Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 4 de julio de 2012

El dalle, el gato y el gallo

360. Cuento popular castellano

En un pueblecito de España había un padre de familia, viudo, que tenía tres hijos. Le llegó la hora de la muerte y no les dejó de patrimonio más que un dalle, un gato y un gallo. Al mayor le dejó el dalle, al segundo el gato y al tercero el gallo. Y al morir, les dijo que si sabían emplear bien aquello que les dejaba, serían felices.
Como eran pobres, y no tenían qué comer, el mayor, el del dalle, decidió marcharse por el mundo en busca de fortuna. Estu­vo andando treinta días y por todos los sitios que iba, veía dalles o guadañas, veía hoces, y veía de todos instrumentos cortantes.
Ya llegó a cierto punto que la gente casi no sabía hablar; más bien ladraba que hablaba. Y vio que con un escoplo y un mazo estaban cortando las mieses doradas del campo. Entonces el mu­chacho recordó de lo que le había dicho el padre, y dijo para sí:
-Ésta va a ser la hora propicia de hacer fortuna.
Se llegó donde uno que estaba cortando espigas con el mazo y el escoplo, le saludó y le dijo:
-¿Qué hace, buen amigo?
-Pues, estamos cortando la mies para pan pa el invierno. Entonces le dijo el joven:
-Mire ustez. Con este instrumento que traigo yo al hombro, siega ustez esta finca en dos horas. Y de lo contrario, tendrá que estar ustez dos semanas.
Le pareció muy bien al señor que estaba cortando las espigas. Mandó a ver cómo lo bacía el muchacho, quien armó el dalle y en una hora le cortó la mitaz de la mies de la tierra. Entonces el dueño de la finca quedó admirado. Se vino al pueblo, estuvo con el alcalde y decidieron comprarle el dalle al joven. Le dijeron cuán­to quería por el instrumento y él contestó:
-Tres mil duros.
Le dijeron que era muy caro; pero él les expuso lo convenien­te que era para el pueblo, y al fin cedieron en darle los tres mil duros.
Según recibió el chico el dinero, se volvió otra vez para su país, lleno de alegría al verse con tres mil duros en el bolso. Lo cual se lo comunicó inmediatamente a sus hermanos, los que lloraban de alegría.
Entonces hizo la operación el segundo, el del gato. Se fue en busca de buena suerte. Estuvo andando durante cuarenta días hasta que llegó a un sitio que no vio gatos; no había más que ratones. Entonces se dijo para sí:
-Ésta va a ser ocasión propicia de hacerme con mucho dinero como mi hermano el mayor.
Según estaba arando un labrador, vio que por el surco corrían ratones en abundancia. Se acercó al labrador, le saludó afable­mente y le dijo que el animalito que llevaba él allí en un céstito sería capaz de quitarles toda aquella plaga de ratones. El labrador le dijo que a ver cómo lo hacía. Y, en efezto, soltó el gato, el cual, en menos de cinco minutos, mató más de mil ratones. El labrador dijo al muchacho si le quería vender el animal. Y él contestó que sí; pero que valía mucho dinero.
Entonces el labrador dejó el trabajo, se vino al pueblo y es­tuvo con el alcalde para que comprasen el animalito a dicho jovea Le llamaron al muchacho a la Casa de Ayuntamiento y le supli­caron les vendiese el animal. Él les dijo que le vendía, pero que valía mucho dinero. Entonces el alcalde le dijo que pidiese precio por el gato. Y pidió tres mil quinientos duros. Les parecía muy caro; pero en vista de la plaga que tenían de ratas y ratones, y que el animal era tan útil, decidieron comprársele.
El muchacho entregó el gato -al entregarle el dinero-, y tomó el camino de su pueblo. Pero el gato, al ver a tanto personal junto, se asustaba. Y a uno se le ocurrió decir:
--¡Si no hemos preguntao al muchacho lo que come el anr malita!
Al momento ordenó el alcalde saliesen dos de a caballo en su busca. Y tardaron un buen rato el alcanzarle. Le preguntaba.n que qué comía el animalito, y él, desde largo, les contestó que de lo que comían los hombres. Pero los otros entendieron mal y enten­dieron que comía a los hombres. Volvieron del todo apesadura­braos y le dijeron al alcalde que comía a los hombres. Entonces ordenó el alcalde matar al anima ito, y al mismo tiempo ir cuatro en busca del muchacho y le trajeran a su presencia para encarce­larle por haberles engañado.
Anduvon un buen rato de camino; pero el muchacho, que lo conoció, se escondió en un arroyo. Y en vez de ir por el camino, se fue a campo traviesa. Y los de a caballo no dieron con él. Vol­vieron otra vez a su pueblo y le dieron cuenta al alcalde que no habían dao con el muchacho. Lo cual, ya que no pudon coger al muchacho, quisieron matar al animalito. Éste se escondió en una barda de leña, y le prendieron a la barda. El gato, al ver que había fuego, saltó a una tapia de una huerta. Y empezó a hacer así con la mano [el narrador pasó la mano dos o tres veces por la cara], a limpiarse la cara, y dice uno:
-¡Ay, señor alcalde, que dice que se la tenemos que pagar al animalito!
Cogieron varios palos para matar al animalito y no lo pudan conseguir.
Ya después el animalito se hizo amigo de una de las casas contiguas adonde estaba. Lo cual, hizo una estupenda limpieza de ratas y ratones. Y la gente quedó tan contenta con el bicho.
Ya el muchacho, de regreso con los tres mil quinientos duros, llegó a la casa paternal loco de alegría, como el hermano mayor.
Lo cual le dio envidia al más pequeño y decidió marcharse tam­bién, con el gallo. Anduvo por espacio de cuarenta días también, y por todos los pueblos que iba, veía gallos, veía gallinas, y veía de todas aves de corral. Ya llegó a cierto pueblo que no veía ni gallinas ni gallos. Pidió posada, bastante avanzada la tarde ya, y no le querían dar posada. Al fin fue donde el alcalde, quien no tuvo más remedio que hospedarle en su casa. Le mandaron que­dar al chico y al gallo, en la cuadra, en un saco de paja. Y el gallo le puso el muchacho en un palo.
Cuando a las doce de la noche se reunió todo el pueblo, el mu­chacho preguntó que para qué era aquella reunión; la cual, le dijo el alcalde, que tenían costumbre de reunirse allí todos los vecinos del pueblo con sus carros para ir a traer el día a una cuesta bas­tante distante del pueblo. Entonces el muchacho dijo para sí:
-Ésta es la hora donde yo puedo sacar mucho dinero.
Entonces él les mandó que no fuesen a buscar el día, que el bicho que tenía él en el palo se encargaba de traerle. Le dijeron que si así no era, que le costaría la vida. Y el muchacho contestó que sí, que no se trataba de ningún engaño. Efeztivamente, sonó la una de la mañana, y el gallo dio el primer cántico. Entonces todos los vecinos del pueblo aquel se quedaron admirados al oír aquella voz del bicho, que no la habían oído nunca jamás. Le pre­guntaron al muchacho qué indicaba aquel cántico del animal. Y él dijo que es que estaba haciendo el día.
Dio la una y media y volvió a cantar el gallo. Y lo mismo: se quedaron sorprendidos al oírle cantar. Ya llegaron las cuatro de la mañana, y a medida que iba viniendo el día, el gallo más con­tinuaba los cánticos. La gente estaba loca de contento, y al ver que daban las cinco de la mañana y venía el día -cosa que ellos creían imposible que el gallo lo hubiera hecho, como les dijo el muchacho, al fin decidieron comprársele. Le pidieron precio del gallo, y él dijo que costaba muchísimo dinero, que era un animal de mucho valor. Le preguntaron cuánto quería por él y pidió cuatro mil duros.
Entonces el alcalde, como tenía reunido allí a todo el pueblo, les dijo dieran su opinión, a ver qué les parecía del precio del gallo, que a él le parecía excesivamente caro. Pero por librarse de madrugar tanto y andar tanto camino para traer el día, decidie­ron comprarle en el precio de cuatro mil duros.
Entonces el chico recibió el dinero, entregó el gallo, y vino loco de contento a su pueblo natal. Al llegar donde sus hermanos, les abrazó cariñosamente y no hay que decir que pasaron juntos y felices la juventuz y vejez.
Y colorín, colorao, el cuento se ha terminao.

Villadiego, Burgos. Nicolás Peña. 29 de mayo, 1936. 33 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

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