Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de julio de 2012

El pájaro que no sabía cantar

Era una vez un hermoso pajarito que tenía el plumaje más vistoso y bello que se pueda imaginar. El pecho y la cola estaban cubiertos de pluma suave y reluciente, color turquesa; las alas, cuando volaba, al ser bañadas por el Sol, semejaban dos enormes esmeraldas; su cabecita, un rubí, y el pico y las patas parecían de oro. Pero este extraordinario pajarito, a quien tan maravillosamente dotara la Naturaleza, estaba privado de lo que todos los pajaritos, por feos que fueran, poseían: el canto. Por eso este lindo pajarito se sentía muy desgraciado.
Ya había intentado cantar varias veces sin conseguir ni el más insignificante trino. Y era tanta su pena, que huía siempre de sus compañeros y se pasaba las horas quietecito; acurrucado en la rama más apartada.
Los otros pájaros, que no sabían que su mutismo era debido a no saber cantar, le creyeron un orgulloso y pronto le tomaron inquina.
Un día se reunieron unos cuantos y decidieron hacerle cantar a la fuerza. Posáronse en las ramas próximas a la suya y entonaron un jubiloso canto a la hermosa mañana.
Cuando acabaron, miraron al pajarito, atónitos de que no se hubiera unido a ellos en aquel hermoso canto. Uno más atrevido dijo, alzando la voz para ser bien oído de todos:
-¡Esto no es un pájaro! ¡Es el ser más necio y orgulloso que he visto en mi vida! Dejémosle, compañeros, que sólo sirve de anuncio de una tintorería.
Y, con el desprecio pintado en sus caritas, volaron a otro árbol. Un pájaro que no supiera cantar era, a los ojos de ellos, un ser despreciable.
El pájaro de lindos colores lloró en silencio y voló hacia otros lugares menos frecuentados. Al desplegar sus alas, el Sol dió de lleno en aquel plumaje maravilloso, lanzando magníficos destellos que dejaron llenos de envidia a los pájaros de los alrededores.
Pero la vida se le hacía cada día más insoportable. Venían aves de todos los contornos a mofarse de él, se sentaban a su alrededor y movían la cola despreciativamente.
Esto, entre ellos, significaba un insulto, pero él nunca contestaba a sus despectivas insinuaciones.
-Tú no mereces tener tan bonito plumaje -le dijo un día un pájaro envidioso.
Al ver que no respondía, continuó envalentonándose.
-Mejor estarías pelado que luciendo esos colores que tan mal te sientan. 
-Y al decir esto, procuraba con su pico arrancarle las preciosas plumas.
Los otros pájaros, que, quiénes más, quiénes menos, le tenían también una envidia horrible, se precipitaron a ayudar a su compañero en tan desalmada acción. Y suerte tuvo el infeliz de huir a tiempo, porque, si no, a estas horas estaría más pelado que una rata.
Huyó muy lejos, hacia un gran bosque de tupido follaje, y se escondió en lo más espeso de un viejo árbol.
Allí, quietecito, sin apenas respirar, se pasaba las horas meditan-do su infortunio.
Hasta que un día fué descubierto por un pájaro que casualmente pasaba por allí, y pronto tuvo a su alrededor muchos más, que acudieron a contemplar tan raro ejemplar.
Le dirigieron la palabra preguntándole de qué magnífico país procedía, pero, en vista de que no les contestaba, pensaron que sería algún poderoso Rey que viajaba de incógnito y le hicieron los honores. El más entendido de ellos cantó sus alabanzas con trinos admirables.
El infeliz pajarito, previendo un segundo ataque a su inocente plumaje, abrió sus alas y se lanzó por los aires, dejando a los pájaros embobados y cegados por los refulgentes destellos de sus plumas al ser heridas por el Sol.
Muchos días y muchas noches estuvo el pajarito volando, y descansaba solamente lo preciso para reponer fuerzas. Al fin llegó a un país muy frío, donde los días son muy cortos y las noches muy largas y en los desnudos árboles no habitan pájaros.
Un enorme pino, medio desgarrado por el viento, fué el preferido del pajarito, y cuando se instaló en un rinconcito, al abrigo del frío viento, vió que no era el único habitante del pino. Desalentado, iba a volver a emprender la marcha, cuando oyó decir al morador del pino:
-¿Quién anda por mis alrededores?
El pajarito se fijó entonces en el habitante del desgarrado árbol, y vió que era un cuervo viejo y ciego. Se le acercó y, después de saludarle, le dijo:
-Soy un infeliz pájaro que, huyendo del mundo, he venido a parar a esta fría tierra.
-¿Y por qué huyes del mundo, siendo así que, por tu voz, pareces joven?
Entonces el pájaro le contó su tragedia.
-¿Y has intentado cantar alguna vez? -preguntó el viejo cuervo.
El pájaro respondió con tristeza:
-Todo lo he intentado para conseguir lanzar un trino, pero ha sido inútil cuanto he hecho. La Naturaleza, que tan bien me dotó en cuanto a plumaje, se olvidó de darme el trino, que tan bien hubiera armonizado con mis lindos colores. Soy como un costoso manjar sin sal. 
-Dos lágrimas que brillaban como diamantes se desprendieron de sus lindos ojos.
-Puedes quedarte conmigo, si quieres -le dijo el cuervo. A mí, en cambio, me va muy bien que no sepas cantar, pues a la vejez es muy fastidioso oír las eternas alabanzas que lanzan esas cotorras a la madre Naturaleza; por eso yo me vine aquí, para no oírlas. No creo que viva mucho tiempo; cuando muera, tú serás el dueño de este pino.
El pajarito agradeció al cuervo su hospitalidad y, en pago de ello, se cuidaba de traerle algún gusanillo o mosquito cada vez que salía en busca de su sustento.
Un día, a la puesta del Sol, se quedaron ambos pájaros charlando un rato, y el cuervo dijo a su amigo:
-Ahora me viene a la memoria que, en mi juventud, oí hablar de un pájaro que subió al hermoso País de los Cuentos y, cuando volvió a la tierra, era poseedor de una voz tan deliciosa que, cuando él cantaba, todos los pájaros de su alrededor enmudecían inmediatamente, admirados de aquel canto tan delicioso.
-¿Y dónde se halla el País de los Cuentos? -preguntó con ansiedad el pajarito.
-No puedo decirte con precisión dónde está -contestó el cuervo. Se dice que el pájaro aquel subió directamente hacia el Sol y desapareció tras las nubes. Él mismo nunca quiso decir dónde se halla el maravilloso País de los Cuentos.
El cuervo tomó aliento y continuó, con voz débil:
-Si quieres seguir mi consejo, antes de ir al País de los Cuentos procura aprender el canto en una academia. Yo sé de una que dirige una tórtola, y dicen que sus discípulos aprenden rápidamente; prueba tú, y si no consigues cantar, te queda el recurso de ir al maravilloso país.
El pajarito prometió hacerlo así.
Y una cruda mañana de invierno vió, con gran pena, el pajarito que el cuervo estaba frío y rígido. Lloró por su amigo y, con su piquito, hizo un hoyo lo bastante profundo para enterrarlo. Cuando acabó la piadosa tarea, emprendió el vuelo hacia el Sur. Entró en la academia de la tórtola que era maestra en el arte de cantar, pero fueron inútiles cuantos esfuerzos hicieron maestra y discípulo.
-Tú nunca cantarás -le dijo la tórtola un día. La Naturaleza te ha privado de las cuerdas vocales necesarias para poder hacerlo.
Entonces el pajarito, desesperado, recurrió al hermoso País de los Cuentos. Y un día voló hacia arriba, hacia el Sol. Cuando sentía fatiga descansaba sobre alguna nube y luego emprendía con vigor el vuelo. Tan cerca voló del Sol que el desgraciado quedó ciego por los potentes rayos, pero cerró los ojos y continuó volando, volando, hasta que sus pulmones no pudieron resistir más. Sintió como si algo se rompiera en su pecho, y dos gotas de sangre mancharon el precioso plumaje color turquesa. Perdió el sentido y cayó en la gran profundidad.
Unos niños encontraron el lindo cuerpo sin vida del pajarito. Lo cogieron con sumo cuidado y admiraron sus preciosas plumas, finas como la seda.
-¡Ah! ¡Qué hermoso pajarito! -dijeron. ¡Qué lástima que no podamos oír sus admirables trinos, pues no hay duda de que tan bello pájaro debía cantar como los propios ángeles!
Y besaron aquel cuerpo inerte.
-Vamos a hacerle un entierro digno de él -dijo uno de los niños. Quien tan hermoso ha sido en vida, merece una espléndida sepultura.
Y así lo hicieron.

132. Anonimo (suecia)

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