Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de julio de 2012

El tio ricopelo y los galgos


322. Cuento popular castellano

En Villota del Duque había un vecino muy chocante que le lla­maban el tío Ricopelo. Un día de los muchos que acostumbraba venir al mercao de Saldaña, se le ocurrió salir al puente que dista pocos metros de la villa. Y había comprao un cuarterón de carne. Hizo una especie de caña, y cuando más transitaba el personal, empezó a grandes voces a decir:
-¡Milagro! ¡Milagro!
Y después de tener allí reunida alguna partida de personal, ya le llamaban la atención, diciéndole:
-Pero, ¡hombre! ¿Qué clase de milagro es ése? Y claro, dice:
-Pues, ¿no lo estáis viendo? (Había metido la carne dentro del río). ¡Milagro! ¡Milagro! Pues, ¡un cuarterón de carne entre tanto caldo!
En otra ocasión se fue a Palencia, y cuando más personal tran­sitaba por la calle Mayor, se agarró a una reja y, quejándose, gri­taba:
-¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío!
Y claro, todo el mundo se acercaba a ver lo que tenía. Y se de­cidieron a llamar a un médico. Y el médico le preguntó:
-¿Qué es lo que ustez tiene, hombre?
-Pues, que tengo todos los huesos fuera de su lugar.
Le metieron allí en una casa próxima, y le reconoció el médico. Y en vista de que no tenía nada, pues le echó a la calle. Y ya le pre­guntaron al médico:
-¿Qué es lo que tiene ese pobre?
-Pues, nada; que le he reconocido y no encuentro la menor en­fermedaz en él.
Y ya en el portal le decían:
-Pero, ¡hombre! ¿No decía ustez que tenía todos los huesos fuera de su lugar?
-Claro que sí; como que yo soy de Villota y ahora estoy en Palencia.
Este tío Ricopelo era muy amigo de la cacería de galgos. Y siempre tenía mucha fama, porque todos los galgos que había tenido hablan sido muy buenos. Llegó un momento en que no tenía más que uno. Y bueno, unos decían si por un golpe que se había dado en la cabeza, y otros porque se le hubiera infeccionado la vista con algunas plantas venenosas..., el resultao..., que se quedó ciego.
Se determinó llevarle al mercao de Saldaña para venderle. Y te­niéndole allí a su lado, con el collar y la cadena, comenzó a tomar medidas desde la cabeza hasta el rabo, y decía:
-Para dos, sobra, y para tres, no alcanza.
En esto que pasaron por allí unos aficionados también a la caza de galgos, y presenciaron las medidas que tomaba; pero ellos siem­pre creyeron que quería decir que para coger dos liebres, le sobra­ba carrera; pero que para tres, no alcanzaba. Y ya uno de ellos se determinó a decir:
-Bien mantenido, también alcanza los tres.
Entraron en el trato y le compraron. Y le advirtieron al tío Ri­copelo:
-¿Ustez cree que bien mantenido pudiera coger las tres liebres? 
-¡Hombre! -contestó. ¡Como él las viera!... 
-Bueno, pues, entonces está cerrao el trato. Pagando lo que era. Y les advirtió el tío Ricopelo:
-Tienen ustedes que llevarle atao y del cordel, porque pudiera escapárseles.
Y como el galgo estaba acostumbrao a las pisadas de las caba­llerías, pues se fue detrás de ellos hasta llegar a casa de los com­pradores. Después de ocho días bien mantenido, ya determinaron salir a caza. Y claro está, al llegar al cazadero, le soltaron. Y él, siempre, al ruido de las pisadas... Pero en esto, que sale una liebre, y le aperrean:
-¡Perro! ¡Perro!
Y el animal, como siempre tuvo mucha afición, emprendió la carrera; pero en el primer roble que encontró, pues se pegó un cabezazo y cayó rodando. Siguen otra vez aperreando. Y otra em­bestida contra los robles. Claro está que se apearon de los caballos, y al reconocerle vieron que estaba ciego.
Retiráronse para casa. Al mercao siguiente se presentaron en el mercao con idea de hacerle quedarse con el galgo al tío Ricopelo. Y claro, al encontrarse cara a cara, les dijo:
-Pero, ¡hombre! ¿Qué venís buscando?
-Pues, que se quede ustez otra vez con el galgo, porque hemos notao que está ciego.
-Hombre, yo les advertí cuando me preguntaron si cogería las tres liebres, que si él las vería, seguras eran...
-Bien. Y entonces, ¿las medidas?
-Pues, ya verán ustedes: que decía una, dos; pa dos, sobra, y para tres, no alcanza. Y como en el pueblo soy el dulzainero, pensaba haberle matao. Y por eso decía: una, dos; pa tres no al­canza: dos parches pa el tamboril, y el rabo pa la gaita.

Saldaña, Palencia. Florencio Garrido. 19 de mayo, 1936. 63 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

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