Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 29 de julio de 2012

El abogado sabelotodo

Hace mucho, mucho tiempo, un campesino unció sus bueyes al carro y se fue a la ciudad, por la mañana temprano, a vender leña. Se la vendió a un abogado por dos táleros. En ese momen­to el abogado estaba almorzando y el campesino no podía dejar de mirar los manjares que había en aquella mesa. Por eso deci­dió en el acto que él también sería abogado.
-Es muy fácil -le dijo el abogado. Vendes el carro y los bue­yes, y te compras un silabario y ropa como la mía. Después po­nes en la puerta de tu casa una placa que diga: «Abogado Sabe­lotodo».
El campesino hizo lo que le había dicho el abogado.
Justamente por aquellos días, en el castillo de un conde, ha­bían robado mil ducados y no lograban descubrir a los ladrones. Alguien le informó al conde que en el pueblo había un tal Abo­gado Sabelotodo, que tal vez también sabía quién había robado el dinero. El conde lo mandó llamar enseguida.
-Iré, sin duda -respondió el campesino, pero necesito que venga conmigo Greta, mi mujer.
Llevaron al campesino y a su mujer al castillo y, como la mesa estaba preparada para el almuerzo, lo invitaron a al­morzar.
-Con mucho gusto -respondió, pero debe venir también mi mujer Greta.
Los dos se sentaron a la mesa y el campesino se puso a con­tar los platos. Entró un criado y sirvió la sopa.
-Éste es el primero -exclamó el campesino dirigiéndose a su mujer. Y quería decir: «Éste es el primer plato».
Pero el criado palideció y desapareció deprisa. Era precisa­mente uno de los que habían robado el dinero y, creyendo que el Abogado Sabelotodo lo sabía todo de verdad, pensó que el hués­ped había querido decirle a su mujer: « Éste es el primer ladrón».
Entró después un segundo criado con un plato de carne asa­da y el campesino exclamó de nuevo, dirigiéndose a su mujer:
-¡Y éste es el segundo!
«Esto se está poniendo feo», pensó el criado, creyendo que el Abogado Sabelotodo había hablado del segundo ladrón.
Lo mismo ocurrió con los cinco platos siguientes.
Acabado el almuerzo, los cinco sirvientes fueron a hablar con el campesino y le prometieron que, si no los denunciaba, lo compensarían con creces y le revelarían el lugar donde estaba es­condido el dinero. El campesino aceptó los cincuenta táleros que le ofrecían y, además, le confesaron que el dinero robado estaba en un saco detrás de la estufa.
Finalmente llegó el conde, quien le pidió al abogado que le demostrase lo que era capaz de hacer.
El campesino cogió el silabario y simuló leer. Pero, como no sabía leer, comenzó a pasar las páginas al revés.
-Pero usted, señor abogado -observó el conde, lee el libro comenzando por el final.
-Si quiere que le devuelvan su dinero -replicó el campesino, yo debo leer este libro al revés.
El conde meneó dubitativo la cabeza pero, cuando el campe­sino dijo que el dinero estaba escondido en un saco detrás de la estufa y el dinero apareció allí de verdad, se puso tan contento que le dio al campesino una recompensa de cien táleros.
El Abogado Sabelotodo se hizo muy famoso en toda la re­gión. Es verdad que ya no volvió a descubrir ninguna otra cosa importante, pero siguió disfrutando del respeto de todos y vivió bien hasta el fin de sus días.

012. anonimo (alemania)

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