Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 7 de julio de 2012

Nicolasin y nicolason

327. Cuento popular castellano

Eran dos hermanos y el uno se llamaba Nicolasín y el otro Nico­lasón. Nicolasín era muy pobre y Nicolasón era muy rico, pero muy avaro. Nicolasín tenía nada más una mula y tenía que pedir otra a su hermano para arar las tierras. Se la dejaba Nicolasón los domingos por la mañana mientras él iba a misa. Y Nicolasín, cuando estaba arando, decía:
-¡Arre, arre, mulitas mías!
Nicolasón lo oía desde la iglesia, y como una de las mulas era suya, no quería que su hermano las llamara suyas a las dos.
Un día salió Nicolasón muy furioso de la iglesia y le dijo a su hermano:
-Mira, Nicolasín, si vuelves a decir, «¡Arre, arre, mulitas mías! », te mato tu mula, porque ya sabes que la una es mía. Y Nicolasín le dijo:
-Bueno, hombre; no lo diré
Pero al domingo siguiente volvió Nicolasín a arar, y sin darse cuenta de lo que su hermano le había dicho, dijo a las mulas:
-¡Arre, arre, mulitas mías!
Entonces salió Nicolasón de la iglesia muy furioso y le mató la mula a Nicolasín. Nicolasín, muy afligido, porque no tenía ya mula para arar, dijo:
-Venderé el pellejo y con lo que me valga podré comer unos días.
Desolló la mula, metió el pellejo en un saco y se fue a venderle. Llegó a una posada y dice:
-Hacen el favor de darme posada, que soy un pobre. Y salió la posadera y le dijo:
-No está mi marido, pero pase usted.
Y le puso en una habitación orilla de la cocina, que por una rendrija veía Nicolasín todo lo que en ella pasaba. Y por la noche vio que estaba la posadera con el sacristán preparando una buena cena, friyendo conejos, y que tenían unas botellas de vino.
En esto llegó el marido de la posadera y los dos, asustaos, me­tieron la sartén con los conejos en el horno y las botellas las es­condieron detrás de unos sacos. El sacristán se metió debajo de la cama para que no le vieran. Entonces la posadera salió a recibir a su marido y le dijo:
-Pero, hombre, ¿cómo vienes a esta hora? No te esperaba esta noche.
Y él la dijo:
-Es que he hecho pronto los encargos. Y entonces ella le dice:
-Mira; esta noche no te puedo hacer la cena. Estoy muy ma­reada y me voy a acostar.
-Bueno; yo la haré -la dijo él-. Así la hago a mi gusto. Cuando se quedó solo el posadero en la cocina, Nicolasín, desde
su cuarto, empezó a decir:
-¡Ay, qué hambre tengo! ¡Ay, qué hambre tengo!
-Parece que suena gente -dijo el posadero.
Y entonces Nicolasín le dijo, desde su cuarto:
-¡Soy yo, que estoy aquí en este cuarto, que no he cenado y tengo mucha hambre!
Y el posadero entonces le dijo:
-Sal, hombre, sal; cenarás conmigo.
Salió Nicolasín y, estando haciendo la cena el posadero, éste le preguntó:
-¿Qué traes por ahí, hombre?
Y Nicolasín le dijo:
-Pues, mire usted: un adivino. Voy recorriendo el mundo para ganar que comer.
-Y ¿qué? ¿Adivina todo? -le preguntó el posadero.
-Sí, señor; adivina todo -contestó Nicolasín; pero no adi­vina más que tres cosas al día.
-A ver, a ver -dice el posadero. Pruébale a ver; si es bueno, te le compro.
-Ya verá usted -dice Nicolasín.
Cogió el saco en alto y le dejó caer al suelo. Hizo ¡plon! y le dice el posadero:
-¿Qué ha dicho?
-Pues mire usted; dice que en el horno hay una sartén con unos conejos.
Fueron al horno y efectivamente allí estaba la sartén. Entonces le dice el posadero:
-A ver, a ver, ¿cuál es lo segundo que adivina?
Nicolasín vuelve a tirar el saco y suena otra vez, ¡plon!
-¡Uy! ¿Qué ha dicho ahora? -dice el posadero.
-Dice que detrás de esos sacos hay unas botellas de vino. Fueron a los sacos y allí estaban las botellas.
-Pues ¿sabes que sí adivina? -dice el posadero. A ver, a ver, que tengo ganas de saber cuál es lo tercero que adivina.
Nicolasín vuelve a tirar el saco y suena igual, ¡plon!
-¿Qué ha dicho ahora? -dice el posadero.
-Dice que debajo de la cama está el sacristán escondido. Fueron a ver y, efectivamente, allí estaba el sacristán con más miedo que vergüenza. Entonces el posadero le dijo a Nicolasín que le daba media fanega de monedas de oro por el adivino, y Nicolasín hizo el trato, volviendo a su casa muy contento.
Se encontró con su hermano y le dijo Nicolasín:
-¡Anda, que tú sí que me has matao la mula, pero mira lo que he sacao del pellejo!
Y dice entonces Nicolasón:
-Pero, hombre, ¿cómo te has arreglao?
-Pues mira -dice Nicolasín-, porque he ido a un pueblo donde los pagan mucho, los pellejos de mula. Me han dao media fanega de monedas de oro por el pellejo de mi mula.
-Pues mañana mato yo la mía -dice Nicolasón. Como es más grande que la tuya, me valdrá más.
Así lo hizo. Al día siguiente mató su mula, metió el pellejo en un saco y se fue a venderle. Pero cuando llegó al pueblo que su hermano le había dicho y empezó a dar voces que quién le daba media fanega de oro por el pellejo de su mula, los vecinos, cre­yendo que estaba loco, le dieron una paliza y se tuvo que ir con ella a casa. Entonces Nicolasón, cuando vio a su hermano, le dijo muy furioso:
-Tú me has engañao con el pellejo de la mula; pero esta no­che, cuando estés dormido, voy a ir a matarte.
Nicolasín, como ya le había avisado, metió en su cama a su suegra. Llegó Nicolasón a medianoche muy furioso, y, viendo un bulto en la cama, le clavó el cuchillo, sin darse cuenta que era a la suegra de Nicolasín a la que mataba.
Se levantó Nicolasín muy temprano, fue a la cama de su suegra y, viendo que estaba muerta, la cargó en un carro y se la llevó al pueblo vecino. Llegó a una taberna y pidió al posadero una copa de vino y le dijo:
-Haga usted el favor de sacar otra a mi mujer, que va allí en el carro.
El tabernero sacó la copa de vino y empezó a dar voces a la suegra de Nicolasín:
-¡Buena mujer, buena mujer, tome usted esta copa de vino! Pero viendo que no le respondía, le tiró el vaso y todo a la ca­
beza. Entró el tabernero en la taberna y Nicolasín le dijo:
-¿Qué? ¿Ha bebido la copa de vino mi mujer?
-¡Qué va! -dice el tabernero. ¡Si va más dormida que un cesto! Se la he tirao a la cabeza.
Entonces salió Nicolasín y empezó a dar gritos:
-¡Ay, Dios mío, Dios mío! ¿Qué va a ser de mí, que ha matao este bruto a mi mujer? ¡Ahora mismo voy a dar parte a la justicia, que te metan preso!
Entonces el tabernero, todo asustao, le dijo:
-No se lo digas, hombre; no se lo digas. Te daré una fanega de oro, si dices que se ha muerto.
Nicolasín aceptó el trato, enterraron a su suegra, y él se volvió a casa con los cuartos.
Fue a casa de su hermano, y Nicolasón, al verle, se quedó todo asustao y le dijo:
-Pero, ¿no te he matao esta noche? O¿es que vienes del pur­gatorio?
-No, hombre, no -dice Nicolasín. Si a la que has matao, ha sido a mi suegra, que la he ido a vender y me ha valido una fanega de oro.
-¡Andá! Y ¿cómo has dicho? -le pregunta Nicolasón.
-Pues he andao diciendo que quién compraba carne de mi suegra.
-¡Ah! Pues mañana mato yo a la mía -dice Nicolasón.
Efectivamente, al día siguiente Nicolasón mató a su suegra, la cargó en un carro y se fue a venderla por los pueblos. Los vecinos, al oírle gritar, «¿Quién compra carne de mi suegra?», preparan unos vergajos y le dieron una monumental paliza.
Entonces llegó a su pueblo todo colérico, se fue en busca de Nicolasín y le dijo:
-Otra vez te has burlado de mí, pero de ésta no te escapas. Te voy a meter en un saco y te voy a llevar a la orilla del río, y esta noche, cuando todos duerman, te echaré al agua para que te ahogues y no me des más guerra.
El pobre Nicolasín se dejó meter en el saco como un bendito; pero apenas estuvo solo se apareció por allí un pastor con un re­baño de ovejas y Nicolasín, desde el saco, empezó a gritar:
-¡Ay, Dios mío, qué suerte más perra tengo! ¡Me quieren ca­sar con la hija del rey y yo no la quiero! ¡Me van a dar mucho dinero, sí; pero yo mejor quería a mi Petra del alma, que no a esa señoritona!
Y entonces el pastor se acercó al saco, y empezó a preguntarle a Nicolasín que qué le pasaba y que quién le había metido en el saco. Y Nicolasín le dijo que le habían metido en el saco los vasa­llos del rey para que no se escapara; que se había enamorao de él la hija del rey y que querían casarle con ella; pero que él tenía otra novia en el pueblo y que la quería mucho, y que aunque era pobre, que no la cambiaba por la hija del rey.
-Si tú quieres ponerte en mi puesto -le dijo al pastor, aunque llevas la mejor parte, te le cedo.
Al pastor le pareció de perlas verse hecho rey y se metió en el saco y Nicolasín se fue con sus ovejas muy contento.
A medianoche llegó Nicolasón muy furioso y dice:
-Ahora me las vas a pagar todas juntas. Te voy a ahogar.
Cogió el saco y le tiró de golpe en el río con una piedra para que no se escapara. Después se fue a su casa tan satisfecho, por­que había acabao con su hermano.
A la mañana siguiente salió a arar y vio venir a un pastor con un gran rebaño de ovejas. Cuando reconoció a su hermano, se quedó como petrificao.
-Pero tú eres el demonio -le dice. ¿No te tiré ayer a ahogar con una piedra muy grande?
Y Nicolasín le dice:
-Sí; es verdad. Pero chico, en el fondo del río tú no sabes lo que hay. Está la isla de Jauja. Hay muchísimas cosas que no tie­nen dueño; hay camellos cargados de oro; hay brillantes y perlas; hay muchos rebaños de ovejas; y cada uno escoge lo que quiere. Yo cogí este rebaño de ovejas y ya ves, ya soy rico.
Entonces Nicolasón, como era tan avaro, dijo:
-¡Ah, pues esta noche me tiro yo y voy a coger todo lo que haya para mí.
Así lo hizo. Se metió en un saco, ató una piedra muy grande a una pierna; y se tiró al río y se ahogó. Y este cuento se acabó.

Pedraza, Segovia. María Pascual. 25 de marzo, 1936. 28 años.

Fuente: Aurelio M. Espinosa, hijo                                                            

058. Anonimo (Castilla y leon)

1 comentario:

  1. Buenísimo este cuento de humor negro. Te enseña a pelearte entre hermanos, a matar y a engañar como si nada!

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