Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

domingo, 17 de junio de 2012

Wang cheu-siou

Wang Cheu-Siou habitaba, en compañía de su padre, a la orilla del lago Toungt'ing. Am­bos eran en extremo vigorosos, capaces de le­vantar, con sus brazos, un mortero de piedra y muy hábiles en el juego del balón. Y nadie como ellos era capaz de lanzarlo a tanta dis­tancia de un vigoroso puntapié.
Wang Cheu-Siou tuvo la desgracia de per­der a su padre, cuando aun estaba en la épo­ca más vigorosa de su vida. En cierta ocasión vióse precisado a ir a la provincia de Hou­nan, al sur del lago, y se ahogó al atravesar otro lago inmediato llamado Ts'ien-t’ang.
Ocho años habían transcurrido después del accidente, cuando Wang Cheu-Siou tuvo, a su vez, precisión de dirigirse a la provincia de Hou-nan. Se embarcó e hizo la travesía del lago Toungt-ing. Era la noche muy hermosa y Wang, en vez de acostarse, prefirió quedarse en el puente de su embarcación. Se levantó la luna por el cielo oriental y las olas resplandecían a su luz, como si fuesen de seda.
A fuerza de mirar, entornando los párpa­dos para ver mejor, Wang acabó por descu­brir a lo lejos, en la estela luminosa que de­jaba el barco, cinco siluetas humanas que sur­gían del agua. Aquella visión extraordinaria se precisó. Los hombres tiraban entonces de un gran tapiz, que extendieron sobre la su­perficie del agua. Y era tan grande, que cu­bría casi media hectárea. Instalá-ronse allí y,en el acto, les sirvieron una colación. A los oídos de Wang llegaba perfectamente el rui­do de los platos y de las copas, aunque tales sonidos eran más graves y fuertes que los de nuestros utensilios de la Tierra.
Sobre el tapiz estaban sentados tres de aquellos personajes y los otros dos, en pie ya su lado, se ocupaban en servirlos. Entre los tres primeros, uno iba vestido de amarillo y los otros dos de blanco, pero todos se cubrían las cabezas con unos gorros negros. Estaban sentados de espaldas uno con otro y en acti­tudes majestuosas. A la confusa claridad de la noche, Wang no podía distinguir a los dos servidores, pero observó que ambos ves­tían trajes de tela negra, bastante ordinaria. Y, a lo que parecía, uno era muy joven y el otro ya de alguna edad.
De repente, en la inmensa tranquilidad de aquella noche y de las aguas, llegó una voz hasta el oído de Wang. Y, fijándose en un ligero movimiento, creyó reconocer que había hablado el individuo vestido de amarillo, di­ciendo:
-¡Qué agradable resulta beber los tres juntos en un claro de luna tan bello como éste!
A eso contestó uno de sus vecinos
-En efecto, en este ambiente se cree ver al Rey del Mar del Sur que da una fiesta en el promontorio de los Perales en Flor.
Entonces los tres personajes se divirtieron haciendo flotar sus vasos en el agua, pero ba­jaron el tono de sus voces y ya no fué posible distinguir sus palabras. Alrededor de Wang los marineros, que también habían observado aquella extraña aparicion, estaban pasmados y sin atreverse a hacer el más leve movimien­to y casi sin respirar. Wang concentraba su atención en los servidores. Al de mayor edad le encontraba un extraño parecido con su pa­dre, pero notó que no tenía la voz de éste.
Iban a dar las doce de la noche. Entonces se elevó una voz y pudieron oírse estas pala­bras:
-Aprovechemos la claridad de la luna para jugar una partida de balón.
El criado joven se sumergió en las aguas del lago y, un instante después, reapareció llevando entre sus manos un balón que pare­cía ser de mercurio y extrañamente lumino­so. Los tres personajes se pusieron en pie y el que iba vestido de amarillo invitó al criado de más edad a que tomase parte en el juego.
No se hizo de rogar el servidor y del pri­mer puntapié lanzó el balón a muchas toesas de distancia. El brillo de aquel balón deslum­braba por su intensidad, pero no pudo reco­gerlo, porque, con gran ruido, fue a caer en el puente de la embarcación.
Wang no pudo contener su instinto de ju­gador. En un instante se puso en pie y, a su vez, con toda su fuerza, dio un vigoroso pun­tapié al balón. Sintió que era extremada­mente ligero y, por un instante, tuvo el temor de haberlo estropeado, pero el balón subía rápida-mente, como proyectil luminoso y adornado de todos los reflejos del arco iris. Por fin, como estrella fugaz, fue a caer al agua que se lo tragó, cubriéndolo de espuma.
Aquellos tres extraños personajes parecían estar furiosos y se les oyó gritar:
-¿Quién es ese hombre vivo que se per­mite entorpecer nuestro juego?
El viejo servidor se esforzaba en apaci­guarlos.
-No os enojéis. Ha sido mi hijo; es muy travieso.
Pero su intervención sólo consiguió enfu­recer más aún a uno de los que iban vestidos de blanco.
-¿Y eso te divierte, viejo insolente? Sal inmediatamente en compañía del negrito a buscar al culpable, porque, de lo contrario, lo vas a sentir.
Wang no tenía ningún medio de librarse, pero, sin embargo, no sentía ningún miedo. Cuchillo en mano se puso en guardia, en pie, y de modo que le viesen perfectamente sus enemigos.
Éstos, y como si cabalgaran en un rayo de luz, saltaron hacia el barco, blandiendo unos sables y entonces Wang pudo reconocer muy bien a su padre. Y lo llamó:
-Padre, ¡te habla tu hijo!
Miráronse desesperados, ante la gravedadde la situación, y, mientras tanto, el criadito negro se marchó.
-Escóndete cuanto antes -le dijo el vie­jo-, pues, de lo contrario, estamos perdidos.
Apenas acababa de decir eso, cuando los tres personajes se dispusieron a encaramarse a bordo. Sus rostros tenían el tono negro de la laca y sus pupilas eran mucho mayores que las de los mortales. De un empellón aparta­ron al viejo para arrojarse sobre Wang. Se empeñó, allí, una lucha terrible, de tal ma­nera que el barco se estremecía y muchas jarcias resultaron rotas. Por fin, Wang, de una violenta cuchillada, pudo cortar un brazo del personaje vestido de amarillo; el cual cayó al agua y desapareció. Pero todavía quedaban los dos individuos vestidos de blan­co. Y cuando uno de ellos reanudó el ataque, el joven le hendió el cráneo de una cuchillada y luego lo arrojó al agua. El superviviente se apresuró a emprender la fuga.
Los marineros que hacían aquella noche la travesía del lago Toung-t'ing descubrieron entonces, a lo lejos, un gaznate inmenso, pro­fundo como un pozo, que surgía de las aguas. En todas direcciones corrían ruidosas las olas hacia aquel lugar y, de pronto, apareció una tromba que se elevó hasta el estrellado cielo. Las embarcaciones viéronse sacudidas como granos en un tamiz. La ocupada por Wang parecía ser la más amenazada. En calidad de lastre llevaba dos enormes muelas de piedra, cada una de las cuales pesaba, por lo menos, un centenar de libras. Wang agarró una de ellas y, con inmensa fuerza, la arrojó por en­cima de la borda. Cayó con ruido semejante al trueno y, a partir de aquel momento, se apaciguaron un tanto las olas. El joven se apresuró a cortar el ancla y casi en seguida amainó la tempestad. Su padre permanecía a su lado, pero Wang no se resolvía a acercarse, por miedo de que fuese un fantasma. Pero él adivinó ese temor y se apresuró a tranquilizar a su hijo.
-No -le dijo-, no estoy muerto. De los diecinueve hombres que se hundieron aquel día en el lago, todos, menos yo, fueron devo­rados por los demonios de las aguas. Y pude salvarme, gracias a mi habilidad en el juego del balón.
Padre e hijo empuñaron los remos y, de acuerdo con la tripulación, alejaron a toda prisa el barco de aquel lugar peligroso.
Al amanecer descubrieron, en el puente, la enorme aleta de un tiburón, que medía cinco pies de longitud. Era el brazo cortado al per­sonaje que llevaba un traje amarillo.

005. Anonimo (china),

No hay comentarios:

Publicar un comentario