Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 2 de julio de 2012

¿Chinos o borros mochomerinos?


335. Cuento popular castellano

Era una viuda que tenía dos chinos. Y un día mandó a su hijo a la feria a vender los chinos. En el camino le vieron cuatro frailes y dijon:
-Vamos a ver si le podemos engañar a aquel hombre. Y dijo uno de ellos:
-Vosotros dos vais alante y nosotros vamos a encontrarle. Y vamos a preguntarle que adónde va con esos borros mocho­merinos. Éste dirá que son chinos, y nosotros diremos que son bo­rros mochomerinos. Y apostaremos y diremos que lo vamos a resolver con los primeros que encontremos en el camino.
Y se acercaron al de los cochinos:
-Buen hombre, ¿adónde va ustez con esos borros mocho­merinos?
-¡Oy, borros mochomerinos! ¡Son chinos!
-No, señor. Le apostamos a que son borros mochomerinos. Los borros serán nuestros si los que encontremos ala.nte dicen que son borros.
Y encontraron a los otros dos frailes y les preguntan:
-Oigan ustedes. ¿Cómo se llaman estos bichos en estas tierras?
-Pues, borros mochomerinos.
-Y ¡este señor ha apostao y dice que son chinos!
Pues, se llevaron los chinos, y el hombre se volvió llorando a casa. Y la dice a la madre:
-¡Ahora sí que la he hecho gorda! Que ha¡ apostado con cua­tro hombres y me han llevao los chinos. Yo decía que eran chinos y ellos que eran borros mochomerinos. Y me les han llevao. Pero no se asuste ustez, que yo he de traer a casa más dinero que lo que ellos valían.
A los dos meses se vistió de señorita y pasó por el convento. Al pasar por el convento salieron dos frailes.
-Mire ahí, ¡qué señorita más guapa! Podríamos pasar buena noche con ella.
La llamaron:
-¡Oiga ustez, señorita! ¿Dónde va ustez tan tarde? ¿No ve ustez que una señorita sola y tan tarde se va a perder en el cami­no? Podía ustez quedarse en el convento. Ya sabe ustez que el convento es casa de confianza.
Y ella dijo:
-Pues, sí. Voy tarde. Me he detenido un poco y sí que voy bastante tarde.
Se quedó. Y dice el padre prior:
-Pues esta noche me quedo yo con ella. Y aunque la oigáis vocear, no hagáis caso. Esta noche pa mí; otra noche, pues pa vosotros.
La dieron bien de cenar, la prepararon bien la cama y la man­daron a acostar. Después de una hora acostada, decían:
-Dormida ya estará.
Se fue el fraile con ella y se desnudaba poco a poco para que no despertara. Después que conocía que los otros ya se habían dormido es cuando laa fue a tentar. Pero cuando el padre prior la fue a tropezar, la señorita le ató de pies y manos y le dice:
-Si no me entregas tanta cantidaz, ahora vas a morir. Y no sirve que vocees ni auxilio pidas aquí, que si no me das el dinero, pronto vas a morir.
Después que le dio el dinero, buena paliza le dio. Aunque gri­taba de los palos, nadie le auxilió, como les había dicho de que no harían caso, aunque la señorita chillara. Después -que le dio los palos, a su pueblo se marchó. Al padre prior atado le dejó.
A otro día por la mañana, los frailes se asomaban a la puerta al oír al padre prior los lamentos que daba:
-¡Abrid, por Dios, la puerta, que me han querido matar! ¡La señorita que era, era un hombre criminal! ¡Era el amo de los chinos, y se ha querido vengar!
Llaman a muchos médicos y nadie le entiende el mal. A los ocho días después, pa allí vuelve a pasar vestido de médico. Los frailes que le ven, le han vuelto a llamar.
-Debe ser un doztor. Acaso le entienda el mal.
Y según le llaman, a ver al enfermo va. Empieza a tentar su cuerpo y dice:
-Aquí leña ha habido ya, ¿eh?
Y dicen los otros frailes:
-¿Sabes que sí que entiende el mal? Es de cuando aquella señorita le dio.
Y dice el doztor:
-El caso es que no tengo aquí la medicina para poderle curar. Tienen que ir al pueblo, y allí se la puedo dar.
-Pues ustez dirá, doztor, quién puede ir a por ella.
Y escogió los del apueste para poderse vengar. Luego llegaron al pueblo y les pone de cenar.
-Hay que cenar primero. La medicina ya se hará. Y mañana
por la mañana se la pueden ustedes llevar.
Luego que la cena ponen, a la mesa pa cenar. Les dice: -Aquí en esto, todo lo que se pone, hay que acabar. Y después, ya dicen ellos:
-Señor, ya no podemos más.
-Aquí se come todo, y si no se come, irán puestos al humo, como están esos señores que son frailes de los suyos.
Y los otros tenían miedo, porque el de los chinos había puesto unos trapos en la chimenea. Ya se fueron a la cama y les dijo:
-Cuidadito, que no se caguen en la cama.
Y como habían cenao tanto, ellos a mitá noche todos se vol­vían tentar el calzoncillo a ver si se habían cagao, y se pregunta­ban el uno al otro:
-¿Tú te has cagao?
-Yo no; ¿y tú?
-Yo tampoco.
Pero después, aquel hombre fue y les manchó. Cuando des­
pertaron, lo olían. Y se decía el uno al otro:
-¡Ay, tú te has cagao! ¡Ya estamos perdidos! Conque por la mañana va el amo y les dice:
-¿Qué tal hais pasao la noche?
-Bien, señor, bien.
-Y ¿qué tal? ¿Os hais ensuciao?
-Un poco.
-¡Ah! Un poco, ¿eh? ¡Ahora me la vais a pagar bien pagada! Vosotros sois los de los chinos. ¿Son chinos o son borros mocho­merinos?
Les metió una baraja de palos. Y se marcharon al convento desnudos, sin "camisa ni calzoncillo. Y ésa fue la medicina que dio pa el padre prior.

Fuenteodre, Burgos. Apolonia Martín. 28 de mayo, 1936. Jornalera, 54 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

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