Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 29 de julio de 2012

El rey de los ecos

Un hombre llamado Hangu se fue al bosque con la intención de limpiar de malezas una parte del terreno y poder sembrar en él. Apenas comenzado su trabajo, resonó una voz salida de la espe­sura:
-¿Quién anda ahí?
Era la voz del rey de los ecos.
-Soy yo, Hangu.
-¿Y qué estás haciendo?
-Quiero quitar las malezas.
-Muy bien, te ayudaré -dijo el rey y ordenó a cien de sus súb­ditos, los ecos, que acudiesen a ayudar a Hangu.
Los ecos se pusieron a trabajar con ahínco y, poco después, el terreno quedó limpio.
«Es un verdadero placer trabajar con ayudantes como éstos», pensó Hangu muy contento y volvió a casa.
Más tarde, cuando los rastrojos se secaron por completo, Hangu se dirigió de nuevo al bosque para quemarlos y abonar el terreno con las cenizas. Acababa de encender el fuego cuando re­sonó una voz:
-¿Quién anda ahí?
Era otra vez el rey de los ecos.
-Soy yo, Hangu.
-¿Y qué estás haciendo?
-Quemo los rastrojos: con las cenizas abonaré el terreno.
-Muy bien, quiero ayudarte -dijo el rey y envió a trescientos ecos para que ayudasen a Hangu.
Los ecos se pusieron a trabajar con ahínco y, poco después, de los rastrojos sólo quedaba un montón de cenizas y el terreno estaba bien abonado.
«Es un verdadero placer trabajar con ayudantes como éstos», pensó Hangu muy contento y volvió a casa.
Llegó la estación de las lluvias y Hangu, con una olla llena de semillas, se dispuso a sembrar su terreno. Pero en cuanto co­menzó a sembrar oyó de nuevo la voz del rey de los ecos:
-¿Quién anda ahí?
-Soy yo, Hangu.
-¿Y qué estás haciendo?
-Esparzo las semillas en la tierra.
-Muy bien, quiero ayudarte -dijo el rey y envió en su ayuda a novecientos ecos.
En un instante, el terreno quedó sembrado.
«Es un verdadero placer trabajar con ayudantes como éstos», pensó Hangu muy contento y volvió a casa.
Muy pronto, las semillas comenzaron a germinar y Hangu fue al campo para arrancar los hierbajos. Recién iniciado el tra­bajo, de nuevo resonó la voz del rey de los ecos:
-¿Quién anda ahí?
-Soy yo, Hangu.
-¿Y qué estás haciendo?
-Arranco los hierbajos.
-Muy bien, quiero ayudarte.
Mil ecos se entregaron entonces al trabajo y, antes de que Hangu acabase de recorrer con la mirada el terreno, estaban arrancados todos.
«Francamente es un verdadero placer trabajar con ayudantes como éstos», pensaba Hangu durante el camino de regreso.
Creció el trigo y Hangu fue al campo decidido a espantar a los pájaros para que no se lo picoteasen. Acababa de llegar cuan­do la voz del rey de los ecos de nuevo gritó:
-¿Quién anda ahí?
-Soy yo, Hangu.
-¿Y qué estás haciendo?
-Espanto a los pájaros, para que no me picoteen el trigo.
-Muy bien, te quiero ayudar.
Diez mil ecos volaron de aquí para allá y espantaron a todos los pájaros.
Y una vez más Hangu se alegró pensando: «Es un verdadero placer trabajar con ayudantes como éstos».
Un tiempo después, Hangu se dijo que era hora de ir a ver si había madurado el trigo. Fue al campo, arrancó un par de espi­gas y masticó los granos para comprobar si estaban maduros.
-¿Quién anda ahí? -gritó el rey de los ecos.
-Soy yo, Hangu.
-¿Y qué estás haciendo?
-He arrancado un par de espigas y mastico los granos para ver si están maduros.
-Estupendo, te quiero ayudar.
Y entonces llegaron al campo cien mil ecos y comenzaron a arrancar espigas y a masticar granos y, antes de que a Hangu le diese tiempo a mesarse los cabellos, se habían comido todo el trigo.
Hangu volvió triste a su casa y esta vez, francamente, no pen­saba: «Es un verdadero placer trabajar con ayudantes como éstos».

009. anonimo (africa)

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