Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 29 de julio de 2012

El conejo más listo del mundo

Una vez hubo una gran sequía. Se secaban los arrogos, se secaban los lagos, y los animales del bosque ya no tenían agua suficiente. Para decidir qué hacer, se reunieron en asamblea el león, el tigre, el oso, el lobo, la zorra, la jirafa, el mono, el elefante y el conejo. Después de una larga discusión, se pusieron de acuerdo en cavar todos juntos un pozo profundo. Sin vacilar se pusieron manos a la obra, pero el conejo se quedó allí sin hacer nada.
Los otros animales lo reprendieron:
-Oye, conejo, si no nos ayudas, no tendrás siquiera una gota de agua.
Pero el conejo respondió riendo:
-No importa. Vosotros pensad en cavar que yo pienso en beber.
Después de mucho excavar, los animales acabaron encon­trando agua. Locos de contento, bebieron hasta saciarse y des­pués cada uno volvió a su casa.
A la mañana siguiente, cuando volvieron al pozo a beber, encontraron en el barro las huellas del conejo. Durante la noche se había deslizado, sin ser visto, y había bebido hasta hartarse. Los animales montaron en cólera y decidieron que se turnarían haciendo guardia junto al pozo durante la noche. El primer guar­dián fue el oso. Al anochecer se sentó junto al pozo y abrió bien los ojos. Poco después llegó el conejo pero, al ver al oso, se asus­tó y ya no supo qué hacer. Decidió entonces ocultarse detrás de un arbusto y comenzó a cantar:

Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.

El oso aguzó el oído murmurando para sus adentros:
-Realmente es una canción muy bonita.
El conejo siguió cantando:

Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.

El viejo oso no pudo contenerse y decidió ir a ver quién can­taba tan bien. En cuanto lo vio acercarse al arbusto, el conejo corrió hacia el pozo, bebió hasta hartarse y se escapó.
Al día siguiente, los animales volvieron a encontrar alrede­dor del pozo huellas de conejo y reprendieron al oso:
-Vaya manera de vigilar. ¿Qué has hecho?
-No he hecho nada en absoluto -se defendió el oso. Estaba aquí, muy atento, y de repente oí una música muy bonita y fui a ver quién cantaba.
-Sin duda ha sido el conejo.
Los animales decidieron que el oso no era un buen guardián y confiaron la misión al mono.
Al anochecer, éste se sentó junto al pozo y abrió bien los ojos. Poco después llegó el conejo, se ocultó detrás del arbusto y comenzó a cantar:

Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.

El mono aguzó las orejas y ensayó un movimiento de danza.
-¿Quién será el que canta tan bien? -se preguntó y, alzando los ojos al cielo, dijo: ¿No serán las estrellas?
El conejo seguía cantando:

Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.

El mono se incorporó y se puso a bailar alegremente, mien­tras murmuraba para sus adentros: «Es una música realmente bonita».
Después miró el pozo y dijo:
-¿No será el agua?
El conejo seguía cantando:

Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.

El mono no pudo contenerse y corrió hacia los arbustos para salir al encuentro del cantante. El conejo se escurrió de su es­condite, corrió hacia el pozo, bebió muy tranquilo y se esfumó.
A la mañana siguiente, los animales encontraron por tercera vez, junto al pozo, huellas de conejo, y reprendieron al mono:
-Vaya manera de prestar atención. ¿Qué has hecho?
-No he hecho nada en absoluto -se defendió el mono. Es­taba aquí, con los ojos bien abiertos, cuando oí una música ma­ravillosa. No venía de las estrellas, no venía del agua, y fui a ver de dónde venía.
-Sin duda ha sido el conejo -concluyeron los animales, in­dignados. ¿Qué podemos hacer?
-Os lo diré yo -exclamó la zorra. Fabricaremos una muñe­ca y ella se ocupará de vigilar nuestro pozo mejor que nadie. Los animales siguieron el consejo. Hicieron una gran muñeca de resina y la colocaron junto al pozo. Al caer la noche, apa­reció el conejo. Se ocultó tras los arbustos y comenzó a cantar:

Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.

Pero la muñeca de resina no hizo el menor movimiento. El conejo, sorprendido, se deslizó colocándose un poco más cerca y volvió a cantar:

Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.

La muñeca de resina continuó inmóvil, como si no oyese nada. El conejo se acercó aún más y cantó por tercera vez:

Date la vuelta, Pepe,
date la vuelta,
que quiero ver el forro
de tu chaqueta.

Pero la muñeca de resina no dio la menor señal de haber oído nada.
El conejo se armó de valor, dio un salto hasta la muñeca y dijo:
-Eh, tú, sal de ahí, que quiero beber.
La muñeca de resina se quedó inmóvil como antes. El cone­jo gritó encolerizado:
-Ahora te haré ver quién soy yo.
Y le dio un fuerte puñetazo a la muñeca. La pata delantera le quedó hundida en la resina y no podía sacarla. El conejo se enfadó aún más y gritó:
-Suéltame. Si no, te daré otro puñetazo.
Y le propinó a la muñeca un segundo golpe. También esta vez la otra pata quedó hundida en la resina y no podía sacarla. El conejo gritó:
-Suéltame enseguida. Si no, esta vez recibirás un puntapié.
Y arremetió con todas sus fuerzas contra la muñeca. Así, sus cuatro patas quedaron prisioneras de la resina. Cuando los ani­males lo encontraron por la mañana, el conejo estaba completa­mente pegado a la muñeca. Después de haberse burlado de él como se merecía, lo separaron de la muñeca de resina y dijeron:
-Ahora te daremos el castigo que tú mismo te has buscado. Te arrancaremos la cabeza.
El conejo vio que las cosas se ponían mal, pero no se dejó abatir y respondió:
-Cortádmela si queréis. Me sentiré muy feliz, ya que es algo que quería hacer desde hace mucho tiempo.
-En este caso no sería un castigo -dijeron los animales. Será mejor que te fusilemos.
El conejo se echó a reír:
-Sí, sí, fusiladme, y me pondré muy contento, que es algo que deseo desde hace mucho tiempo.
-Entonces no te haremos nada, porque para ti no sería un castigo -dijeron los animales.
-Yo sé lo que haremos -dijo el oso. Lo metemos en la co­nejera y le daremos de comer hasta que esté bien gordo. Después lo lanzaremos por el aire y, cuando caiga a la tierra, estallará.
El conejo chilló:
-No, no, por favor, no me hagáis eso.
Pero los animales no hicieron caso a sus chillidos. Lo encerra­ron en una conejera y le llevaron todo tipo de golosinas: rosqui­llas, tartas, buñuelos, dulces... El conejo nunca había comido tan bien. Cuando se puso muy gordo, los animales lo llevaron al prado y comenzaron a jugar con él como si fuese una pelota. El león se la lanzaba al oso, el oso a la zorra, la zorra al mono, u así sucesivamente, siempre en círculo. De repente, sin embargo, el conejo cayó al suelo. Cayó apoyado en sus cuatro patas y dijo:
-Ahora, si queréis cogerme, deberéis ponerme sal en la cola.
El león, el oso, el mono y la zorra no tenían sal a mano y, an­tes de que pudiesen reaccionar y salir tras él, el conejo ya estaba a salvo, lejos, muy lejos.

007. anonimo (norteamerica)

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