Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

domingo, 8 de julio de 2012

El joven akudzama


Zamaye-mebege estaba casado con varias mujeres. De cada una de ellas tuvo unos cuantos hijos, excepto de una de la que nacieron Akudzama y Mengue que quedaron huérfanos en temprana edad. Los dos siguieron viviendo en la cocina de su difunta madre.
De los numerosos hijos que tuvo Zamaye-mebege, únicamente Mengue era mujer, todos los demás eran varones. ¿Dónde encontra-ría el cabeza de familia para casar a tantos hijos? La venta de cabras, ovejas, gallinas y patos no le solucionaría gran cosa. La única hija tampoco cubría el costo de tanta dote.
Día tras día, pasaba Zamaye-mebege las horas muertas, sentado en el abaá, rumiando cómo resolver el problema. Una tarde se le ocurrió esta idea: acudiría a sus tíos maternos, seguro de que ellos le solucionarían el caso. Una mañana, cuando las últimas estrellas daban los buenos días a la aurora, se despidió de los suyos y salió rumbo al lejano país de su madre.
Después de varios días de convivencia con sus parientes, los reunió en el abaá y les dijo:
-Mi presencia entre vosotros responde a la carencia de medios para casar a mis hijos. Bien sabéis que únicamente tengo una hija y que mis posesiones son escasas.
El más anciano de los parientes le respondió:
-Mañana te daremos la solución.
Al día siguiente, muy de mañana, ya estaban los familiares de Zamaye-mebege en el abaá. Uno de ellos le practicó con una cuchilla leves cortes en el muslo derecho; sobre las heridas colocó unas hierbas y le dijo, en nombre de los demás:
-Regresarás a tu poblado. Cuando te saluden tus mujeres e hijos, los sentarás en el muslo izquierdo; pero, cuando llegue Mengue, lo harás en el derecho, y al poco rato morirá. Luego, la entierras en las afueras del poblado. Esta escopeta que te entregamos la irás dejando a cada uno de tus hijos. Al salir de casa por la tarde, una «nsin» les señalará el camino; que disparen a lo que se les ponga a su alcance.
Zamaye-mebege que había seguido intrigado el discurso de su pariente, quedó muy triste por el futuro que esperaba a su única hija.
Cuando llegó al poblado, recibió el saludo de las mujeres y sus hijos. Tal como le habían ordenado, los sentó en el muslo izquierdo. Faltaban por saludarlo Mengue y su hermano Akudzama. Era este un joven de aspecto desagradable y repugnante; olía que apestaba; su cabeza estaba cubierta de tiña y el cuerpo de sarna; los pies los tenía forrados de niguas. Era de carácter raro y, desde niño, profesaba a su padre un odio irreconciliable, pues lo tenía por el más brujo de los brujos. Por eso, cuando su hermana iba a saludarlo, le dijo:
-No lo saludes; ¿qué habrá tramado ese hechicero con sus tíos maternos?
Pero Mengue, que amaba mucho a su padre, fue a saludarlo, mientras dormía su hermano. El padre cumplió lo que: sus tíos le ordenaron. Al despertar Akudzama, encontró a la hermana presa de una fiebre muy alta. A las pocas horas, murió, y la enterraron en las afueras del poblado, como estaba mandado.
Dos días después, Zamaye-mebege llamó a su primogénito, le entregó la escopeta y le dijo:
-Al anochecer, saldrás de casa. A la puerta de casa encontrarás una nsin; la seguirás y dispararás a lo que se te presente. Por la noche, salió de casa, siguió a la nsin que lo condujo hasta la tumba de Mengue. Estaba ésta más hermosa que nunca, sentada en preciosa silla. Ndonzama disparó contra ella y regresó a su casa. A la mañana siguiente, encontró un corpulento elefante muerto, junto a la tumba de Mengue. Lo vendió y con el importe pudo dotar a varias mujeres. Sus otros hermanos corrieron la misma aventura y tuvieron idéntica suerte.
Únicamente Akudzama se negó a acercarse a su padre, quien hacía todo lo posible por ganar su afecto, a fin de procurarle un botín como a los demás hijos. Después de no pocas estratagemas, consiguió que aceptase la escopeta y escuchase las instrucciones que habían ejecutado sus hermanos.
Durante unos cuantos días, Akudzama permaneció en casa con la escopeta ociosa, pero, a decir verdad, ardía en deseos de saber cómo sus hermanos se habían hecho con tantos elefantes, cuando por las cercanías, años hacía que no se veía ninguno. Así una noche, sigilosamente salió de casa; siguió los menudos y rápidos pasos de la nsin, y, a doscientos metros, del poblado, se encontró con su hermana, linda como jamás la había visto.
En vez de disparar contra ella, como lo habían hecho sus hermanos, rompió en triste y fraterno llanto. Intentó asir a Mengue, pero ésta desaparecía de su vista, mientras le decía:
-Dispara contra mí, Akudzama, dispara contra mí.
-No lo haré; no lo haré, -respondió el hermano; y añadió:
-Ya me imaginaba, fue padre el culpable de tu muerte. Y regresó al poblado; y su odio contra el padre iba en aumento.
A la noche siguiente, volvió a encontrarse con su hermana; logró agarrarla; pero Mengue, con fuerza misteriosa lo arrebató y lo llevó a su reino. Allí le curó de cuantas enfermedades padecía; corrigió cuantos defectos deformaban su cuerpo... en una palabra, lo transformó en un joven hermosísimo, como no había en todo el contorno.
Al cabo de unos años, regresó al poblado, donde nadie lloró su desa-parición; pero tampoco ahora lo reconoció nadie, ni su propio padre. Lo que causó tanta admiración como su belleza fue el que viviese en la humilde choza del desaparecido Akudzama.
Una tarde, en la reunión del abaá, declaró a su padre que él era su hijo Akudzama; y le contó cuanto había sucedido. Todos ponderaban su extra-ordinaria hermosura. Su matrimonio fue más feliz que el de sus hermanos, y tuvo muchos hijos, de los que vivió rodeado largos años.

111. anonimo (guinea ecuatorial)

No hay comentarios:

Publicar un comentario