Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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miércoles, 4 de julio de 2012

Dominus vobiscum


448. Cuento popular castellano

Yendo un chico que no tenía padre ni madre pidiendo por el mundo, llegó a un pueblecito y fue a llamar, pidiendo una limos­na, en casa del señor cura. Al verle, el señor cura le dijo:
-Hombre, chico, tú tan joven, pidiendo... ¿Por qué no te po­nes a servir?
-Mire ustez, porque no me quiere nadie.
-¿Cómo que no te quiere nadie? Si quieres trabajar, mira, puedes quedarte para que riegues la huerta y hagas todo lo que te mande.
El chico se quedó al servicio del señor cura. A todas horas el cura le decía:
-Chiquito, vete a la huerta a regar. Chiquito, vete a tal recado. En fin, ya un día el cura le dijo:
-¿Cómo te llamas? Porque siempre «chiquito aquí, chiquito allí...!».
-Pues mire ustez, no me atrevo a decírselo, porque es un nom­bre tan feo. No me atrevo a decírselo. El cura de mi pueblo estaba loco cuando me lo puso.
-Dímelo, hombre, dímelo, no tengas inconveniente.
-Sí, que se lo digo; pero con la condición de que no se lo ha de decir ni al ama ni a la criada, porque se reirán de mí.
-Dímelo, que yo te doy palabra que no he de decírselo a nadie.
-Pues me llamo... me llamo... señor cura, que no me atrevo a decírselo... Me llamo...
-No tengas miedo, hombre, que yo no se lo diré a nadie.
-Pues me llamo... Dos-dedos-contra-el-culo.
-¡Jesús, qué barbaridaz! -dijo el cura-. Sí, que es feo. No se lo diré yo ni al ama ni a la criada.
Cuando estaban solos le decía el cura:
-Chiquito, Dos-dedos-contra-el-culo, vete a regar tal cosa...
Dos-dedos-contra-el-culo, vete a tal recado.
Otro día, como el ama también le mandaba a hacer recados -siempre «chiquito aquí, chiquito allí», le preguntó cómo se lla­maba, para llamarle por su nombre. Entonces el chico le dijo:
-No se lo digo, no; no me atrevo, que es un nombre muy feo; que si lo sabe el señor cura, me va a echar de casa.
-Dímelo, dímelo, que yo no se lo he de decir, ni al señor cura ni a la criada.
-Yo no sé.., el cura de mi pueblo... cómo estaba para poner­me ese nombre. Me puso.., no me atrevo a decírselo...; pero si ustez no se lo dice a nadie... Me llamo Dominus Vobiscum.
-En verdaz -dijo el ama-, estaría tonto el cura de tu pueblo para ponerte ese nombre. Pero ten cuidado que yo no se lo he de decir ni al señor cura ni a la criada.
Y cuando estaban solos, el ama les llamaba Dominus Vobiscum.
Un día que estaba con la criada en la cocina, también le pre­guntó la criada que cómo se llamaba. Y le dijo que no se lo decía porque era un nombre muy feo. Y si lo sabía el señor cura y el ama, que a lo mejor le echaban... Que no...
-Dímelo, hombre, dímelo -le dijo ella-, que basta la con­fianza que tenemos, tanto tiempo juntos; que no se lo diré a nadie.
-Mira, chica, no sé cómo estaba el cura de mi pueblo para ponerme ese nombre. Al fin, te lo voy a decir; pero no se lo digas ni al cura ni al ama.
-¡Bien, dímelo! ¡No se lo he de decir!
-Pues me llamo... Casi no me atrevo a decirlo...; pero, en fin, me llamo Me-pica.
Así pasó algún tiempo, haciendo buen sirviente, y depositaron la confianza en él, tanto el señor cura como el ama y la criada, mandándole a todos sitios. Como tanta confianza tenían con él, un día se fueron a misa todos y le dejaron a él solo en casa. Mien­tras estaban en misa, él robó todo el dinero que tenía el cura y se marchó.
Al salir de misa el señor cura y las sirvientas, se encontraron con que les había robao y se había marchao. Y no pudieron dar con su paradero.
Al cabo de algunos años, con motivo el criado de haberse me­tido a arriero, tuvo que pasar un día con la riata por ese pueblo, que era domingo. Como él sabía que en ese pueblo todos iban a misa y nadie había por la calle, ató la recua allá a una reja y se metió a oír misa. Se puso el último de todos; pero la criada la dio la gana de volver la cabeza y le conoció. Se levantó ligera, fue adonde estaba el ama y la dijo:
-Señora ama, Me-pica.
Y el ama la dijo:
-¡Arráscate, cochinotona! ¿A qué vienes aquí con que te pica?
-¡No, señora, aquel criado que teníamos que se llama Me-pica, está allí abajo oyendo misa, detrás de la puerta!
Entonces el ama se levantó corriendo y fue al altar y le dijo al señor cura:
-Señor cura, ¡Dominus Vobiscum!
-¡Bu! ¡No sé yo decir la misa! ¡No es Dominus Vobiscum; es Orate fratres!
-¡No, señor! Aquel criado que tuvimos, que se llamaba Domi­nus Vobiscum, que está allá abajo, oyendo misa.
Entonces el señor cura se volvió al pueblo y les dijo:
-¡Dos-dedos-contra-el-culo, echármelo mano!
Y el pueblo corría hacia el cura. Y entretanto todas esas cosas, el arriero salió, cogió la recua y se marchó. Y cuando salieron, ya no lo encontraron.

Peñaranda de Duero, Burgos. Amalio Hernán. 16 de julio, 1936.    Sastre, 60 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon) 















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