Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de julio de 2012

El caño de las gemas

Vivía una vez un rey que tenía un hijo, el cual era muy aficionado a la caza. Un buen día, el mu­chacho montó en su caballo y se fue a cazar a un lugar donde había un bosque muy espeso. Cazó y cazó y luego comenzó a cabalgar de regreso a ca­sa, mas al poco rato extravió el camino y no sabía hacia qué parte dirigirse. Cabalga que cabalga, en cierto lugar muy lejano divisó una columna de humo y se dirigió hacia allí. Cuando llegó a la casa de la que salía el humo, encon­tró en ella a tres hombres que eran todos ladrones. Pasó la noche allí, aunque sin decirles que era el hijo del rey, y por la mañana les pidió que le mostraran el camino de vuelta.
-Muy bien -le dijeron los ladrones, nosotros te mostra­remos el camino, pero con la condición de que hagas una cosa para nosotros.
Quisiera o no, el joven se vio obligado a aceptar la condi­ción:
-¿Qué es lo que tengo que hacer? -les preguntó.
-Algo bien fácil -le dijeron los ladrones.
-¿Ves aquella roca allá en lo alto? Pues en esa peña, en la misma cima, hay montones de gemas. Allí te vamos a subir. Te cogeremos y te meteremos dentro de una tripa. La tripa la dejaremos al pie de la roca. Enseguida la verán las águilas, la cogerán y la llevarán a la cima de la roca. Nosotros te daremos un revól­ver, un cuchillo y una cuerda. Con el cuchillo romperás la tripa, con el revólver espantarás las águilas y con la cuerda bajarás hasta aquí.
Entonces el hijo del rey, al que llamaban Rashit, les res­pondió atemorizado:
-Está bien. Estoy dispuesto.
Y así lo hicieron. Lo metieron en la tripa y al día si­guiente las águilas lo llevaron a lo alto de la roca. Rajó la tripa Rashit con el cuchillo, disparó el revólver y se puso en pie. No había quedado ninguna águila. Miró hacia aba­jo y las personas le parecieron hormigas. Probó a bajar con la cuerda, pero resultaba imposible: era demasiado corta. Como no sabía qué hacer, se echó a dormir. Tuvo un sue­ño en el que aparecía que cerca de él, con sólo escarbar un poco, había una trampilla de hierro cuya llave se encontra­ba justo al lado. Al despertarse, Rashit se puso a escarbar alrededor del lugar en que había dormido. Tras mucho buscar encontró la llave y dio también con la puerta. La abrió y vio entonces que hacia abajo se tendían unas esca­leras resplandecientes, tanto que cegaban los ojos. Echó a andar por las escaleras, que parecían no tener fin, y mucho tiempo después llegó a una galería repleta de gemas. Per­maneció allí un buen rato, tras el cual, por el fondo del co­rredor apareció un hombre con una gran barba que le dijo a Rashit:
-¿Por qué has venido a este mundo?
-Me han traído el camino y el destino -le respondió Rashit.
-Bien, no te inquietes por haber entrado aquí -le dijo el viejo; en este mundo vivirás como un rey. Todo lo que se te antoje lo tendrás a tu disposición en pocos minutos. Cuando desees alguna cosa, no tienes más que golpear dos o tres veces este muro y te será servida al instante. Toma es­tas llaves ahora. Son cuarenta. Pero escúchame bien, presta atención: no abras nunca la última puerta.
-De acuerdo -le respondió Rashit.
Permaneció en aquel mismo lugar un buen rato, luego golpeó el muro y le trajeron alimentos, con toda clase de manjares. Continuó allí hasta que empezó a aburrirse, pi­dió una lahuta [1] y se la llevaron inmediatamente. Al día si­guiente, como no tenía nada que hacer, comenzó a abrir las estancias. Abrió una, dos, tres y así sucesivamente. Ha­bitaciones hermosas como nunca había visto, adornadas con espejos y objetos de oro. Las abrió todas hasta llegar a la número treinta y nueve. Miró en busca de la llave cua­renta, pero no la tenía. Intentó abrir la puerta sin ella, mas no lo consiguió. Desistió entonces y regresó a su habita­ción. Golpeó dos o tres veces el muro y pidió una lima. Se la proporcionaron también. Se dirigió a la puerta cuaren­ta, miró por el ojo de la cerradura y vio al otro lado un pe­queño lago muy hermoso. Eran las doce del mediodía. Cogió la lima y le dio vueltas y más vueltas en la cerradura hasta dejar la puerta lista para ser abierta. Se marchó en­tonces y regresó a las diez de la mañana del día siguiente. Cuando miró por el orificio vio cómo en ese mismo mo­mento llegaban tres bellas de la tierra. Las dejó entrar y desnudarse, después entró él también y se llevó las ropas de la más pequeña, que ya había elegido mientras espiaba por el ojo de la cerradura. En poder de las ropas, se fue al corredor y se puso a tocar la lahuta. Llegó la hora de co­mer y las bellas de la tierra hubieron de marcharse, pero sólo la mayor y la mediana, pues la pequeña permaneció allí. Buscaba sus ropas sin encontrarlas. Salió al umbral de la puerta, vio a Rashit mientras tocaba la lahuta y le dijo:
-Por favor, muchacho, devuélveme mis ropas, pues mis hermanas ya se han ido y yo también debo hacerlo ahora.
-Yo no he cogido nada- le respondió Rashit.
Sin embargo, en ese momento, por el fondo del corredor apareció el viejo barbudo. La bella de la tierra le dijo:
-Este joven me ha arrebatado las ropas y se niega a dár­melas. Dile tú que me las devuelva.
-Rashit -le dijo el viejo, ¿por qué te has comportado de ese modo? Pero está bien, ya que lo has hecho, ella será tu esposa de hoy en adelante. Pero escucha bien lo que voy a decirte: deberás tener la precaución de no devolverle nunca las alas, porque si las recupera te abandonará al instante. Y ahora, si es que lo deseas así, coge a tu muchacha y regresa a tu reino. Si lo prefieres, quédate aquí.
-No -respondió Rashit, prefiero irme a casa.
Entonces el viejo le entregó dos buenos caballos y le acompañó al otro mundo. Luego de mucho cabalgar, llega­ron a la ciudad de Rashit.
El palacio del rey estaba de luto, pues ya habían dado por muerto al muchacho. Rashit llegó de noche y los encontró a todos durmiendo; fue directamente a ver a su madre, que había envejecido mucho y cuando lo vio no pudo recono­cerlo. Rashit le mostró también a la bella de la tierra, su es­posa. Al día siguiente, el palacio entero se transformó con la buena nueva: todo eran canciones y danzas. El rey organizó grandes esponsales, pues había regresado su hijo con la bella de la tierra. Rashit le había entregado a su madre las alas de su esposa y ella las había guardado bajo cuarenta candados. Entretanto ella, la bella de la tierra, danzaba con tal perfec­ción y gracia que todas le tenían envidia.
-Es verdad -dijo, que bailo muy bien, pero ya veis, mi suegra no quiere devolverme las alas.
Fueron todos a rogarle a la anciana reina que se las diera, pero ella se negó a hacerlo: guardadas bajo cuarenta llaves las tenía. Mas al fin lograron engañar a la vieja y le arrebata­ron las llaves, sacaron las alas y se las entregaron a la bella de la tierra. Todo esto sucedió sin que Rashit se hubiera ente­rado de lo que tramaban las mujeres. La bella de la tierra, en cuanto hubo recuperado sus alas, echó a volar y ya saliendo por la ventana les dijo:
-Decidle a Rashit que venga a por mí, si es que se atreve el muy perro, pero no a traición como hizo entonces.
Cuando se enteró Rashit les preguntó:
-¿Dónde dijo que debía buscarla?
-Dijo que fueras a los caños de las gemas.
Montó a caballo Rashit y partió en busca de los caños de las gemas. Después de un buen trecho se encontró en el ca­mino a tres hombres que peleaban entre ellos.
-¿Qué os sucede, por qué disputáis? -les preguntó.
-Pues verás -le dijeron, tenemos este fajín que, si te lo pones en la cintura, te permite volar. También tenemos este fez que, si te lo pones en la cabeza, te vuelve invisible. Pero resulta que somos tres y no podemos repartírnoslo. Hemos decidido pelearnos hasta que uno de nosotros muera.
-¿Sabéis lo que podéis hacer? -les dijo Rashit.
-Coged el fajín y el fez y dejadlos aquí. Vosotros alejáos unos quinien­tos metros. Quien llegue el primero, que se quede con el fa­jín, el que llegue el segundo que coja el fez, y el tercero se quedará sin nada.
-Es una buena solución -aceptaron ellos.
Y obraron tal como les había dicho Rashit: Dejaron sus cosas junto a él y se alejaron. Acto seguido cogió Rashit el fez y el fajín y echó a volar tornándose invisible. Al llegar los otros tres y no encontrar nada donde lo habían dejado, comenzaron nuevamente a pelear entre ellos. Siguió su ca­mino Rashit y llegó a una aldea muy apartada. Allí encon­tró a una anciana de más de ochenta años y le dijo:
-Tal vez sepas tú dónde están los caños de las gemas.
-No -le respondió ella, yo no me acuerdo de nada, pe­ro sigue caminando y pregúntale a mi hermana; ella es ma­yor que yo y puede que lo sepa, pues es la reina de los animales.
Fue Rashit a verla y le preguntó:
-¿No sabrás tú dónde están los caños de las gemas?
-Yo no sé nada -le respondió ella, pero espera que pre­gunte a mis animales.
Y en efecto les preguntó, pero tampoco ellos sabían nada.
-Ve a ver a mi otra hermana -le dijo la anciana, tiene doscientos años y es la reina de los peces.
También fue a verla, pero tampoco ella sabía nada y le envió a ver a otra hermana suya, que era la reina de los pája­ros y era más vieja que ella, había cumplido ya los trescien­tos años. Echó a andar Rashit y llegó al lugar donde vivía. Empezó ella a preguntar una por una a todas las aves. Por fin apareció una cigüeña. La anciana le preguntó:
-¿Sabes o no sabes dónde están los caños de las gemas?
-¡Oh -respondió la cigüeña, ese lugar se encuentra muy lejos! ¡Aunque viva tanto como he vivido hasta ahora no me daría tiempo a llegar hasta allí! Además, debes saber que en aquel lugar hay gente que vuela.
-No te preocupes por eso -le dijo Rashit, ya sé yo la forma de ir, lo que quiero es que me muestres el camino.
Cogió Rashit a la cigüeña, se ciñó el fajín en torno a la cintura y partió.
Cuando la cigüeña levantaba el pico hacia lo alto, él ascen­día todavía más, cuando lo volvía a la derecha también el gi­raba a la derecha. De este modo y sin dejar un momento de volar, llegaron a los confines del reino de la bella de la tierra.
-A partir de aquí yo ya no puedo continuar -le dijo la ci­güeña, pues allí me comerían.
Prosiguió su camino Rashit, ahora solo. Al llegar junto al caño encontró a un criado que estaba llenando tres botellas de agua.
-Dame un poco de agua -le pidió Rashit.
-No -le dijo el criado- pues si bebes agua tu cara quedará grabada en la botella y me causarás problemas con las bellas de la tierra. Cada una de ellas bebe el agua de su propia botella.
Que si me das, que si no te doy, Rashit acabó bebiendo a escondidas y su cara apareció grabada en la botella. Se marchó el criado y fue entregando a sus dueñas cada una de las bote­llas de agua. Cuando cogió la suya la menor, al instante se dio cuenta de que su esposo había llegado. Su padre se irritaba muy a menudo con ella y no cesaba de repetirle:
-¿Por qué abandonaste a tu esposo? ¿Qué es lo que que­rías al venir aquí?
Fue ella y le dijo entonces a su padre:
-Si viniera mi marido, ¿te lo comerías?
-No, no me lo comería, pero él nunca vendrá aquí, no se atreverá.
-Pues bien -le dijo su hija, ya ha llegado.
Y acto seguido fue en busca de Rashit y lo condujo dentro. Perma-necieron juntos cuanto quisieron y después Rashit se dispuso a partir. El padre de la bella de la tierra le dijo:
-Antes de irte, ¿qué es lo que quieres de mí?
-No quiero nada -le respondió Rashit.
-Está bien -intervino la joven, nos llevaremos tan sólo esta botella, no queremos nada más.
Cogieron la botella y marcharon rumbo a los dominios de Rashit. Ahora bien, el reino del que Rashit procedía había entrado en guerra con otro vecino. Todo el territorio había sido ocupado, excepto la capital que aún continuaba resistiendo. En aquel preciso momento, ya todos estaban pensando en rendirse. Al llegar Rashit a la ciudad se dirigió directamente a palacio. Todos dormían. Fue a la cámara de su padre y también allí encontró que todos se habían queda­do dormidos mientras hacían toda suerte de planes que pu­dieran proporcionales la victoria.
-No tengas cuidado -le dijo la bella de la tierra, maña­na yo lo arreglaré todo.
Al día siguiente, la bella de la tierra movió un pequeño resorte en la botella y en seguida apareció un gran ejército, que empujó a todas las tropas enemigas hasta la frontera. Otro pequeño movimiento del resorte y el ejército volvió a introducirse en la botella. El rey organizó después una gran fiesta en honor de la victoria.
Y Rashit y la bella de la tierra tuvieron descendencia y envejecieron juntos.

 110. anonimo (albania)

[1] Lahuta, especie de laúd de una sola cuerda con que se acompañan en Albania los juglares y rapsodas.

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