Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

domingo, 29 de julio de 2012

Don juan del bijagual

En medio de un bosque muy retirado y tupido, donde casi no llegaban ni los rayos del sol, vivía un pobre muchacho huérfano.
Su casa era una chocita mal construida con hojas de bijagua [1], las mismas que le servían de vestido.
Dormía en el suelo sobre una cama de hojas secas y se alimen-taba con los productos de una pequeña huerta, única herencia que le dejaron sus padres.
Él no sabía lo que era cortarse el pelo, y mucho menos las uñas, así que, al verlo, la verdad era que inspiraba miedo.
Un día que fue a la huerta a recoger verduras, encontró en ella a un pobre conejito y, ya iba a cazarlo, cuando este le dijo:
-No me mates, Juan, yo te prometo hacerte el más feliz de los hombres.
Juan, más por pena que por interés, le perdonó la vida, y desde aquel día vivieron en la choza como dos amigos.
Los días pasaban y pasaban sin que el conejito hiciera nada por la felicidad de Juan. Una mañana de tantas, cuando amaneció, el conejito no estaba en la choza, y Juan pensó que se había ido defini-tivamente. Mientras tanto, el conejito se encaminaba hacia el palacio del rey, a donde llegó pasada la mañana.
Una vez que estuvo delante del rey, le saludó con mucha cortesía. El rey le preguntó que a qué se debía su visita.
-Su majestad -contestó el conejito, vengo de parte de mi amo, don Juan del Bijagual, a solicitarle una vasija para medir monedas de plata, pues don Juan no tiene por el momento ninguna.
El rey, sorprendido ante tal petición y lleno de curiosidad, preguntó:
-Pues ¿y quién es ese señor? ¡Ya debe ser bien rico cuando necesita una vasija para las monedas en lugar de contarlas!
-Sí, majestad -contestó todo serio el conejito-, don Juan es el hombre más rico que hay sobre la Tierra.
El rey se levantó del trono y fue personalmente a buscar un hermoso jarrón de plata que entregó al conejo, diciéndole que con ese medía él su dinero y que el palacio estaba a las órdenes de don Juan. El conejito le dio las gracias y se marchó. Cuando llegó a la casa de Juan, escondió el jarrón y no le dijo nada.
Tres días más tarde, regresó al palacio llevando el jarrón y puso en el fondo una moneda de plata de venticinco céntimos que tenía. Cuando estuvo delante del rey, se lo entregó. Le dijo que don Juan estaba muy agradecido por el ofrecimiento del palacio y por el préstamo del jarrón. Y se fue.
-¡Conejito...! ¡Conejito...! -gritó el rey. Mire, aquí hay una moneda.
-Oh, no se preocupe -contestó el conejito, eso no vale nada para don Juan, pues con eso tiene pavimentados los establos de su palacio. ¡Adiós! -Y se fue.
Pasado algún tiempo, volvió donde el rey.
-Manda decir mi amo don Juan del Bijagual, que le haga el favor de prestarle la vasija que usted usa para medir las monedas de oro.
-Con mucho gusto -respondió el rey.
Y fue a buscar un precioso jarrón dorado.
El conejito se marchó muy pronto y, una vez en la chocita, escondió el jarrón y no le dijo nada a Juan.
Cuatro días después, fue al palacio a dejar el jarrón. Le dijo al rey:
-Dice don Juan que le haga el favor de prestarle la vasija que usa para medir diamantes y perlas, y la de medir otras piedras preciosas de menos valor.
El rey buscó entre los objetos valiosos dos hermosas copas, una de plata muy bien labrada y otra de oro con el borde incrustado de perlas, y se las entregó al conejito, que se marchó después.
Unos días más tarde, regresó para devolver las copas. Y sin entretenerse mucho, volvió a su casa.
Una mañana, muy lluviosa por cierto, le dijo a Juan el conejito:
-Vamos a ir a la ciudad porque el rey desea verte, pero antes debes prometerme que me obedecerás y harás lo que yo te pida.
Juan dijo que vale y, bajo una lluvia menuda, abandonaron la rústica vivienda. Al llegar a la ciudad, Juan se quedó esperando escondido mientras el conejito iba al palacio. Antes de entrar, se metió en un charco de barro y agua sucia, y así se presentó ante el rey. Le dijo:
-Manda decir mi amo don Juan del Bijagual que le haga el favor de prestarle un vestido y algún dinero, pues hemos tenido la desgracia de perder las maletas al atravesar el río que estaba muy crecido. Las mulas que traíamos se ahogaron y se las llevó la corriente junto con los regalos que don Juan le iba a dar.
El rey mandó que prepararan de inmediato el mejor de los carruajes y que trajeran dinero. Después, buscó personalmente un elegante vestido y le entregó todo al conejito. Ordenó que le acompañara uno de los criados, pero el conejito no lo permitió, pues no quería que viera la pinta de Juan. Él mismo condujo el carruaje hasta el lugar donde había dejado al distinguidísimo don Juan del Bijagual.
Lo primero que hizo fue bañarle, recortarle las uñas y vestirlo. De ahí fueron a una barbería, donde dejaron a don Juan como un príncipe.
Mientras, en el palacio, estaban haciendo grandes preparativos para recibirlo.
No tardó mucho don Juan en llegar, y los criados, vestidos de gala, salieron a recibirle. El rey, la reina, la princesa, todos tenían mucha curiosidad por ver a tan ilustre invitado y se deshacían en atenciones. Don Juan del Bijagual no se separaba del conejito, como había prometido, y seguía sus indicaciones.
Varios días de fiesta se sucedieron, al cabo de los cuales el conejito le aconsejó a Juan que pidiera la mano de la princesa. Y efectivamente, así lo hizo.
El rey, contentísimo, accedió de inmediato y, muy pronto, lo casó con su hija. Por este motivo, hubo otros cuantos días más de fiesta y celebración.
Finalmente, Juan debía marchar a su palacio con su esposa. Como el rey y la reina y todos los de la corte ansiaban conocer el famoso palacio del rey, se pusieron en marcha una mañana soleada. Todos iban felices y alegres, menos don Juan, claro. Pero él disimulaba como podía su pena.
El conejito, que iba guiando el grupo, charlaba con uno de los criados.
Habían caminado un buen trecho cuando el conejito salió a la carrera, como para preparar el camino, que no tenía pérdida. Corrió y corrió y llegó hasta un palacio cuya belleza dejaba a cualquiera con la boca abierta.
El palacio estaba rodeado de jardines llenos de árboles con frutas muy extrañas y sabrosas. Dentro, había todo tipo de riquezas y todo eso pertenecía a las señoritas Hormiguitas Laboriosas.
El conejito apareció dando grandes voces:
-¡Hormiguitas! ¡Hormiguitas! Vengo a librarlas de la muerte.
¡Rápido!, métanse en este saquito para que no las vea el gigante... ¿No oyen sus pasos?
Lo que se oía era el ruido de los caballos de la comitiva del rey que, al caminar al mismo ritmo, parecían los pasos de un gigante.
Las hormiguitas le creyeron, porque en el fondo eran ingenuas y desconocían a doña Mentira. Por eso, todas sin excepción, se metieron en el saco del conejo. Este lo cerró con una cuerda y lo tiró al río. Después, entró al palacio, buscó las llaves de todas las habitaciones, las colgó en una percha y salió al encuentro del rey. Con cara de sorpresa, dijo:
-¡Pero quién ha visto nunca tal cosa! Ni uno solo de los criados y criadas se halla en palacio. No me explico qué puede haber pasado...
Pero nadie le escuchaba, porque todos estaban contemplando el palacio. Por fin, le atendieron, y el rey mandó a sus criados que se quedaran para siempre con don Juan.
El conejito, con el montón de llaves en el hombro, les fue mostrando los cuartos llenos de tesoros: monedas de oro, plata, perlas, diamantes, rubíes, etc. Todo allí era deslumbrante.
Una semana permaneció el rey en el palacio y, cuando regresó al suyo, lo encontró horrible de feo.
Juan, su esposa y el conejito vivieron desde entonces muy felices, pero un día amaneció muerto el conejito. Uno de los criados avisó a Juan, y este dio orden de que lo tirara en una zanja. El criado así lo hizo, y el conejito, que en realidad no estaba muerto, se levantó y le dijo a Juan:
-¿Así es como me pagas la felicidad que te he dado? Pues esto no quedará así.
Y al instante, Juan y su esposa estaban en la choza del bosque. Juan, de rodillas y muy apenado, le suplicó que le perdonara y le juró y le perjuró que nunca más haría una cosa así. El conejito lo devolvió al palacio.
Juan cumplió su palabra, pues un año más tarde, cuando el conejito murió de veras, le hizo un entierro por todo lo alto, y tanto él como la princesa vistieron de luto muchos años.

010. anonimo (centroamerica)

[1] Bijagua: planta silvestre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario