Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 26 de julio de 2012

En el paraíso a la fuerza


Había una vez un muchacho muy pobre, que no tenía ni con qué alimentarse ni con qué vestirse. Cavila que cavila, resolvió un día salir en busca y de trabajo. Caminó de aldea en aldea hasta lle­gar ante la puerta de un hombre rico y se con­trató de bracero con él por tres años, a cien monedas al año. Al cabo de los tres años, pidió la cuenta y quiso mar­charse.
-Quédate otros tres años -le dijo el señor y te aumenta­ré el jornal. Has hecho el trabajo a plena satisfacción y to­dos los braceros de la casa te tienen aprecio.
Acabó dejándose convencer y se quedó otros tres años más, después de haber acordado un jornal de ciento cin­cuenta monedas al año.
Transcurridos aquellos tres años, pidió la cuenta y se fue. El señor volvió a rogarle, pero él no aceptó quedarse. Aban­donó aquella casa y vagabundeó de lugar en lugar hasta que se le agotó todo el dinero; más tarde empezó a vivir de mala manera, robando y haciendo fechorías, de modo que todo el mundo llegó a temerlo.
Pasados varios años viviendo de esta forma, sucedió que un día se encontraba a la orilla de un río. Al otro lado había dos personas que querían atravesarlo, pero como la corrien­te era muy fuerte, parecían tener miedo. Al verlos, el mu­chacho pensó para sus adentros: "Hasta el día de hoy he estado siempre obrando mal. ¿Y si hiciera una buena ac­ción?" Sin pensarlo más, se remangó los pantalones, atrave­só el río y les dijo a los dos hombres.
-Si tenéis necesidad de cruzar, yo mismo puedo llevaros a cuestas.
-Agradecidos. Muy agradecidos- le replicó uno de ellos. 
-No habremos de dejarte sin recompensa.
Primero pasó sobre sus hombros al más joven, después al más viejo. El joven era el mismo Cristo y el viejo San Pedro. Mientras atravesaban la corriente, San Pedro le dijo al cami­nante:
-Debes saber que el que has cargado antes que a mí es el mismo Jesucristo. El habrá de recompensarte generosamen­te. Si te pregunta: ¿Qué es lo que quieres de mí?, no seas lo­co y pídele por tu alma.
-¡Está bien, está bien! -le respondió el caminante, para no contrariarlo.
Nada más salir del río, Cristo se aproximó al caminante y le dijo:
-La buena acción que has realizado hoy me ha llegado al corazón. Pídeme lo que desees y te será concedido.
-No he hecho nada tan importante como para que me recom-penses -le respondió el caminante.
-Para mí -le dijo Cristo, ha sido algo muy importante. Pide lo que desees.
-¡Ruégale por tu alma, hombre! -le dijo San Pedro en voz baja cogiéndole del codo.
-¡Ruégale por tu alma!
-¡Qué alma! -le replicó a San Pedro el caminante.
-Yo no quiero nada para mí. Pero ya que os empeñáis, dadme un saco.
-Dale un saco -le dijo Cristo a San Pedro.
Y San Pedro se descolgó el saco que llevaba sobre los hombros y se lo entregó al caminante diciendo:
-Llévate este saco y todo lo que desees meter dentro ha­brá de entrar sin remedio.
Les quedó agradecido el caminante y partió con el saco al hombro. Camina que camina le sorprendió la noche en el campo. Vio allí cerca una casa. "Con tal de no dormir al raso..., se dijo. Voy a ver si puedo entrar en aquella casa."
Se acercó y llamó a la puerta.
-¿Quién es? -preguntó desde el interior una voz.
-Un caminante -respondió.
-Me ha sorprendido la no­che en el camino, acójame por misericor-dia.
-Es mejor que no entres aquí, amigo -le dijeron desde el interior, -porque dentro de poco vendrá el diablo y nos apalearía a los dos uno después del otro.
El diablo entraba cada noche en aquella casa y daba una paliza a grandes y pequeños; no les dejaba un momento de sosiego, de modo que toda la gente de la casa estaba presa del miedo.
-Basta con que a vosotros no os moleste mi compañía­les respondió el caminante.
-En cuanto a lo demás, lo que os suceda a vosotros, bien estará que lo comparta yo tam­bién.
Le abrieron la puerta, lo recibieron y lo honraron, cuan­do he aquí que no había pasado más que un rato y llamaron a la puerta como si tiraran piedras o dieran fuertes patadas. Todos se asustaron: los niños se echaron a llorar, las mujeres a gritar y todos corrieron a ocultarse en los rincones de la estancia, imaginando quien podía ser a aquellas horas.
El diablo golpeó la puerta aún más terriblemente y final­mente la arrancó y la derribó al suelo. Penetró en el interior, agarró del brazo al dueño de la casa y se puso a golpearlo. Al verlo el caminante, cogió el saco y le dijo al diablo:
-Camina y métete aquí dentro.
Ante aquellas palabras el diablo se vio asaltado por unos violentos temblores y acto seguido se metió dentro del saco. El caminante cerró bien la boca y a continuación comenzó a golpearlo con todas sus fuerzas con una estaca llena de nudos.
-¡Te lo ruego por tu vida, perdóname! -gritaba el diablo.
-¡Te lo imploro, no me pegues más!
-¿Vas a volver por esta casa? -le preguntó el caminante.
Juró y perjuró el diablo que no volvería más.
Luego de haberle sacudido bien, lo sacó del saco y lo dejó ir y a partir aquel día no volvió a aparecer por los contornos.
La gente de la casa cubrió de agradecimientos al cami­nante y le rogó que se quedara para siempre con ellos. Pero él no les prestó oídos y partió, regresó a su vida anterior de maldades y fechorías. Pasaron los años y acabó envejecien­do. Sólo entonces volvió a acordarse de su alma.
-¡Desdichado de mí, infeliz! -se decía.
-¡He desperdicia­do mi vida entera sin realizar una buena acción!
Se echó el saco al hombro y se lanzó a vagabundear de un lado a otro. Junto a una señal del camino se encontró con un viejo. Resulta que era su ora, pero él no la reconoció.
-¿Sabes -le preguntó el caminante, cuál es la senda que conduce al paraíso?
-Saberlo, lo sé bien -le respondió el viejo, pero es un largo camino y tú no conseguirías recorrerlo, te cansarías antes de llegar al final.
-No temas -le replicó el caminante, para andar estoy bien dispuesto, basta con que me digas por dónde debo continuar.
-Si las cosas son de ese modo -le dijo el viejo, el cami­no sigue por ahí.
Y le señaló con la mano hacia un valle.
Le dio las gracias el caminante y luego de haber recorrido un largo trecho, llegó ante una puerta enorme. Era la entra­da del paraíso. Llamó a la puerta y salió a abrirle San Pedro, quien al punto lo reconoció y le dijo:
-¿A qué vienes tú aquí a estas alturas? ¿No te dije enton­ces que te iría mejor sin pensabas en tu alma? Ahora no tie­nes sitio aquí. Ve a llamar a cualquier otra puerta, tal vez en alguna te permitan entrar.
Siguió andando el caminante y llegó ante otra puerta que se encontraba allí cerca. Era la del infierno. En cuanto lo vieron, los diablos se pusieron a gritar todos a coro: "¡Ha llegado otro, ha llegado otro más!"
Y salieron a recibirlo.
Oyó el escándalo el mayor de los diablos y preguntó a los demás:
-¿Qué ocurre, qué ha pasado?
-Ha llegado otro -le respondieron.
Salió el demonio mayor y en cuanto vio al caminante lo reconoció como el que lo había metido antaño en el saco. De modo que les dijo a sus compañeros:
-Cerradle la puerta, ese nos mete en el saco y una vez dentro no hay escapatoria.
Le cerraron, pues, la puerta al caminante, dejándolo fuera.
-¿Adónde voy a ir ahora? ¿Adónde podría dirigirme? -se decía el caminante y acabó resolviendo:
-Volveré otra vez a la puerta del paraíso.
Llamó nuevamente a la puerta del paraíso y salió San Pedro.
-¿No te he dicho ya que tú no tienes sitio aquí? -le dijo nada más verlo.
-Tampoco allí -le respondió el caminante.
-No me deja­ron entrar donde me dijiste que fuera.
-No hay nada que yo pueda hacer -le replicó secamen­te San Pedro.
-Aquí no hay sitio para ti. Haberlo pensado antes.
-Aquí no, allí tampoco: en alguna parte tendrán que de­jarme entrar -insistió enfadado el caminante.
-¡Ábreme la puerta y no me fastidies más!
-No, no te la abriré.
-O me la abres o te meto en el saco -le advirtió.
Temiendo San Pedro que lo obligara a entrar en el saco, le abrió la puerta y de este modo salvó el caminante su alma.

110. anonimo (albania)

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