Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 22 de julio de 2012

El chajá .081

Cuenta la leyenda que el anciano Aguará era el cacique de una tribu guaraní. Cuando joven, se había distinguido por su fuerza y su coraje, pero en su ancianidad se encontraba débil y enfermo, buscando apoyo en su única hija Taca, quien siempre estaba a su lado.
Taca era muy diestra para la cacería, ya que manejaba muy bien el arco. Toda la tribu la admiraba por su destreza y la querían por su amabilidad. Era muy bella, de un raro color moreno cobrizo en su piel, ojos negros, expresivos, trenzas negras y boca grande siempre poblada de sonrisas. Un tipoy cubría su cuerpo y una faja de colores ceñía su cintura.
Los jóvenes solicitaban al viejo cacique el honor de casarse con ella, pero Taca los rechazaba pues su corazón no les pertenecía. Ella sólo le correspondía a Ará‑Ñaró, un valiente guerrero con quien habían decidido casarse cuando él volviera de cazar en las selvas del norte.
Un día, tres jóvenes, Petig, Curumbé y Pindó, salieron en busca de miel de lechiguana. En el bosque, cada uno había tomado una dirección distinta en busca de panales cuando oyeron gritos des-garradores. Era Petig, que había sido atacado por un jaguar cebado con carne humana.
Nada pudieron hacer para salvarlo de la muerte. Ante esto, Curumbé y Pindó huyeron.
Esta noticia causó mucho miedo en la tribu, ya que hasta ese momento ningún animal salvaje se había acercado hasta el bosque donde todos recogían frutos de banano y de algarrobo para alimentarse.
El Consejo de Ancianos se reunió para darle fin a esta amenaza de peligro, decidiendo darle muerte a quien la había producido. Para eso, un grupo de valientes debía hacerle frente hasta vencer a la fiera. El cacique aprobó la decisión de los ancianos y pidió a los jóvenes de la tribu que quisieran llevar a cabo esta empresa que se presentaran ante él.
Su sorpresa fue muy grande cuando vio aparecer en su toldo a un solo muchacho: Pirá-Ú. El resto de los jóvenes no quiso arriesgarse.
Pirá-Ú tenía gran admiración por el viejo cacique, quien en una ocasión había salvado la vida de su padre. Le parecía que cumplir con la misión encomendada por Aguará sería una gran oportunidad para demostrarle su agradecimiento.
Pirá-Ú partió sin ayuda de nadie a cumplir lo prometido.
Todos esperaron que volviera con la piel de la fiera. Pero pasó un día, otro y más días, hasta que las esperanzas se desvanecieron y Pirá-Ú no regresó. Pensaron que también él había sido víctima del jaguar.
Se reunió otra vez el Consejo y pidió ayuda a los guerreros, pero nadie respondió ni se presentó ante el cacique.
Taca, indignada, reunió al pueblo y les dijo:

‑Me avergüenzo de pertenecer a esta tribu de cobardes. Si Ará-Ñaró estuviera entre nosotros, él mismo se encargaría de esta tarea.

Y decidió hacerlo ella. Cuando estaba por partir, varios jóvenes vinieron a avisarle que los cazadores que habían salido hacía una luna ya estaban cerca. Esa noticia llenó de tranquilidad y placer a Taca, pues entre los cazadores venía su novio Ará‑Ñaró y él la acompañaría a dar muerte al jaguar.
Los cazadores llegaron cargados de animales muertos, pieles y plumas y fueron agasajados por el cacique.
Ará‑Ñaró se dirigió a Taca y, como ofrenda de su amor, le obsequió una colección de brillantes plumas de aves del paraíso, de tucán, de cisne, de garza y de flamenco.
Cuando todos se retiraron, quedaron solos Aguará, Taca y Ará-Ñaró, entre el reflejo de oro y rojo que tenía las nubes. Desde el bosque cercano llegaba el grito lastimero del urutaú.
Aguará le comunicó a Ará‑Ñaró la decisión de su hija.
‑Hijo mío ‑le dijo‑, un jaguar cebado con sangre humana ha matado a gente de nuestro pueblo. Se decidió dar muerte al sanguinario animal, pero Pirá-Ú, encargado de hacerlo, no ha vuelto porque seguramente ha sido otra víctima más. Nadie se anima a enfrentar al enemigo porque lo creen un enviado de Añá, imposible de vencer. Taca decidió terminar con el jaguar y piensa partir ahora mismo.

‑Eso no es posible ‑respondió Ará‑Naró‑. ¿Cómo permiten nuestros guerreros que sea una doncella quien los reemplace en sus obligaciones?
‑Los jóvenes temen a Añá y no quieren hacer nada.
‑No irás, Taca. Seré yo quien dé muerte al jaguar y cuando traiga su piel te la regalaré como otra prueba más de mi amor ‑dijo Ará-Ñaró.
Pero he dado mi palabra y debo cumplirla ‑contestó Taca.
‑No irás sola. En todo caso iremos juntos
‑Ya debo partir, Ará‑Ñaró; yahá, yahá, ¡vamos! ¡vamos!

Cuando la luna envió su luz sobre la tierra marcharon hacia el bosque. Ará-Ñaró le aconsejó prudencia y Taca, ansiosa por terminar con la fiera, se le adelantaba animándolo:

-¡Yahá!, ¡yahá!

Se detuvieron cerca de un ñandubay porque habían sentido un roce en la hierba. El jaguar estaba cerca. En un matorral vieron dos puntos luminosos que parecían lanzar fuego. Eran los ojos del jaguar que ya les estaba haciendo frente.
Ará-Ñaró hizo a un lado a su novia y lo enfrentó. El jaguar lanzó un rugido salvaje que cruzó la noche del bosque y saltó sobre el guerrero. Taca observaba desde su escondite, estremecida de temor.
Entre la fiereza del hombre y del jaguar en lucha, un zarpazo desgarró el cuello del indio arrojándolo por tierra. Taca dio un grito y de un salto estuvo al lado del animal ensangrentado siguiendo la pelea. Pero fue en vano, nadie salió triunfante.
Pasaron los días y en la tribu todos creían que los prometidos habían sido muertos por la fiera.
El viejo cacique se consumía por la pena, hasta que Tupá, condolido de su desventura, le quitó la vida. Todos lloraron la pérdida del valiente anciano. Prepararon una urna de barro, colocaron en ella el cuerpo del cacique y, como era costumbre, provisiones de comida y bebida.
Cuando estaban por enterrarlo, una pareja de aves desconocidas, apareció gritando:

-¡Yahá!, ¡Yahá!

Eran Taca y Ará‑Ñaró que habían sido convertidos en aves por Tupá y volvían a la tribu. Ellos habían salvado a su pueblo del feroz enemigo y serían para siempre sus eternos guardianes, encargados de vigilar y dar aviso cuando vieran acercarse al peligro.
Por eso el chajá sigue los designios de Tupá y, cuando advierte algo extraño, levanta vuelo y da el grito de alerta:

‑¡Yahá!, ¡Yahá!

República Argentina, Paraguay.


Taca: luciérnaga
Taca: luciérnaga
Pindó: palmera
Pirá‑Ú: pescado negro
Aguará: zorro
Ará-Ñaró: rayo
Tipoy: túnica
Petig: tabaco
Carumbé: tortuga
Añá: demonio
Lechiguana: abeja salvaje que produce miel comestible
Tupá: dios protector


Fuente: María Luísa Miretti

081. anonimo (sudamerica)

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