Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de julio de 2012

El clavo que goteaba sangre

Había una vez una anciana que tenía dos hijos. Lle­gó un día en que ya no tenía qué darles de comer y fue a la orilla del río y pescó un pez.
-Te lo imploro -le dijo el pez a la vieja, no me mates, soy muy pequeño aún, devuélveme otra vez al río.
-Verdaderamente lo siento mucho, amigo pez -le res­pondió la vieja, pero no tengo otra solución, pues mis hi­jos se están muriendo de hambre.
-Ya que se trata de eso -le dijo el pez, presta mucha atención a lo que te voy a decir: Cuando me hayas asado al fuego, quítame las espinas y mete unas entre la basura y otras bajo el umbral de la puerta, pues habrán de seros úti­les cuando tus hijos quieran partir en busca de fortuna.
Tras pronunciar estas palabras, el pobre pez murió. Se lo llevó la vieja y lo asó al fuego, se lo sirvió a sus hijos en la mesa y ellos comieron hasta hartarse, después recogió las es­pinas y unas las metió entre la basura y otras las puso bajo el umbral de la puerta como le había dicho el pez.
Pasó algún tiempo sin que dejaran de padecer hambre y miseria, de modo que el hijo menor no quiso esperar más y le dijo a su madre:
-Madre, me marcho para tratar de ganarme el sustento; aquí ya no tenemos con qué mantenernos vivos. Tal vez pueda mandaros algo a vosotros.
Sintió mucho la vieja lo que el muchacho le decía e in­tentó disuadirle, pero al fin no pudo retenerlo: había deci­dido irse a toda costa.
-Bien, pues -le dijo la anciana, parte y que el camino te sea propicio, pero antes ve a mirar entre la basura, tal vez encuentres algo que te pueda ser de utilidad.
Siguió el muchacho las instrucciones de su madre y en­contró una larga espada y un clavo. Se ciñó la espada, clavó el clavo en la puerta de la casa y le dijo a su madre:
-Cuando gotee sangre este clavo, has de saber que habré muerto.
Se despidió abrazando a su madre y a su hermano y se puso en camino. Anda que te andarás, llegó a la orilla de un río que salía de una cueva. Allí encontró llorando a la hija del rey.
-Bien hallada.
-Bien venido.
-¿Cómo te encuentras? -le preguntó el muchacho.
-Como la más desgraciada de las mujeres -le respondió la hija del rey.
-¿Y eso por qué?
-La kuçedra nos ha invadido la cueva -le refirió la mucha­cha y no nos deja coger agua si no le entregamos cada día una doncella para comer; hoy me ha tocado el turno a mí.
-No te apures por eso -le dijo el muchacho, yo mataré a la kuçedra. Anda, vamos juntos y le cortaremos la cabeza.
Se dirigieron juntos hacia la cueva y se detuvieron en la boca; desde allí le gritó el muchacho al monstruo:
-Eh, sal de una vez, hoy hemos venido dos en lugar de uno.
-Nunca he salido ni lo pienso hacer tampoco hoy -res­pondió la kuçedra; entra tú y déjate ya de palabras.
-Pues tú verás -le replicó el muchacho, yo no tengo intención de entrar; así que, si vas a salir, hazlo de una vez.
Montó en cólera la kuçedra y sacó la cabeza fuera de la cueva para comérselos de un bocado. Pero el muchacho la es­peró a pie firme y le cortó la cabeza con la espada. Toda el agua se tiñó de sangre.
-Ahora ya estás a salvo -le dijo a la muchacha.
-¡Que tengas buen camino hasta tu casa!
La muchacha, después que hubiera muerto el monstruo, metió la mano en su sangre y le hizo al muchacho una señal en mitad de la espalda; tras haberse despedido de su salva­dor se puso en camino hacia su casa. Allí todos lloraban por ella, dándola por muerta.
-¿Cómo es posible que hayas vuelto? -le preguntó su pa­dre al verla.
-Porque me ha salvado un muchacho -le respondió ella.
-Entró conmigo en la cueva y mató a la kuçedra.
-¿Y por qué no has traído contigo a ese joven? -se extra­ñó el padre.
-Porque se marchó enseguida y ya no he vuelto a verlo, pero lo podré reconocer gracias a la señal que le hice en la espalda.
Se regocijaron todos en la casa y se pusieron a festejar y a cantar, y al día siguiente reunió el rey a todos los varones del reino y les hizo saber que ya estaban salvados de la kuçe­dra. Entre los reunidos se encontraba también el joven fo­rastero.
Salió la muchacha, los miró uno por uno a todos y, gra­cias a la marca de sangre, reconoció a su salvador, tras lo cual le dijo al rey:
-Éste es el que me salvó la vida.
Se le acercó el rey, lo tomó del brazo, le expresó su agrade-cimiento y lo ensalzó por su valor en presencia de todos, luego lo colocó en su lugar y le entregó a su hija por esposa.
Un día al anochecer, cuando estaba el muchacho junto a su esposa mirando por la ventana, vio a lo lejos una llama­rada roja y amarilla y le preguntó a ella:
-¿Qué es aquello que se ve allí?
-Allí tiene su morada la gran osa con su cría -le respon­dió, siempre está quemando todos nuestros bosques y no nos permite recoger leña.
-Pues yo no habré de continuar viviendo si no consigo matarla también a ella -prometió el joven.
Cogió la espada y con ella ceñida echó a andar hacia el lugar donde vivía la osa. Cuando se encontraba a un tiro de piedra de ella, oyó como la osezna le decía a su madre:
-Madre, me parece que viene alguien con intención de matarnos.
-Presta atención -le advirtió la madre, cuando llegue al manantial fíjate de qué modo bebe, si con la mano o direc­tamente con los labios en el agua.
Se acercó el muchacho al manantial y bebió agua con la mano.
-Presta atención otra vez -le volvió a decir la osa a su hi­ja, cuando llegue al manzano: si come las manzanas de un bocado o lo hace poco a poco.
Llegó el muchacho junto al árbol, cogió una manzana y se la comió a pequeños bocados; cogió otra más y se la co­mió del mismo modo.
-Madre -gritó la hija de la osa- se está comiendo las manzanas de bocado en bocado.
-No te asustes -le dijo su madre, conseguiremos darle muerte.
Se adelantó el joven y trabó combate con la gran osa, pero ella era más fuerte y lo venció. En cuanto lo consiguió, cortó al muchacho en rodajas y las metió debajo de una piedra.
Al morir el joven, el clavo que había dejado clavado tras la puerta de su casa comenzó a gotear sangre. Al darse cuen­ta, la anciana lloró con des-consuelo a su hijo menor.
-Pero madre, ¿por qué lloras de ese modo? -le preguntó su hijo mayor.
-Iré yo y conseguiré vengar su muerte.
-No me preocupa la venganza -le replicó la mujer, lo que me duele es la muerte de mi hijo. Haz el favor de no ir­te ahora tú también, no vayas a dejarme sola y abandonada en esta casa.
-Tengo que marcharme y lo haré, no hay nada que pue­das hacer que me retenga aquí.
-Está bien -acabó aceptando ella, ya que me vas a dejar, ve a mirar bajo el umbral de la puerta, tal vez encuentres al­guna cosa que te pueda servir.
Fue a mirar el hijo bajo el umbral de la puerta y encon­tró una espada blanca y un clavo. Se ciñó la espada y clavó el clavo en la puerta, a continuación se despidió de su ma­dre y le dijo:
-Cuando el clavo gotee sangre, sabrás que ya no soy de este mundo.
Emprendió la marcha el muchacho y, anda que anda, lle­gó a una encrucijada de caminos; no sabía por cuál conti­nuar. Se detuvo en busca de alguien de los contornos y por fortuna consiguió divisar a un hombre que araba la tierra con una yunta de bueyes.
-Mejor será que pregunte por mi hermano -se dijo.
Se acercó por la senda que bordeaba el sembrado y, al lle­gar junto al otro, ambos hombres se saludaron, liaron sen­dos cigarrillos y el joven le preguntó por su hermano, a lo que el labriego respondió refiriéndole lo que le había suce­dido a la hija del rey con un muchacho forastero.
-Entonces iré a ver a la hija del rey -dijo el muchacho. Ac­to seguido se puso en camino y poco después se presentaba ante la hija del rey. Al verlo ella, creyó que se trataba de su es­poso, tan pareci-dos eran, y le salió al paso preguntándole:
-¿Conseguiste matar a la gran osa?
Quedó desconcertado el joven sin saber qué responderle.
-¿Pero qué osa? -se extrañó.
-¿De qué osa me hablas?
-Hace dos días -le respondió ella, que partiste para ma­tar a la gran osa, ¿por qué quieres burlarte de mí? Vamos, subamos a nuestra estancia.
El muchacho se dio cuenta de que estaba hablando de su hermano, pero no dijo nada. Subieron, comieron y fueron a yacer.
-Hoy -le dijo el muchacho a la hija del rey, debemos dormir como hermanos, de modo que pondré la espada en­tre los dos.
Ella no entendía por qué se comportaba él de aquel mo­do, y durante la noche, como tuvo que dormir junto a la es­pada, posó inadvertidamente el brazo sobre ella varias veces, provocándose algunos cortes.
Se levantó el muchacho a medianoche y vio a lo lejos las llamas rojas y amarillas, despertó a la joven y le preguntó:
-¡Dios mío! ¿Qué son esas llamas?
-Pero ¿es que no sabes -le replicó ella, que allí vive la gran osa con su hija, cuando hace dos noches que partiste para matarla?
De este modo supo el muchacho qué es lo que le había sucedido a su hermano; cogió inmediatamente su espada y partió en dirección al lugar en que moraba la osa para ma­tarla.
Le oyó llegar la osezna y advirtió a su madre:
-¡Madre, creo que alguien viene hacia nosotras con in­tención de matarnos!
-Fíjate cuando llegue al manantial cómo bebe agua: si la bebe con la mano o si lo hace directamente del caño.
Se dirigió el muchacho al manantial, acercó la boca al ca­ño y bebió.
-Madre -gritó la hija de la osa, está bebiendo del caño y no deja caer una sola gota.
-¿Cómo? -exclamó la gran osa.
-Fíjate bien -se dirigió a su hija, cuando llegue al manzano, en la forma en que co­me las manzanas, de un bocado o poco a poco.
Llegó el muchacho bajo el árbol, lo agitó y el suelo se lle­nó el suelo de manzanas, se las fue comiendo una por una de un solo bocado sin dejar ninguna.
-Madre -gritó la osezna, se las está comiendo todas de un bocado sin dejar una sola.
-Parece que es un hombre muy fuerte -le dijo entonces la gran osa a su hija, temo que consiga matarnos.
No tardó en llegar el muchacho, que se abalanzó sobre la osa nada más verla. Cayeron una y otra vez tanto él como ella, finalmente el muchacho consiguió derribar a la osa y la metió dentro de una botella; después agarró de una pata a su hija y levantó la espada para matarla.
-Te lo imploro -pidió clemencia la osezna, no me ma­tes, te daré todo lo quieras.
-Muéstrame la forma de revivir a mi hermano -le pidió el joven.
-Eso es bien fácil -le respondió enseguida la hija de la gran osa.
-Coge un poco de ceniza de ese fuego, échala so­bre sus pedazos, que están debajo de aquella piedra, y tu hermano volverá a la vida.
Tal como le había dicho la osezna, el muchacho cogió entonces un poco de ceniza, la espolvoreó sobre los pedazos del cuerpo de su hermano y al instante éste resucitó. Y de este modo el joven vencedor perdonó la vida a la osezna y también a su madre.
Iban los dos hermanos caminando de regreso, cuando le dijo el más pequeño al mayor:
-¿Y tú cómo supiste que me había matado la osa?
-Bueno... Cuando goteó sangre el clavo me di cuenta de que algo malo te había sucedido, de modo que fui pregun­tando hasta llegar ante la hija del rey. Ella me llevó a su aposento, me sirvió de cenar y me ofreció el lecho; pero yo coloqué la espada entre los dos y dormimos como hermano y hermana.
Desconfiando de su hermano y sin querer saber nada más, el menor de los dos sacó la espada y mató al otro. Na­da más expirar el mayor, el clavo goteó sangre en su casa y la pobre y desventurada vieja se deshizo en llanto creyendo muertos a sus dos hijos.
Llegó el hermano pequeño a su serrallo; llamó a su espo­sa y le dijo:
-¿Ha estado alguien aquí en casa?
-¡No! -le respondió ella.
-No ha estado nadie.
-¿Cómo? -le dijo él.
-¿En estos tres días no ha estado nadie aquí? Tú me engañas.
-Tú mismo, esposo mío -le dijo ella, estuviste anoche aquí, te serví la cena y dormimos juntos, pero no quisiste nada de mí, sino que pusiste la espada entre los dos, fíjate qué cortes tengo en el brazo.
Lo escuchó todo el muchacho y entendió lo que había sucedido, convencién-dose así de que su hermano le había si­do fiel. Sintió gran pesar entonces por haberlo matado y dijo:
-No podré continuar viviendo si no consigo devolverle la vida a mi hermano.
Se dirigió al lugar en que vivía la osa y, hablándole en su lengua, le ordenó que resucitara a su hermano.
Revivió en efecto el hermano mayor y juntos regresaron al serrallo, mandaron traer a su madre y vivieron durante muchos años los tres disfrutando de la mayor felicidad que pueda alcanzarse en este mundo.

110. anonimo (albania)


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