos hemos librao con Juan el Tonto! Hemos tenido que dejar allí los carros, las parejas y los vestidos, porque estábamos perdidos. Ha dicho que termina con todos los frailes si no hacemos lo que él manda.
Y ya se arregló.

Villadiego, Burgos. Ausivio de la Peña. 28 de mayo, 1936. 40 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)

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