Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 4 de julio de 2012

El rey cuervo

232. Cuento popular castellano

Era un rey que tenía una hija y ella no encontraba novio, porque a todos los que se la presentaban, les encontraba algún defezto.
Ya un día su padre la dijo que si quería, se celebrarían gran­des fiestas en palacio y avisarían a los príncipes de todo el con­torno a ver si había alguno que la gustara. Ella dijo que sí, y se celebraron las fiestas. Vinieron muchos príncipes de las cerca­nías; pero ella recorría el baile y todos la parecían mal. Al uno le decía, «¡Qué boca más grande!», y al otro, «¡Qué ojos más feos!». Pero del que más se burlaba era de uno que tenía la na­riz muy fea. Y le puso el Rey Cuervo, porque parecía un cuervo. Todas las veces que pasaba por delante de él, tenía una risotada y un insulto para el Rey Cuervo.
Así se pasaron ocho días de fiestas y la princesita no encon­tró ninguno de su gusto. Ya su padre, colérico, la dijo:
-Hija, veo que te mofas de todos, queriéndote ensalzar mu­cho, y el que se ensalza será humillado. Así que tú te casarás con el primer pobre que venga a nuestra puerta a pedir limosna.
El Rey Cuervo había estado escuchando la conversación. Se disfrazó de mendigo y fue a pedir limosna a la puerta del rey. El rey le mandó subir y le presentó a su hija, diciendo que se iba a casar con él.
Se casaron y la princesita no dejaba de llorar. Ella, que se creía la más guapa, ¡verse casada con un mendigo!
El mismo día de la boda se fue con su marido y, cuando pa­saban por las calles de la ciudad, vieron un palacio muy precioso. Y entonces la princesita preguntó a su marido:
-¿De quién es este palacio?
Y él la contestó:
-Del Rey Cuervo.
Entonces ella se puso a llorar de nuevo y dijo:
-¡Ay, Dios mío, cuánta burla he hecho de él! ¿Por qué no me habré casado yo con él?
Cuando salían de la ciudad, se encontraron una casa de cam­po con unos jardines muy preciosos, y ella volvió a preguntar:
-¿De quién es esta finca?
-Del Rey Cuervo -la contestó.
-¡Ay, Dios mío! -dijo ella-. ¿Por qué no me habré casado yo con él?
Andar, andar, llegaron a una choza hecha de pajas, y enton­ces su marido la dijo:
-Esta es nuestra casa. Quítate esas joyas y hazme la cena.
Pero ella se puso a llorar y a pedir perdón a su marido, di­ciéndole que no sabía hacer nada. Se tuvieron que acostar sin cenar y en el suelo.
A la mañana siguiente el marido la hizo levantarse muy tem­prano y la dijo que tenía que ganarse la vida de alguna manera, que él era muy pobre y no tenía para mantenerla. La compró unos cacharros y la hizo ir al mercado a venderlos.
Entonces él se puso un traje muy elegante, montó en un ca­ballo y pasó con él por cima de los cacharros y los rompió to­dos; pero su esposa no le conoció. Después se quitó ese traje y se puso el de mendigo y se fue a la choza. Allí estaba su esposa llorando, y, al preguntarle él qué le pasaba, le dijo ella que un señor muy elegante había pasado con su caballo por cima de los cacharros y se les había roto todos. Entonces él fingió enfadarse mucho y la dijo que no les quedaban más que unas monedas para comprarla otros; pero que si se la ocurría lo mismo, se vería obli­gada a ir con él de puerta en puerta a pedir lismona.
Al día siguiente la compró más cacharros; pero la ocurrió igual. Cuando más descuidada estaba, pasó el señorito del caba­llo y, sin ella poderlo evitar, la rompió todos los cacharros. En­tonces ella, llorando a gritos, volvió a la choza y al poco rato se presentó él, vestido de mendigo otra vez. Ella, al verle, se echó a sus pies llorando y le contó lo que la había ocurrido. Y enton­ces él, al verla ya arrapentida, se quitó el disfraz y se quedó con­vertido en el mismo señor que la había roto los cacharros, y la dijo:
-Mira; esto te ha ocurrido por orgullosa. Para darte una lec­ción, creo que te servirá de escarmiento. Yo soy el mismo que tú me burlaste en tu palacio, llamándome Rey Cuervo, y el mismo que te he roto los cacharros. Ahora vámonos a nuestro palacio y a nuestra casa de campo, que son los que tú has visto al pasar, y como ya serás muy buena, viviremos felices.
Y colorín colorao, cuento acabao.

Pedraza, Segovia. María Pascual. 25 de marzo, 1936. 28 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

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