Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 29 de julio de 2012

El barón de münchhausen va a rusia

Cuando el barón de Münchhausen contaba las anécdotas de su vida, la gente, después de escucharlo con la boca abierta, se que­daba perpleja. ¿Eran verdaderas o inventadas aquellas anécdo­tas? Juzgad por vosotros mismos.
«-Una vez -contaba el barón de Münchhausen, tuve que ir a Rusia. Sabéis que me encanta cabalgar y que ni el calor ni el frío, ni la lluvia ni la tormenta me asustan. Por ello decidí ir a ca­ballo. En determinado momento se puso a nevar y la nieve era tan espesa que no se veía casi nada. Caía la noche y no paraba de nevar. No podía encontrar ni un pueblo ni una casa para pasar la noche. Pero mi ánimo no decayó por eso. Me apeé del caballo, lo até a una pequeña cruz que asomaba por encima de la nieve, me envolví en mi capa p me dormí profundamente.
»A la mañana siguiente, desperté y miré a mi alrededor. No podía creer que estuviese realmente despierto. En efecto, me en­contraba tendido en un charco, en medio de la plaza principal de la ciudad, rodeado por una multitud de personas que miraban hacia arriba. Miré yo también hacia lo alto ¿y qué creéis que vi? A mi caballo, sobre el campanario, amarrado con las riendas a la cruz. El pobre coceaba en el vacío y estaba a punto de morir estrangulado. Desenfundé rápidamente mi pistola, la cargué, afiné la puntería y disparé. La bala cortó las riendas, el caballo aterrizó en la plaza de cuatro patas, como un gato. Monté en él sin esperar un segundo, lo espoleé y continué mi viaje. Durante el camino, sin embargo, me preguntaba cómo diablos, habién­dome dormido en la nieve en pleno campo, podía haber apareci­do en medio de aquella plaza y cómo mi caballo había estado a punto de ahorcarse amarrado a la cruz del campanario. Yo ha­bía atado a mi caballo a aquella cruz. Durante la noche, no obs­tante, se había producido el deshielo, la nieve se había derretido lentamente y, una vez disuelta, yo había bajado con ella hasta encontrarme tendido en aquel charco en la plaza principal de la ciudad. El pobre caballo, en cambio, al estar amarrado a la cruz del campanario, se había quedado en lo alto con el deshielo.
»Sin embargo, el tiempo se descompuso de nuevo. La nieve volvió a caer y cubrió todas las cosas. Decidí seguir la costumbre rusa, así que me compré un trineo, enganché el caballo a ese ve­hículo y emprendí camino hacia San Petersburgo. Sólo me daba miedo pensar en que, durante el trayecto, pudiesen atacarme los lobos. En Rusia, en efecto, los lobos son tan numerosos como los pájaros entre nosotros.
»De pronto, apareció un lobo que salió del bosque y se me tiró encima. No tuve tiempo siquiera de echar mano a la pistola. El lobo se lanzó sobre la grupa del caballo y comenzó a comér­selo, bocado a bocado.
»El pobre animal relinchaba de dolor y espanto, y corría con todas sus fuerzas, pero no lograba sacarse al lobo de encima. Muy pronto, el lobo acabó de comerle el lomo y siguió después con su barriga en su afán de devorarlo.
»¿Qué hacer? Podría haber matado al lobo, pero tampoco habría podido salvar al caballo, me habría quedado solo en el bosque, en mi trineo, entre un caballo muerto y un lobo faméli­co. Por suerte, se me ocurrió una idea. Agarré la fusta y comen­cé a fustigar al lobo, hasta tal punto que llegué a arrancarle jiro­nes de piel. Tal como había supuesto, el lobo acabó de comerse al caballo con la mayor prisa posible y se echó a correr para es­capar a los golpes de mi fusta. Pero yo no le daba tregua. El lobo acabó ocupando el puesto del caballo ¡y cómo galopaba, amigos míos! Me llevó hasta San Petersburgo a una velocidad pasmosa. En esta ciudad, me recibió una multitud inmensa: todos querían ver cómo hacía correr al lobo enganchado a mi trineo. Me reci­bieron con tales manifestaciones de júbilo que el zar en persona sintió una gran envidia ante mi destreza.»

012. anonimo (alemania)

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