Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de julio de 2012

El toro berroso .230

230. Cuento popular castellano

En una aldea habitaba un señor que tenía una ganadería de vacas importantílima. Y en aquel país había mucha riqueza en capital. Y el amo de la ganadería tenía un criado que se llamaba Juan Verdadero. Estaba contentísimo el amo con el muchacho porque no mentía nunca; le decía siempre la verdaz.
Mientras el muchacho pasaba el día pacentando su ganado, el amo conversaba en la aldea con un señor capitalista. Y un día le contó el ganadero que tenía un criao que nunca le echaba una metira, siempre le decía la verdaz. Y el capitalista le decía:
-Mira, no te pongas tan tanto. El que más y el que menos -siempre hay alguna cosa que les coge uno en mentira.
-Si no lo conociese con los años que lleva en la casa, bien. De modo que no te pongas tú tonto, porque todo lo que apos­tarías, lo perdías.
-¿Apuestas sesenta vacas?
-Pues no tengo inconveniente en apostarte las sesenta vacas con lo que puedan valer.
Las tasaron en mil pesetas cada vaca. Y contaron de que el amo de las vacas no podía combinarse con el criao para nada -porque el criao venía a casa todas las noches a traer las vacas y luego se volvía a la choza. Y el amo sí tenía el gusto de ver entrar a su criao con el ganao. Y el capitalista no dejaba solo al otro pa que no se comunicarían.
Llegó Juan con las vacas a la cuadra. Y en esto estaban los dos señores juntos, el capitalista y el de las vacas. Sigún llegó Juan le dijo al amo:
-Buenas noches, mi amo.
-Hola, Juan. Buenas noches, mi criao. ¿Qué tal las vacas?
-Unas gordas y otras flacas.
-¿Han bebido agua?
-Unas turbias y otras claras.
-¿Han pacido hierbas?
-Unas verdes y otras secas.
-Y ¿el toro Berroso?
-Ah, señor, florido y hermoso.
-Bueno, hasta mañana, Juan.
-Vayan ustedes con Dios.
Y al salir de la cuadra, dijo el amo ál otro señor:
-¿Qué le parece a ustez el mi criao?
-Hombre, no ha mentido. Era verdaz. Pero tarde o tempra­no creo que caerá. Es más, que me están hirviendo las sesenta mil pesetas y esas vacas que no tardará dos días el que me gane yo las vacas y las sesenta mil pesetas.
Se fue a casa el señor capitalista. Y conversando con la seño­ra y una hija que tenía muy hermosota, les contó la apuesta que habían hecho, y dijeron:
-¿Cómo nos las arreglaremos para llevarle las vacas con buena razón?
-Pues nada, veo que algo fiel sí que lo es. No me parece mentiroso. No hay más remedio que mirar de qué forma le va­mos a ganar antes que nos lleve ese capital.
Y por fin la dice el padre a su hija:
-Pues nada, te vas a coger tú mañana, chica, vístete con el mejor vestido que tengas, de lo bueno lo mejor que tengas, te pones tu sombrero, coges tu sombrilla y te vas para el monte donde estará Juan apacentando el ganao. Allí le encontrarás a la sombra de la encina. Llegas allí, le das las buenas tardes, te vas acercando poquito a él, le vas tentando en el hombro, con­tándole cosas amorosas y después que el muchacho se vaya im­pacientando un poco, pues le pides el corazón del toro Berroso si quiere gozar de ti.
Al otro día se fue la muchacha y efectivamente dio el paso que la había ordenado su papá. Se fue para el monte y le encon­tró al buen Juan:
-¿Qué haces Juan?
Se sentó a su lado y empezó a conversar con él. Y tocándole la paciencia como la había indicao su papá, a los tres o cuatro apretoncitos que se dieron, le dijo ella a Juan:
-¿Pero has de ser así, Juan? Pero ¿eso te atreverías a hacer conmigo?
-Sí, señorita, me atrevo. Y si no, no me tiente la paciencia. O marche o a las tres...
-Mira, Juan, basta que estás tan animoso. Si me das el co­razón del toro Berroso, envuelto en un pañuelo para llevármelo a casa, me voy contigo.
Pues Juan mató el toro Berroso, lo cogió y lo envolvió en el pañuelo. Se lo dio y dijo:
-Tenga, señorita. Ya está aquí lo que pide. Y no me niegue -palabra de honor que me ha dado- a lo que estamos decidi­dos los dos.
Gozaron. Y cuando se despidió la señorita, de Juan, después del gozo que llevaba en su corazón, otro tanto por llevar el co­razón del toro Berroso a su papá. Llegó a casa.
-Papa, ya estoy aquí.
-Y ¿qué tal, hija?
-Mucho gusto me ha dado. Y aquí traigo el corazón del toro Berroso, lo que ustez me ha mandao.
-Bien, hija, bien. Me alegro mucho. Ahora sí que lo vamos a ver -la apuesta que tenemos con las vacas.
Por la noche volvió Juan con su ganao a la cuadra. Ya se le hacía tarde al señorito del capital para preguntarle a Juan a ver si mentía o decía verdaz. Estaban los dos, el de las vacas y el capitalista, cuando llegó Juan con las vacas.
-Buenas noches, mi amo.
-Hola, buenas noches, mi criao. ¿Qué tal las vacas?
-Unas gordas y otras flacas.
-¿Han pacido hierbas?
-Unas verdes y otras secas.
-¿Han bebido agua?
-Unas turbias y otras claras.
-Y ¿el toro Berroso?
-Ay, señor...
-Vamos, Juan, ¿el toro Berroso?
-Oy, el toro Berroso... ¡por dos tetas blancas y el otro chisme rojo, he dado el corazón del toro Berroso! Pegó un blinco el capitalista de rabia y dijo:
-¡Hacienda perdida y hija...! Y quedó derrotado.

Villadiego, Burgos. Ausivio de la Peña. 28 de mayo, 1936. 40 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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