Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 2 de julio de 2012

Cierra la puerta y ven para aca


363. Cuento popular castellano

Pues éste era un matrimonio que se tenían por pobres. La mujer era algo idiota, y el marido se llamaba Juan. Tenían un escriño lleno de rodajos, que eran duros. El marido sabía que eran duros, pero la mujer estaba creída que eran rodajos. Tan pobres eran y en tanta miseria vivían, que no tenían ni cazuela donde comer.
Cierto día, que no estaba en casa el tío Juan, llegó al pueblo un cacharrero. El tío Juan estaba arando. El cacharrero empezó a pregonar:
-¡Ollas y cazuelas! ¡Ollas y cazuelas!
Acudieron las vecinas a comprar cacharros. La tía María, que así se llamaba la mujer, acudió también a ver los cacharros. Pen­sando la pobre mujer que no tenía con qué comprarles, le dice al ollero:
-Si ustez quisiera, en cambio de cacharros, yo le daría un es­criño que tengo lleno de rodajos.
Y dice el cacharrero:
-Vamos a verles.
Al llegar a la casa de la mujer, entró ella para adentro y sacó el escriño lleno de rodajos. Y el tío ollero, de que los vio, se quedó pasmao y dice:
-iY que diga esta mujer que no tiene con qué comprarme pu­cheros y cazuelas! mire, buena mujer, yo me llevo el escriño de rodajos, y ustez se trae toda la carga de pucheros, ollas y cazuelas.
Y el hombre se marchó con los rodajos. Y ella a cestos se llevó lós cacharros a casa. Cogió entonces una escalera y les subió todos al tejao para que cuando viniera su Juan, viese los cacharros que le habían dao por los rodajos.
Viene por la tarde el marido y le dice:
-¡Mira, Juan, mira! ¡Mira los cacharros que me han dao! iAhora ya tenemos donde comer!
Y la dice el marido:
-¿Qué has dao por ellos, mujer? ¿Qué has dao por ellos?
-Aquel escriño de rodajos que teníamos en la bodega ¿Para qué, les queríamos si no valían para nada? Y el marido la dice:
-¿Para dónde se ha ido el hombre? -Por ese camino arriba se ha marchao. El marido la dice entonces:
-¡Cierra la puerta y ven para acá!
Y ella entendió que el marido la decía, «Coge la puerta y ven para acá». Y saca la puerta del quicio, la coge a cuestas y marcha detrás del marido.
El marido iba ya más alante que ella; pero se les escureció en un monte, y entonces dice ella:
-Juan, ¿por dónde dormimos?
-Pues en este árbol -dice el marido. Nos subiremos a este árbol (que era una encina muy grande, muy frondosa). En este árbol estaremos libres de que nos coma alguna fiera. Posa la puer­ta ahí, al pie del árbol, mujer. Posa la puerta.
-No, no; yo la puerta no la dejo -dice la mujer. Si no subo la puerta, yo tampoco subo al árbol.
El hombre, por no contrariarla, empinó a la mujer para que se subiese al árbol. Luego después la dio la puerta, la cogió la mujer desde arriba y la colocaron en la encina. Y subió entonces el marido.
Ellos estaban allí agorrutaos en la encina, cuando ven venir una partida de ladrones. Llegan éstos a la encina, se ponen de­bajo del árbol y empiezan a hacer montones de dinero y a con­tarlo. Hicieron hasta siete montones, pues eran siete los ladrones.
-Éste pa ti, éste pa mí, y éste pa fulano -decían, hasta que por fin les tocó un montón a cada uno.
Entonces la mujer, desde la encina, le dice al marido:
-Juan, Juan­
-¡Calla, mujer calla! -le dice el marido. ¡Calla, por Dios, que esta noche me pierdes!
-¡Juan, que tiro la puerta! -dice la mujer.
-¡Por Dios, mujer, no la tires! ¿No ves que son ladrones?
Si se enteran que estamos aquí, pues nos matan. Y la idiota de la mujer le dice:
-¡Si nos matan, que nos maten! ¡Yo tiro la puerta!
Y sin decir más, izas!, dejó caer la puerta encima de los la­drones. Los ladrones, que estaban tan descuidaos pensando que no les vía nadie, al ver caer aquello encima de ellos, se marcharon huyendo, sin darles tiempo a recoger el dinero. Y Juan y su mujer, al ver marchar a los ladrones, se bajaron de la encina y cogieron todo el dinero que los ladrones habían dejao. Y entonces el mari­do la dice a la mujer:
-¡Cógete todo ese dinero, todo, y llévatelo a casa, que yo me quedo aquí a ver si vuelven los ladrones, a ver si conozco alguno y le denuncio a la autoridaz!
Recogió la mujer el dinero y se fue con todo a casa. El buen hombre empezó a pasearse por alrededor de la encina.
Y los ladrones después que dejaron de correr se dijeron:
-¿Pero vamos a dejar allí el dinero después que tanto trabajo nos ha costao robarlo?
Y dice uno:
-Yo me voy a ver qué fue ello.
Pero en el camino cogió miedo y se volvió. Y dice otro:
-Pues yo sí voy. Y veremos a ver quiénes son los que han hecho ese ruido.
Y Juan, cuando se marchó detrás del tío de los rodajos, se había metido una navaja barbera en el bolso. Cuando llegó el ladrón y vio allí a aquel hombre solo y tan tranquilo, pues no se le imaginó que fuese el que se había llevao el dinero de ellos, y le dice:
-¡Buenas tardes!
-¡Buenas tardes tenga ustez! -le dice Juan.
-¿Qué hace ustez por aquí? -le pregunta el ladrón. Y Juan le contesta:
-Pues yo soy barbero y iba a un pueblo a afeitar; me he ex­traviao en el monte y aquí estoy.
-¿No querría ustez afeitarme? -le dice el ladrón.
-Sí, señor; no tengo inconveniente.
Se sentó en el suelo el ladrón, y el hombre se puso a afeitarle.
Y le dice al ladrón:
-Eche ustez la lengua fuera, que se le ha metido un pelo en la boca.
El ladrón sacó la lengua, y fue el hombre y¡zas!, se la cortó. El ladrón, al verse con sangre, marchaba loco, gritando. Los otros ladrones, que le estaban esperando, al verle ir, primero lo echaban a broma; pero al acercarse el ladrón iba gritando:
-¡Al dape! ¡Al dape! (¡Al rape! ¡Al rape!).
Los otros ladrones, como veían que iba echando sangre por la boca y no le entendían lo que quería decir, marcharon huyendo, y no sé dónde habrán parao a estas fechas.

Morgovejo (Riaño), León. Ascaria Prieto de Castro. 20 de mayo, 1936. Obrera, 51 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)


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